La montaña
del deseo.
Que cambios pega la vida de un día para otro,
que esta queda marcada en la piel. Como unas cadenas de la esclavitud eterna,
quedan sus señas y sus trazos en las manos de aquel que se cree a salvo de tal
destino. Víctima del deshacer de ella,
sigue su camino, anda despacio, camina tranquilo. Llueve a cántaros dentro de
la cabeza del gran hombre, llueve y llueve desconsoladamente. Las lágrimas le
resbalan y como en un momento de desamor se acuerda de su mujer querida.
Han pasado cinco años desde la última vez,
pero para él es como si hubiesen pasado cien. No entiende, no comprende ella de
que todo fue un error, que la joven que se interpuso en su camino alegre, solo
era una hembra de la vanidad y de la discordia. Como soldado del destino, busca
su espada. Esa que le fue arrebatada, como lo fue también su esposa y madre de
sus dos hijos. ¿Cuál será el sendero a seguir, cuál será el camino menos
empedrado para ir descalzo y seguir y ser todo lo transparente que se puede ser?, el Sol abrasador le quema el corazón puro,
volviéndoselo negro como el humeante carbón de una chimenea.
Un solo segundo, para un perdón eterno. Solo
una mirada, para un abrazo sin final lleno cariño y de calor. Frío, ha pasado
mucho frío, frío espiritual y el frío del desamor. Solo el deseo carnal le
llevó a subir a la montaña. Solo quería saber de verdad, si eran ciertos los
rumores. Que había arriba, que habitaba en el pico, una mujer de tal belleza
que hipnotizaba hasta al más terco y al más gruñón. Pisada a pisada, marca el surco. Pisada a
pisada, como la rueda de un carromato que pesa 3 veces su peso, marca la
hendidura y va bajando, bajando la ladera de la montaña. El reflejo de la Luna,
le hace un guiño desde lo más alto. Sí, desde el pico de esta, donde se
encuentra la dama de su desconsuelo. Bella entre las bellas, no sabe, no
acierta a saber, el destino de aquel que se echó a perder.
Todo camino, todo viaje es recordado y
enmascara una incertidumbre. Quién sabe realmente el destino de aquello que no
estaba escrito. Rápido, rápido le dice su mente, le dice su yo personal, ese
que es y siempre será su verdadero amigo. “Sueña,
sueña despierto y volverás a tocar el cielo con la punta de los dedos”. Se
abraza a sí mismo, como si le diese un retortijón el estómago cruza los brazos
alrededor del abdomen. “Sueña, sueña que tu mujer te espera, haciendo que cose
y cose, algo que es de tu propio Ser”
– No
te deprimas. Le dice una voz que resurge
desde la oscuridad.
Intenta ver, intenta lo que no se puede
conseguir por mucho anhelo que tenga. Qué más da, todo el mundo busca su amor y
su bienestar. ¿Quién hay detrás de la cortina
transparente? Esa, sí, la que parece engullirnos cuando muere nuestro
cuerpo. La decepción se adueña de su Ser y las nubes
de la depresión emocional oscurecen
cualquier visión de la luz fuera de un túnel que no es cercano. No tiene
amistades, no tiene ni mujer ni hijos, todo le ha sido arrebatado. Suenan al
fondo, claman desde el horizonte por el vivir del hombre en cuestión.
Como una serpiente de cascabel se enrosca y
erigiere. Su lengua bífida le atraviesa el tímpano del oído derecho,
provocándole tal sordera, que le deja cegado por el deseo carnal. Todo es vicio
y lujuria. Todo es el deseo de hacer suya a aquella que se adueña del cuerpo
del hombre. Todo es en vano y sucumbe a todo el sexo prohibido. Todo es en
realidad un sueño. ¿Qué será de verdad lo que importa? No se sabe, nadie ha
bajado de la montaña, de la montaña del deseo.
