jueves, 30 de abril de 2020


                                      SERPIENTES ROJAS, SERPIENTES NEGRAS

Lloro, lloro y lloro a lágrima viva y a llanto roto, todo por un desamor. Como puedo ser tan tonto, como puedo llegar a ser tan imbécil de no darme cuenta de las cosas. Por muy bella que sea su imagen, esta me destroza por dentro, esta me construye un castillo de naipes y esta, después lo sopla y lo derrumba juntando las dos manos alrededor de su boca. No puedo ser más infeliz, hay muchas, hay montones de mujeres, pero ella, ¡ay!, ella es la mujer de mis sueños. La que se me presenta todas las noches entre mis sábanas y viajo al otro plano con ella. Medio día no vivo y  a medianoche me desfogo con ella en medio de la madrugada, cuando mi alma y la suya se encuentran donde los caminos se bifurcan. Entonces y solo entonces, me siento verdaderamente correspondido.

Como si estuviese en mitad de la primera guerra mundial me encuentro, entre las dos líneas enemigas me sitúo y me escondo. Agacho la cabeza como un cobarde o como un precavido, quien lo sabe. A saber, todo para no ser alcanzado por ninguna bala perdida, que me lleve al bar del deseo y de las tentaciones. Me quedo quieto, me quedo parado, para que ninguna bomba cambie mi destino, un destino que a grandes rasgos está ya debe de estar escrito y no puedo escapar de él, “maldita sea mi suerte y sea también gloria bendita mi corazón, porque veo que lo tengo”.

Serpientes rojas, cánticos y más cánticos, alrededor de un círculo lleno de velas, es lo que me rodea. Serpientes negras, cánticos y más cánticos, a voces atronadoras es lo que me acompaña en la negritud de la noche cerrada de tal fecha, que no quiero recordar. Yo quiero correr, yo quiero nadar en la abundancia y bucear en la codicia y en la avaricia. Si hace falta haré un pacto con el mismísimo diablo, sí, escribo bien y a él me encomiendo y  es él el que me escucha y no sé si se me escurre, como una serpiente en pleno desierto de Gobi.

“¡Ja!, como una serpiente zigzagueo y me muevo entre el lodo del barro que forma la silueta del Ser humano. ¡Ja!, no envejezco, pero tampoco soy tan joven, que soy, que soy, si no el mismísimo Lucifer reencarnado, dentro de la figura de un hombre solitario”.

Bailan y bailan, los veo a través de la mente de aquel que escribe y que me da envidia y que me absorbe y que me sube la soberbia el saber que al nacer desde todo mi interior,  que yo soy “el mejor”. Bailan y bailan, pero a veces, solo a veces, la melancolía me envuelve, como si fuese un aura celestial y yo, intento deshacerme de ella y no puedo. Que será de la energía oscura y fría como un témpano de hielo, que ya no puedo soltarme de ella.

Es poderosa, es altamente tóxica y me enerva, pero a la vez me enoja. Deslumbra a todo aquel que osa mirarla fijamente, ¿quién puede ser tal Ser, quién es tan bella dama?, si no es la misma muerte disfrazado de ángel de Luz.
       
                       -  Acaríciame, resbala tu mano por mi rostro y descubre cuál es el tercer demonio en discordia.

¿Quién será quién me habla?,  ¡que sí, que lo sé!, y aunque no lo vea, observo y veo, noto sus caricias y ella, ella me llena de energía. Es como el amor perpetuo, es como el primer amor de juventud, que es cuando descubres realmente quien eres y lo que eres. Lo único que echo de menos es el poderte mirar a los ojos, sí, a los ojos, y decirte cuanto te deseo y te amo. Lloro y me desmorono, pero no puedo, yo no soy lo que soy, yo seré el que seré, porque el destino ya está escrito y pertenezco a ese mundo, un mundo tenebroso y frío, en el cuál tú no tienes cabida. Lo siento, lo siento de verás y dentro de mí, hace que me atraiga la energía propia de la vida terrenal, pero no puede ser así y sucumbo ante la realidad despierta de mi propio Ser.
      
