lunes, 20 de abril de 2020


                                                 JUEGOS PARALELOS

Somos unos campeones, somos los que somos, porque estamos fuera de secretos y tabús, qué más da lo que piensen los demás si uno se colma de felicidad. No intentamos seguir el juego de la vida, no intentamos ser lo que desean que seamos y somos nosotros mismos. Aunque las redes de los pescadores nos pescan y servimos de alimento, a la sociedad y al consumo. Somos de alguna manera, libres, libres de pensar y de actuar. Eso es al menos lo que se nos ve y lo que nos toca, cosa diferente es lo que se siente. Todo por querer engendrar y procrear, todo por querer ser familiar y monógamo. Hacemos todo lo posible por que así sea, pero hay algo dentro, algo oscuro que nos hace girar como gira la rosa de los vientos.

Viento del sur, dime que sigo por buen camino, que a mí me da igual perder el norte. Mientras no pegue bandazos de este a oeste y  me llueva las lágrimas de todo aquello que no deseo ni soy merecedor de ello. Quiero seguir adelante, adelante con mi vida, un poco diferente a la de los demás, pero mía.

Tira para adelante, lucha por la mañana y sé libre por la noche. Tira, empuja del carro que después llegará la hora de la ansiada libertad. Oscuro deseo es el del libre albedrío, que algunos lo confunden el libre albedrío con el libertinaje y no es así. La siguiente historia es ficticia, pero podría ser cierta, ya que seas hombre o mujer lo más seguro es que lo hayas deseado.

Todo es magia, los brazos se enredan unos con los otros, las manos rozan la piel de aquellos y de aquellas que son extraños y extrañas. Todo dura lo que dura toda la noche, hasta que vuelve a salir el Sol, ese que nos avisa, que nos devuelve a la vida programada. Sí, todos seguimos un patrón, todos seguimos un círculo que no deja de ser aburrido. Atraviesas el alma de la otra persona, te unes y te fundes en un placer cósmico. Todo depende y es ello lo que nos hace sumergirnos en la lujuria desenfrenada, una y otra noche, no sé hasta cuando, seguro que será hasta que sea uno anciano y ya no pueda valerme por mí mismo.

Un mes de cualquier año, tomaba una copa de cerveza en una terraza de un bar de la Gran Ciudad, podría haber sido en otro sitio, pero fue así. Observaba la gente pasear y yo saboreaba la cerveza, ya que son cuatro euros la copa y no todos los días me lo podía permitir.

Una linda muchacha, algo más joven que yo, se me acercó y preguntándome muy respetuosamente, se sentó conmigo y empezamos hablar.
      
                          -    Eres guapo, me atraes, no he podido evitar el sentarme contigo, aquí a tu lado.

Me quedé atónito, solo de pensar, hice el intento de quitarme el anillo de casado, ella se dio cuenta y con un gesto de la cabeza, me dijo que no, que no hacía falta. Con la mano derecha me acarició el mentón y mojándose el dedo pulgar, me lo pasó luego por mis labios.

La miré fijamente, pero no le devolví el gesto, solo le sonreí viendo sus preciosos ojos verdes. Me pudo, me hipnotizó, en aquel momento le hubiese comprado la joya más cara de la ciudad, le hubiera elevado al séptimo cielo sentándola encima de mí. Pero no fue así, solo ocurrió una cosa en ese momento, sus pies se cruzaron con los míos y me susurró al oído con una voz melosa.
       
                       -         ¿Estás seguro, no quieres probar algo nuevo?

Por ser cortés la invité a una copa de cerveza, ocho euros, pero me daba igual. Estaba en un momento dulce de la vida, en uno de esos tantos que hay tan pocos. Estuvimos un buen rato, el tiempo cálido del verano hacía presagiar el calor que hacía y además de que la temperatura en el ambiente iba subiendo de grados. Pasó una hora, el atardecer se hizo presente en la luz del día, pero para mí había pasado un solo instante. Entonces y solo en ese momento, se hizo en mí el pensamiento de mi mujer en casa, quise poner una excusa para marcharme, pero ella me posó la mano en mi antebrazo y guiñándome un ojo, me dijo.
       
