sábado, 1 de diciembre de 2018

                                                     Cuento de Navidad

Así nace de valiente la Navidad, coincidiendo con el frío invierno. Así nace llena de luz y de alegría, dándole  un beso y un abrazo a todo aquello que tendría que significar ser feliz. Tú, no te escondas detrás del árbol, que te veo venir. Eres la nieve, la incansable compañera de las luces, de las canciones y villancicos.

Todo depende de por el cristal que se mire, no es lo mismo un piso en Manhattan, que un piso a las afueras de New York. Como tampoco se vive igual,  solo, que mal acompañado, todo es relativo. Todo se puede encender y no solo las velas rojas que adornan la mesa en tal fecha. Quizás en un ayer, cuando yo fui niño lo viví, ya no lo recuerdo, ha pasado tanto tiempo qué…  Hoy no me escondo, pero sí lo hacen detrás de la cortina los más pequeños de la casa, se hacen los invisibles para ver dónde escondemos los regalos. ¡Sí, tú que me quieres te lo demuestro con este presente!  Sé que existe un pasado ya lo sé, el mayor regalo que te puedo hacer es un futuro lleno de cariño y amor. Vive el presente, como si este fuese un instante. Imagina que no hubo ningún ayer, imagina que lo que sueñas,  se pueda lograr y lo puedes llegar a alcanzar y tener. Juega a la lotería, bebe hasta saciar tu sed, y come hasta saciar tu gula. Pero haz un recuerdo, un minuto de recuerdo para aquellos que padecen hambruna.

Sueña y sueña, descansa que el 25 de diciembre se celebra en casi todo el mundo. Despierta y mira a través de la ventana, como la nieve cuaja, haciendo del camino un manto por el qué se ha deslizado en su trineo Papa Noel. Este hombre, para el cuál no pasan los años, que se ha quedado en un agradable abuelo, que viene desde muy lejos y que, entrando por las chimeneas y ventanas de las casas, hace ricos de amor aquellos que son pobres de dinero. Todo es sencillo,  todo es mortalmente adecuado para un cuento de Navidad, un cuento terrorífico, dónde te harán temblar las piernas y no podrás moverte del asiento. No es una carta de amor, es un mal sueño o una pesadilla, que es o quién es aquel que perturba una noche de reunión. Un gato maúlla,  ¿será Charles Winston?

Veo a mi lado una silla vacía, pregunto y me dicen, que es de Charles Winston. ¿Dónde   está?, pregunto sin mucho acierto, ya que la respuesta es que es de un muerto. De un fallecido hace ya diez años y que siempre vuelve el día de Navidad. ¿Me lo creo o no me lo creo?, todo depende de cómo se tome el tema y si quiero llegar a comer el  cordero que hay en el horno. ¡Qué más da!, después descubro que había sido un celador, un asesino de ancianos y yo me cago, ya que voy a cumplir la ochentena.

Ya no quiero Navidad, ya no quiero regalos. Les digo asustado y aterrorizado.

Me largo, me voy a la habitación que me han preparado para estos días. Tumbándome mirando hacia el techo, me quedo inmóvil mirando a la bombilla. Me recuerda, a dónde duermo, a dónde paso el año, que no es en otro lado que en un triste asilo frío y húmedo. No se dan cuenta, pero la vida es así, unos días en Navidad y se sienten tan contentos. No hacen más que hablar del asesino en cuestión, en cómo los perseguía a la luz de las farolas y en la penumbra de las habitaciones. Como un gato, como una serpiente sigilosa se movía y las acechaba. No paran, siguen y siguen hablando de él. Tanto, que Charles Winston se revuelve en la tumba, hace un ocho con la cruz de la tapa, no quiere nada con esta fiesta. Incluso araña con sus ya largas uñas, el ataúd donde está metido. Grita su alma, pero ya no tiene garganta para ello y no puede salir.

Martillo en mano, clavo una cruz en la pared  y le doy la vuelta, la coloco mirando para  abajo.

Mi mejor regalo, es tu propia muerte. Le susurro al viento.

La tristeza me invade, no sé el porqué de mi amargura y abriendo la ventana de par en par, me asomo a ella. Allí está, no es Charles pero tiemblo, no sé si por el miedo o por el frío que entra de golpe. Me llaman, dicen mi nombre para que vaya a comer, pero se me ha cerrado la boca del estómago y no creo que sea capaz de probar bocado.

La gente circula, la gente camina abrazada. Me revuelve de golpe la barriga verlos tan felices y la cierro de golpe, tan fuerte, que se rompe uno de los cristales.

Maldita sea mi suerte. Digo, cerrando los puños en alto.

Recojo los pedazos de cristal, como si estos fuesen los de su propia alma. ¿Pero, tiene alma, Charles Winston tiene alma?

Yo, en un tiempo atrás, había sido muy feliz. Ahora la amargura y el desgarro me envuelve por dentro volviéndome muy frágil. Demasiado para mi edad y me meto en la cama vestido, solo me quito los zapatos y escucho de fondo las risas y los griteríos de los niños.

¿Porque, tengo que hacerme viejo? Le lloro a la almohada.

Deseo que todo no vuelva a empezar, que todo termine, que llegue el siete de enero y todo quede en un recuerdo. No mayor dolor, que de aquel que se muestra ausente y no se deja ver, ignorando cualquier tipo de presencia ya sea de este mundo o de otro. Quizás sea de Marte, quizás de Neptuno o de Plutón.

Solo miro al cielo oscuro, dominado por las estrellas, buscando a Charles Winston. Me imagino  que en una de ellas se esconde él y qué se tapa para no mostrar su lado más tierno. Y es qué, me diga aquel que no se le enternece el corazón en Navidad. Solo    habrá que esperar a que el mundo vuelva a dar la vuelta otro año, para volver a ser festivo e ir diciendo y felicitando las fiestas, que los niños y los más grandes esperen los  regalos. Estos, envueltos en papel celofán son abiertos de manera ansiosa y sin espera, buscando aquello que más deseamos. Sin darnos cuenta, que lo que queremos lo tenemos  al lado y es el que nos hace el presente.

Esperemos que el futuro sea tan bueno, que después de un pasado tan incierto y tan maldito, las rosas siempre sean rojas. Rojas o negras, según sea el color de la Luna, está incierta, se burla siempre del Sol. Vive libre, que a mí, a mis ochenta ya veo al de la guadaña venir. No sé, a lo mejor es Charles desde la tumba el que viene por mi cuerpo, porque mi alma tiene dueña y esa es Rosa, mi fiel y desleal compañera. Se marchó primero, dejándome en la soledad conyugal. No estoy enfadado por ello, pero espero que esté allí, al otro lado para recibirme.

Charles, Charles Winston es mi nombre. Entro en tus sueños y mientras duermes te paso la guadaña por el gaznate, pero no temas, no quiero todavía llevarme contigo. Duerme, descansa, mientras comen en la sala. Tú, ya has cumplido, has puesto tu grano de arena en el mundo. Creaste junto a tu mujer a tus hijos y ahora ellos crean a los suyos. No vengo por ti ni por envidia ni por venganza, solo vengo a decirte que la Navidad es lo que es y no se puede cambiar. Solo es una etapa del año en donde todo es ilusión y alboroto. Cenas y más comilonas, para juntarse todos. Los amados y los enemistados, los queridos y los deseados, todos juntos alrededor del mismo mantel.

Sudor frío es el que me cae, el corazón en vez de latir, galopa como un caballo de carreras. Todo ello, me lleva a una situación que no puedo dominar y el infarto no lo veo venir. Un dolor fuerte en el pecho me entra y se me bloquea el brazo. Llamo, pido auxilio pero nadie viene y de pronto siento calidez, me siento libre y vuelo, vuelo por la habitación mientras veo mi cuerpo yacer en la cama. Me asomo a la sala, todo es comer y comer. Los niños juegan y corren, todo con un frenesí propio de un día tan festivo. Mientras, ahora veo a Charles en la silla vacía. Pero lo que me choca que ahora, en la que yo estaba sentado no veo a nadie. Me acerco y tomo asiento y veo como un agujero en el aire. Es como el de un ciclón que me quiere absorber. Entonces Charles me dice…

Ve, no tengas miedo, tú ya has hecho lo que debías a hacer, ahora dejarán otra silla vacía alrededor de la mesa. Ya lo verás, solo debes esperar hasta el año que viene. Descansa y si ves a tu mujer, mézclate con ella, formar una sola luz. Demostrar al mundo,  en este y en ese, que el amor existe y no hace falta reunirse una vez para saberlo. Eso se sabe todo el año, por los siglos de los siglos. Así qué feliz Navidad y nos vemos el próximo.

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