viernes, 10 de julio de 2020

                                                                     2022

En el transcurso de mi vida, en la mierda de mi vida, me he cruzado tanto con el bien como con el mal, me he cruzado con la luz y con la oscuridad, con la servidumbre como la rebeldía. El anhelo de hacer y no hacer lo que han hecho mis padres y abuelos o quizás querer romper las barreras del tiempo y no vivir más anclado en el pasado. Todo depende del prisma con el que se mire y del espejo en donde nos reflejemos. Todo es tan relativo que es como dejar un vaso o una botella medio llena o medio vacía, qué más da. Quiero más cerveza, que no pare, que este tren no pare, me hace elevar, me hace tocar el cielo con la punta de los dedos y saborear las mieles del triunfo. Todo es así, todo es un hablar sin un sin sentido, por eso este  relato o historia verídica, a saber, ni yo mismo lo sé. A saber

Puede ir de farol, me puede llevar a la perdición o puedo tener una mano ganadora, quién lo sabe. Solo el poder mental que no se transmite o sí, puede hacerme retroceder en la partida, de mientras pienso y pienso, parece que la cabeza me burbujee y me vaya a estallar. Se escucha un murmuro  a lo lejos, dentro de mi mente o de mi cerebro que dice lo siguiente…

        ¿Quién dice que yo sea la maldad, quién es capaz de decir o dar tal confirmación de un hecho que ni se sabe ni se sabrá?  Será el efecto del alcohol u otras substancias, quién lo sabe. Yo solo sé que no le quito vista de su cara, su maldita cara y de sus ojos mirando fijamente sus cartas. No sonríe, no hace ninguna mueca. Se da cuenta que le miro y me guiña un ojo, eso me enerva y me enfurece hasta tal extremo que doy un golpe con la silla.

Del golpe se calla, se adueña el silencio del lugar y en mi imaginación, a la luz de un candil escribo hasta con un plumín cierta historia…

“Manuel, hombre de mediana edad, andaba por la orilla del mar. Estamos ya en plena época estival, observa, solo observa y ve, ve como la gente o bien descansa o bien se divierte a su manera. Todo es así, tranquilo, sin ninguna novedad, hasta que el haz de un cometa se cruza por el cielo, será una señal o se está volviendo loco. Son ya las ocho de la tarde de un día como hoy, de julio. Se le ocurre pedir un deseo, un deseo que anhela y desea desde que era pequeño y que por circunstancias de la vida, no ha sido posible hacerla realidad. Se encuentra una botella de cristal, parece que sea de vino o mejor dicho era, porque ya está vacía y ya no hay nada dentro. Manuel, ni corto ni perezoso la coge y cogiendo un trozo de papel de su cartera, escribe bolígrafo en mano un anhelo deseo. Lo introduce dentro de la botella y acercándose al final de una pasarela de la playa, la tira al agua, siempre mirando que no le vea nadie. Se cerciora mirando de izquierda a derecha y de detrás de él, ya que enfrente solo tiene el mar, el ancho mar. Solo el rompeolas podría malograr el destino final del mensaje”.

Camino por dentro de la cueva, solo acompañado por el candil que hace de mí una sombra, ¿cómo es posible?, con la persona que era yo y estoy aquí, narrando una historia sin final o quizás sí. Es un camino sin final y como si fuese una mina fuera de servicio, tiene demasiados cruces de caminos y un sinfín de galerías. Yo por ellas me pierdo o quizás sea solo mi mente la que me lleva a tal extremo. Al final me paro mentalmente y sigo divagando y dibujando frases que hacen de ella una verdadera historia.

“Se despide lanzando un beso y marchándose, pone rumbo ya para casa. No ha de saberlo nadie, es un secreto, ni yo mismo aún sé de qué se trata y que ha escrito el protagonista del relato en el pequeño papel. Todo es un suponer, todo es divagar sin saber o quizás sí, algo intuyo, ya que soy yo el narrador de esta historia”.

        Arácnidos, cucarachas e incluso serpientes, me sirven de alimento y de sustento alimenticio diario. Vivo en una constante locura por la supervivencia, ya que estoy solo, aquí, arriba de una montaña perdida en lo más lejano del continente asiático.

¿Quién habla?, estoy perdiendo la razón, todo me lleva a desconcentrarme de la partida y hay dinero, mucho dinero en juego. Busco una luz, solo una luz que no sea la reflejada por la Luna, que sea el Sol el que me alumbre y me hago cerrar los ojos ya que no puedo ser tan prepotente de mirarle fijamente. Cierro los ojos y veo tu imagen como en una diapositiva, veo tu trasluz, veo tu imagen dorada, veo que no es posible y yo mismo me adentro más en mi cueva. El candil hace mi sombra, mi mala sombra por haberme cruzado contigo, el destino solo el destino lo sabrá. Motivos hay muchos, maldades las tuyas, todo es relativo. Yo no soy quien soy por ti, lo soy por mí.

Reparte otra vez cartas, mi contrincante solo pide una, ¿irá de farol o será que se la quiere jugar?, solo él lo sabe. Yo, soy más lanzado y pido cuatro. Qué más da, ¿quién tendrá el As de picas, quién de los dos tendrá el comodín? Todo es relativo, como los pocos dineros que todavía atesoro y que puedo llegar a perderlo todo.

No me lo puedo creer, veo luces de colores, veo imágenes reflejadas en las paredes, hasta en una, en la que hay situada detrás de mi contrincante veo una mano ganadora. El corazón me sube de latidos y la tensión se me pone por las nubes. No sé si es el efecto de lo que es o soy yo, pero solo quiero terminar la partida y para ello suelto las cinco cartas encima de la mesa boca abajo, cayendo con ellas, mi cabeza va al suelo.