                        -        ¿Nos vamos?, vivo en un piso pequeño aquí al lado.

Por un instante me temblaron las piernas y el corazón empezó a bombear y a cabalgar por su cuenta. Pagué los ocho euros, hasta el camarero me dijo “gracias señor”. Estaba de suerte, por dicha o por desdicha me encontré en tal situación. Volaba, no notaba la acera al caminar, me cogió de la mano y andamos cinco o seis minutos. La verdad es que no lo sé, solo la seguía, solo andaba hacia un nuevo mundo, una nueva puerta estaba a punto de abrirse y no era solo la de su pequeño piso en el centro de la Gran Ciudad.

Todo estaba a punto de comenzar, ya en su casa, ella se quitó primero los zapatos y yo la camisa. Nos fuimos besando, mientras nos rozábamos con la pared, hasta que al final caímos, como el que tropieza en su cama. Una cama grande, donde podíamos compartir todos nuestros juegos y fantasías. Como el que juega a ser amantes, nos quedamos los dos desnudos, echó la persiana y abrió la ventana. Hacía mucho calor y mucho más que iba a hacer.

Me hizo atarla, con unas medias le hice unos nudos en los brazos al cabezal y guiñándome un ojo me dijo que se los tapara con un pañuelo grande que tenía en la mesita, así lo hice y me dejé llevar. Gritaba, gemía como un animal en celo y eso, eso me encantaba. Los sudores se mezclaron, no hubo velas, no hubo perfumes de precios de saldo, todo fue un juego. Nos divertimos, no nos hicimos preguntas, solo fue el deseo carnal y sexual, el que desencadenó la euforia del deseo. Yo la besé y ella me dijo que no habría un mañana sin mí, yo me sonrojé, no estaba acostumbrado, todo era nuevo para mí y parecía un joven todavía virgen, que no sabía nada del juego del deseo y cuando este se terminó, acabamos los dos en la ducha, yo la enjaboné con mis manos al mismo tiempo que la acariciaba. Ella no, era demasiado egoísta y secándose fuera de la ducha, me dejó solo. “No ha estado mal”, me decía a mí mismo. Era la primera vez que rompía la fidelidad de mi pareja y no sabía cómo decírselo u ocultárselo.

Marcaban no sé qué hora del reloj del comedor, miré a mi alrededor, todo eran fotos y recuerdos. Recuerdos con mi mujer, recuerdos con siempre la misma compañera. Miré por una de las ventanas de la casa y era otro cuadro, lo que pasa es que este era con movimiento, era ella y nada más ni nada menos que ella, mi amiga, compañera y hasta este momento mi única amante. Pisé fuerte el suelo, y abriendo la puerta trasera, me dirigí a donde estaba. Me quedé quieto, con las manos ahora inquietas y yo de los nervios. No sabía la reacción, de cómo iba a sentar la pequeña aventura.

Me acobardé y no le dije nada, me vio eso sí nervioso y se preocupó y me preguntó. Le mentí, le solté una mentira y seguí pasando las tardes con la joven muchacha. Pasó el verano, pasaron los meses, unos meses de desenfreno y llenos de lujuria y fantasías ocultas. Cada vez había menos por que descubrir, tanto que nos llevó a la rutina y fue ahí cuando decidimos dejarlo de mutuo acuerdo, ya que la diversión se había acabado y todo era una simple repetición. Era el momento de callar para siempre o hablar, así que iba pensando la historia como contársela, iba hilvanando las frases de la mejor manera, para que no me dejara solo.

Llegué como siempre a casa, solté las llaves en el cenicero y la llamé por su nombre, pero no sentí respuesta alguna. Miré en la cocina, miré en la habitación y allí aparté la cortina y desde arriba la vi. Podaba el pequeño jardín de nuestra casa en las afueras, ajena a todo, ella era feliz. Siempre fiel, siempre confiando en mí. Solo fue una noche, que llevó a otras noches, pero mi amor, mi dulce amor solo fue mi verdadera mujer. Nos conocimos muy pronto y descubrimos todo juntitos, dentro de nuestra juventud. Maravillosa juventud, no teníamos hijos porque así lo decidimos, decidimos querernos, decidimos amarnos. La muchacha solo fue unos ratos de placer desenfrenado o al menos eso creí yo. Entonces y solo entonces me vino a la memoria, viejas aventuras clandestinas a la hora de marchar, de dejarla en casa de sus padres y que con un pequeño beso, nos despedíamos con un “hasta mañana”.

Me acuerdo cuando le escribía cartas de amor, que luego se las leía a su lado, otras se las echaba en el buzón. Anna, era su nombre, una mujer liberal pero al mismo tiempo muy clásica. Solo un hombre, solo un marido para toda la vida y yo, al principio era igual, así. Ahora ya no sé qué creer, no quiero ser, no quiero ser un mentiroso.

Cada vez que volvía a casa me cambiaba de camisa antes de entrar, no quería hacerle daño y es que al final no fue cuestión de un día, fueron meses, meses de pasión y de engaños. Ella era más joven y me hacía recordar viejos tiempos, aparte de que con sus juegos sexuales me tenía siempre tentado. No fue cosa de una vez y las camisas llegaron a terminarse y un día de cierto mes, se lo conté todo.
       
                        -       Anna, siéntate. Te tengo que contar una cosa, tengo y estoy en la obligación de decirte que te he sido infiel. Sí, querida mía. Todo comenzó por el juego de una tarde, pero ya ha acabado. Aunque no sé si terminará o seguirá, pero a ella no la amo, solo la deseo. A ti sí que te quiero como alma gemela que eres, decidimos no tener hijos y lo hemos cumplido. De lo demás no decidimos nada, porque lo dimos por hecho. No sé cómo vas a reaccionar, pero yo te quiero a ti.

Se hizo el silencio, ni los pájaros se escuchaba su cantar, solo el sonido de los aspersores rompía el silencio. Me abrazó, sí, me abrazó. Me sorprendió, ya que no sabía que fumaba y ella se encendió uno, le pegó una calada y echando el humo. Me volvió a sorprender con su respuesta, ya que esta no me la esperaba.
      
                       -     ¡Juan!, amado Juan. Déjame que te coja de las manos, mira, mírame a los ojos y verás que no estoy enfadada, al revés, estoy contenta, estoy contenta porque has sido sincero conmigo.

De las manos, llegamos a los labios y de los labios a la cama. No me lo podía creer, fue la mejor tarde que había tenido en años. Todo lo que hacía con la muchacha era solo deseo carnal. Pero con Anna, ¡ay!, con Anna era amor del bueno. El sabor de sus besos eran completamente diferentes y todo llevó a un estado de amor incondicional. Habíamos casi terminado, cuando yo, estando encima de ella me tapó la boca y me dijo.

          Preséntame a tu amante, dime quién es, quiero saber lo que se siente.

Como si hubiese una carretera que me llevara al mismísimo infierno, me quedé congelado y no me lo pensé dos veces y sin dejar de estar encima de mi mujer, llamé por teléfono a Elisa, sí, Elisa se llama.  Estuve un buen rato hablando con ella, mi esposa escuchaba con atención al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa cómplice. Accedió, dijo que sí, quería que nos viéramos los tres. Todavía me tiembla el pulso al recordar tal momento.

La terraza estaba llena cuando llegamos, por suerte Elisa estaba sentada al lado de una mesa, así que cogiendo dos sillas, le presenté a la que era mi verdadero amor. Se saludaron con la mano, lo de darse dos besos lo dejaron para más tarde. Todo evocó en una tarde placentera, con juegos de pies descalzos por debajo de la mesa, haciendo que los tres fuésemos a evocar en un verdadero conocimiento de nosotros mismos, sin malas artes ni malos tabús. Todo acabó como acabó o mejor dicho, todo empezó. Ya que mi amor se convirtió además en cómplice de mis más altas pasiones y no fueron ni dos ni tres las veces que nos vimos, haciendo de ello un juego, un maravilloso juego.

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