                       -          No, no llores vida mía. Esta, es unos de sus sinsabores y yo no sé qué decir ni qué hablar, solo el deseo de amar me lleva a por la noche levitar y encontrarme a escondidas contigo.

“La música me hace soñar despierto, me hace flotar en un mar oscuro, pero en calma, no hay tormenta que cien años dure y por eso veo al final una luz. Es la luz de un faro, que se desdibuja entre la densa niebla que me ha llevado por caminos y rutas equivocadas. ¿Quién será, quién pondrá la vela, que se acuerda de mí?”
       
                        -        Soy yo, alma mía, soy yo, vente conmigo que no te voy a ser traicionera. Tengo en mi corazón todo el amor y toda la luz para los dos ser felices. Abre su propio karma, su propia alma y una luz renace y renace de la nada, haciendo que yo quede hipnotizado o al menos anonadado.

No puede ser, no se da cuenta, que yo no soy ángel de luz, que soy una serpiente negra, que no cambia de color como si se cambiase de chaqueta. Cierto, muy cierto es, que las serpientes mudan la piel, pero yo ya la tengo tan curtida en tantas batallas que ya no cambia. Qué sería de mí, si después de diez eternidades, cambiase de color...  Sería un Ser despreciable, y no por ella, que su luz me encandila, si no por todo lo que ello envuelve.

“No tengo espada mejor que la lengua, una lengua bífida, tal y como está escrito para que me lleve a los dos destinos. Cierto, muy cierto es, que puedo pisar los dos lugares, pero no sentarme a regocijarme y reír como si el mundo fuese mío y todo el mundo fuese como palomas que comen de mi mano”.

Recuerdos me vienen de mi niñez al decir tal frase, tal y como si fuese hoy y ya mi madre mayor, me llevase a dar de comer a los pájaros y yo, con mi inocencia propia, riera y cerrase los ojos, mientras me picotean las palmas de las manos. Vueltas, sí, siento que doy vueltas a mi alrededor y entonces y solo entonces, despierto y me veo de nuevo en el círculo de velas encendidas, miro al suelo y veo dibujado un pentagrama que me hace soñar de nuevo en mundo mejor.

Pero nada más lejos de la realidad, nada más lejos de todo aquello que quiero y deseo, se me acerca una serpiente. No es cualquier serpiente, esta, con alas y un cuerno en el centro me dice y me advierte…
      
                      -       No te dejes llevar por aquel o aquella que te llena de luz equivocada, ya que esta te destruirá y te aniquilará, no eres de los suyos, eres de los nuestros. Baila si quieres, flirtea con ella si es tu deseo, pero que no te arrastre a su mundo, ya que ese no es el tuyo. Baila, baila su danza, pero que su vibración no te llene tu alma y tu mente, ya que tu corazón está dolorido de amor y eso, eso lo sabe porque es sabia.

Las velas empiezan a apagarse al consumirse y ello me lleva a salir del pentagrama. Cuál es mi sorpresa, cuál es mi asombro al ver dibujado su rostro y pego un salto. Escucho como una voz me susurra y me dice y me habla…
       
                     -      ¡Jaris!, es tu verdadero nombre. ¡Jaris!, eres tú y nada más que tú. Sin ti la oscuridad no existe, eres tú el saber, eres tú la vibración y la continua lucha por el Ser humano. El día que tu cuerpo perezca, yo te esperaré adónde se bifurcan los dos caminos. Te cogeré de la mano aurora del amanecer y te llevaré conmigo a la fuente del caudal. No temas, que así será y la oscuridad se quedará sin luz que la guíe.