¡Ja!, ahora soy yo el que escribe, he matado al narrador, soy Manuel. No podía dejarle que siguiera diciendo de mí, tales mentiras o medias verdades. Quién se creía que era, se creía omnipotente, como si fuese un dios alcanzado por la Luz se veía y he tenido que pararle los pies, no me conviene que tanto se sepa. Soy yo el único que puede contar la verdadera verdad, como si yo no supiera escribir. Lo único que haré será explicar con mis mejores maneras y mejores palabras, todo aquello que se me ocurre. Sea o no verdad, solo a mí me incumbe, a nadie más, ni una sola palabra mal dicha saldrá de nuevo de mi boca, eso lo prometo, eso no lo juro pero lo prometo. Jurar, no hay que hacerlo nunca, porque son palabras mayores y eso no lo puede hacer nadie. Como el que escribe una carta mental, se ha dejado llevar y ha perdido la partida, se retira de la mesa. Le tachan de cobarde, pero no va a más, no ve sus cartas, todo quedará en un sin saber. Quién tenía el As, quién tenía el comodín, que mierda yo sé.

Como me pude enamorar tan joven de tan bella muchacha, cuando en ella reinaba la maldad. Una maldad que disfrazaba con la rebeldía, pero que en verdad solo era maldad, solo era un desgarro emocional que a mí me absorbía por completo.

 “Te quiero, te sigo queriendo”, como el mar arrastra a la orilla el mar, yo te sigo queriendo. Una y otra vez, te sigo queriendo. Te amaré en silencio, te rogaré que te sigas acordando de mí, como si fuese la última persona que vieses antes de irte a dormir antes de que cerraras los ojos por las noches y fuese la primera a la que vieras al abrirlos por la mañana. Que dichoso sería si mi amor hacia a ti, si este fuese correspondido, no solo con maldad sino con la alegría de que fueses mi pareja. Todo eso es lo que he querido poner en el papel de la botella, pero es muy largo de explicar. El corazón, al menos el mío, ya tiene dueño y ese dueño eres tú, sí Esther eres tú. Aunque no sea clara nuestra relación, yo la veo así. Por eso me inclino ahora a la más tierna soledad, porque mi corazón ya te pertenece y no seré de nadie más. Ya puede ser alta y guapa, que como tú, ninguna.

Si debo esperarte en el cielo, así lo haré, pero de anciano, no pienses ni por un momento que voy a cometer el error más grande que se puede cometer. Espero ver en mi cara, las arrugas de la vejez y del saber y poder contarte en algún banco de algún lado de este pueblo, lo que mi corazón late por ti, solo de ti y por ti.

Como un cucurucho de helado de fresa, me voy derritiendo, me voy consumiendo. Las gotas que caen, no son más que mis propias lágrimas del deseo de tenerte a ti, de acercarme y poder besarte y abrazarte. Pero eso es imposible, ya ni te veo por las esquinas de aquellos lugares que frecuentabas cuando los dos éramos tan jóvenes. Dime si me equivoco y que yo no fui tan solo un juego para ti. Bella pensaba que eras por dentro, después de todo, menos mal que tan solo todo ha sido un juego. Por tu parte y por la mía, tan solo un juego. No de ajedrez, porque no hay vencedor ni vencido, tan solo hay lo que hay, un simple juego en el que los dos aprendimos que el respeto es lo más valioso que existe y que sin ello no se puede vivir. Es el mismo respeto, el que me lleva a la melancolía y todo esto, no puedo escribirlo en una botella sin antes ser yo mismo el que se la beba”.

Como embrujado por tu sonrisa, me siento todavía y he decidido no jugar más, dejar los lugares oscuros y adentrarme en la claridad de aquello que debía haber sido. Tú sí que eras una buena mano, no solo para pasear, sino para amarte para toda la eternidad y por mi mala cabeza y mi mala bebida te dejé marchar. Aunque te reías de mí, fue divertido mientras duró.

Camino ahora, solo, sin la compañía de ningún narrador, por las calles soleadas de mi querida ciudad española, suelo adentrarme tanto en mis sueños, que pierdo la realidad y con ello, mi verdadero Ser y mi verdadera personalidad, aunque esta haya sido de mala gestión. Sueño con encontrarte otro día y que me digas a viva voz, que también has salido de donde estabas metida y que me amas. Me daría tal vuelco el corazón, que no lo sabes bien.

Pasaron no años, sino décadas, hasta que un banco de un parque cercano, se cruzó en sus caminos. Esther iba acompañada por una niña, él, solo sentado bastón en mano la llamó.

                        -          ¡Esther!, dijo casi sollozando.

La llamó dos veces, a la tercera se calló, no hizo ningún gesto de mirarle y Manuel se miró las manos, unas manos arrugadas por el paso del tiempo. La ahora anciana se marchó, haciendo caso omiso a sus llamadas. Se levantó ayudado por su bastón, pero no por ello no significa que no pudiera de un puntapié darle una patada a una lata de refresco vacía. Ya la maldice, ya ha dejado de quererla y piensa que ha cometido un gran error en cerrar su corazón. Podría haber volado, con sus propias alas, solo o acompañado, quien lo sabe, pero al menos haber visto las cumbres nevadas de cierta ciudad. Todo queda como el agua de claro y lo deja correr, hasta que un día de cualquier año el corazón le deje de latir y también en ese momento quizás, consiga su ansiada libertad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario