lunes, 20 de julio de 2015

Dale al botón y apaga la luz, sopla la vela del barco hasta que nos lleve a buen puerto. Sopla la vela, dios del viento. Naveguemos por el mar de tinieblas, que es la vida. Caminemos por los senderos de la noche. Circulemos por las vías, como si fuesen nuestras propias venas. Arde la sangre, que albergamos en nuestro cuerpo. Quien sabe de donde procede, solo sabemos de que estamos vivos. Cinco minutos antes, cinco minutos después. Nos puede cambiar el destino de forma radical. Solo el Sol  y la Luna, hacen de testigos de nuestra lucha. Una lucha diaria, una lucha que no cesa. Como no sea para emprender el nuevo camino, después de la vida. Luchemos entonces, porque entonces aprenderemos que no todo es en vano y quizá, solo quizás alguien o alguno, se acuerde de nosotros y de nuestro paso por la vida. Solo el simple latido del corazón, nos esboza una ligera sonrisa. Que al vernos en el espejo, nos hace reír. Reír y creer en nosotros,  en nosotros mismos. En lo que podemos llegar a ser capaces sin temor a perder lo que más apreciamos en esta vida, que no es otra cosa, que nuestra propia existencia. Sonriamos entonces y demos un pequeño empujón a la rutina diaria, de la cual estamos condenados como seres humanos. Quien sabe lo que hay después, solo sabemos que es real lo que vemos, que es real lo que oímos y que es real lo que tocamos. Como podemos saber si es real o simplemente un espejismo. Y si realmente estamos dormidos, años y  años. Hasta que despertamos de nuestro letargo y vemos y escuchamos a aquellos que teníamos olvidados, olvidados porque ya no estaban a nuestro lado. Quien sabe, sin en verdad de morir, lo que hacemos es despertar como si estuviésemos todavía en el vientre de nuestra madre. Una madre que puede ser grande, tan grande como el planeta Tierra y a la vez tan pequeño, que no podemos salir de ella.
Quien sabe donde llegaremos, solo quiero darle al botón y despertar. Estirar los brazos y que éstos toquen el techo. Que mi mirada no se pierda en el horizonte y llegue a un sinfín de lejanía. Quien sabe a donde vamos, solo sabemos que cada mañana nos despertamos dentro de un sueño. Un sueño llamado vida y de que el cual, solo vemos la claridad del Sol. Porque sin él, estaríamos perdidos. Aparte de no ver, moriríamos de frío. Que grande es la estrella que nos ilumina cada día y como no saber, que él y solo él es nuestra verdadera madre. Una madre con nombre masculino, cuando realmente es lo que es. Todo germina y todo sale gracias a él, todo circula a su alrededor, es el centro de todo. Que grande y que poco se puede acercar uno a ella, te quemaría, te abrasaría como si fuese un volcán en erupción. No quedaría de ti, ni el más pequeño aliento ni el más pequeño trozo de carne o hueso. Todo sería aniquilado, como será el Sol en verdad. Solo sabemos lo que sabemos, es decir, nada.
La Luna es más bella. Tiene nombre de mujer, pero es un satélite. Una pequeña piedra, que gira a nuestro alrededor como si fuese nuestro centinela. Quien sabe. Pero cuando la luz se refleja en ella, se le ve tan hermosa……que no me hace dudar de mi destino. Yo sé que hay algo más, que no es solo lo que vemos o tocamos. Que en verdad es lo que sentimos e intuimos, lo que verdaderamente cuenta. Lo que hace latir nuestro corazón, no es solo la sangre si no nuestra propias ganas de vivir y eso, eso es lo que cuenta. Salir y estirar los brazos, siempre y cuando no toquemos o alcancemos el Sol, él sí está por encima de todo y de todos.  No podemos alcanzar todo lo que soñamos, pero quien sabe lo que es real o irreal, solo con la muerte sabremos la verdad o el resultado de nuestra propia existencia.


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