La imagen se desvanece como por arte de magia y la voz desaparece, todo queda en negro, en la oscuridad de una habitación cerrada, con las ventanas tapadas con cartón. No entra ningún atisbo de luz solar y yo, en un momento de desespero la abro, quito los cartones y abro las ventanas en par en par. Es todavía de noche, pero el aire, ¡ay!, el aire me entra por la nariz y yo inspiro a fondo y se me hinchan los pulmones, de tal forma que mi cuerpo dobla su tamaño. Pero no así mi alma y aquella serpiente que me avisaba, la veo por el suelo, da vueltas alrededor de mis pies, hasta que va cogiendo confianza y se me enrosca, subiendo, escalando mis piernas hasta mostrarse en frente a frente, diciéndome sin palabras. Solo sé que desperté, porque yo pensaba que era el zumbido de las abejas nuestro comportamiento y no, no es así, es el zumbido de la lengua bífida la que me alerta de los peligros y de la sabiduría que en mi conservo. Que en un sin saber, yo soy quien soy ahora, pero ya sé quién seré, y en cierta manera me asusta porque no sé si estoy preparado para ello. Todo depende de las circunstancias, pero solo sé que la Luz me ha tentado, como en su día la oscuridad tentó a quién tentó.

Ahora, seguro de mí mismo, cierro las ventanas y bajo a la calle y me mezclo entre la gente que camina ya por la acera. Paseo y paseo, hasta que sin darme cuenta me veo en mitad de una travesía, en medio una carretera nacional, en la mitad. Unos coches pitan, otros, simplemente me rozan con el aire que desprenden al pasar, pero yo ya no me asusto y sé quién me protege y por ello y nada más por ello, veo que sigo el camino verdadero.
       
                 -       ¡Lucifer!, yo nunca te fallaré y dudaré de ti. ¡Lucifer!, tú eres mi fuente de sabiduría, a tu lado siempre estaré´. Grito con los brazos en alto y los puños cerrados.

No tardan, no se hacen esperar la policía local, con sus luces y sirenas, me hacen despertar y volver a la Tierra. Paran el tráfico y me detienen, no me ponen esposas, no me atan, solo me acompañan a la acera, a lugar seguro, mientras restablecen la circulación de coches. Ahí, en ese preciso momento, me hablan y me escuchan, me aconsejan amablemente que me vaya para casa.
        
                     - ¿Vive cerca de aquí, no? Me dice uno de ellos, mientras mira mi carnet de identidad.
       
                    -   Sí, a dos manzanas, subiendo la cuesta, camino arriba. Le contesto yo, de forma sosegada.

Al verme de forma tranquila y apaciguada, me invitan a marcharme. Pero yo esbozo una sonrisa cómplice, cómplice con aquel que intuyo y percibo, pero que no veo. Al mismo tiempo, que el corazón me galopa a 120 pulsaciones por minuto y me digo, me pregunto, ¿cómo he hecho tal temeridad? Podría cualquier coche o camión haberme llevado por delante y me prometo a mí mismo no volver a hacerlo, el no volver a poner mi vida en peligro por ningún pretexto o circunstancia. 

Llego a casa, abro la casa, mi casa  o mejor dicho, la que era de mis padres y cogiendo un rotulador dibujo pentagramas en las paredes, dibujo pentagramas en el suelo, enciendo todo de velas.

¿Qué puedo buscar, si no la locura inversa?, es buscar un encierro si alguien se da cuenta. Todo es lleno de líneas y círculos, canto a la misma vez con la música a todo gas. Son las cuatro de la madrugada y los vecinos alertan a la policía, pero hábil de mí, antes que aparezcan apago todo, quito la música y al llegar los del coche patrulla y no escuchar nada y verlo todo en correcto estado, sin picar al timbre, sin molestar marchan. Yo sonrío, pero no pienso en mi locura.

No vivo solo, debo buscar alternativas o me veré encerrado una temporada en algún lugar no deseado. No escucho voces, no escucho los lamentos de aquellos que son torturados por ser unas sombras de la noche, solo veo serpientes rojas, serpientes negras en mitad de la madrugada de un día cualquiera de una noche cualquiera. Estas, me rodean y me susurran con su sonido en el oído, diciéndome, “ya eres uno de los nuestros”. Yo feliz, me digo a mí mismo, “ya soy eterno, ya pertenezco a los seres de la Oscuridad perpetua”, mientras veo que se alejan en el vacío de la habitación.

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