Música es lo que suena entre las nubes bajas,
deja ver el pico de la cima y la Luna brilla, haciendo que el reflejo del Sol,
provoque una visión espectacular. Todo son susurros, deséame, deséame.
No sabe su nombre, pero ella sí el suyo y le
habla y le dice en voz baja, tan baja que parece el sonido del viento cuando se
cuela entre las rendijas de las ventanas. Pero aquí arriba no hay de eso, aquí
o allí, solo hay piedras y un pequeño fuego que sobresale desde la copa de un
árbol.
– David,
hombre dulce. Tú eres mío y yo seré tuya, sucumbe ante los placeres del
anochecer perpetuo. No me preguntes la edad, te podría asustar, pero tú cabalga
dentro de mí como un joven mancebo de veinte años.
Asustado y tembloroso, inquieto e impaciente,
la acaricia suavemente, haciendo que todo en él se turbe. Solo obedece y
cabalga, cabalga dentro de ella como si fuese deprisa y acelerado por la ancha
estepa.
– No
corras, tenemos tiempo, todo aquel que nos dé el reloj de arena, ¿qué cuánto
es? Quien sabe, a saber.
El fuego del árbol se hace más vivo, llegando
incluso a eclipsar aquella que es princesa de las estrellas. Todo suena a ritmo
de blues, todo suena a ritmo sensual, una sensualidad que no se desvanece, como
tampoco lo hacen las bajas nubes. Estas cierran el paso, entre la espesa niebla
del valle. Llaman desde los cielos, los emisarios de
aquel que porta la dicha y la alegría. Suena y resuena el tambor de aquel
ejército que no es otro que aquel que le llena el corazón. Muchos dicen, muchos
hablan, pero quién sabe quién tiene razón, solo él sabe ya la verdad, la única
verdad de todo aquello que existe. Que existe y tiene vida y por lo tanto es
dueño de su pensamiento y de su saber, que no desconoce el peligro y las
adversidades. Que conoce y reconoce a todo aquel que actúa con codicia y
maldad, todo ello no es lo que es, solo es lo no es.
Resurgen desde el suelo el sonido de las
tempestades, ¿de dónde provendrán, que retumba desde lo más profundo de la
Tierra? Como un volcán en erupción, resuenan los clarinetes de aquellos que
presagian el fin de todo aquello conocido. Le tiemblan las piernas, se le
doblan las rodillas, miedo, pánico siente y desde el suelo se resiente. Todo
tiembla, pero no se espera ni ningún terremoto ni ningún tsunami.
– ¿Quién
eres tú? Que te crees el rey del mundo. ¿Qué te crees que eres? Cuando pisas el
mismo suelo inframundo que yo.
Como si estuviésemos en un tablero de ajedrez, como si fuese un tablero
de jugar a las damas, sueña con bailar conmigo. Yo no la dejaré, solo es una
joven mujer, que se cree que cualquier hombre le será fiel. Todo ello se
desvanece como el humo de un cigarrillo y se disipa toda duda de la que es y
quien es.
– Hombre
de una sola mujer, vuelve con ella, pero no mires para atrás. Si lo haces te
puedes quedar tentado y enamorado de mí. No confundas mis encantos con los de
ella, ya que ellos son muy diferentes a los míos.
Se hizo la madrugada y la Luna, esta saludó a la oscuridad, haciendo
que el camino de vuelta fuera visible. Sendero a sendero, camina y camina, pero
no a paso ciego. La Luna refleja la luz de un Sol que comparte el día y la
noche, haciendo que todo sea más benigno y sea más dulce, tan dulce como el
beso de aquella que es compartida. Se suena la nariz como un niño chico, deja de
llorar y mirando al frente, se encuentra
con aquel que no levanta más de un palmo del suelo. Este le dice su
nombre con voz atronadora, tan fuerte es esta que le retumban los oídos. Le
mira, no puede salir de su asombro, cuando ya lo tiene sentado en su hombro
izquierdo. Le dice, le susurra ahora con voz suave. Que es el mismísimo
demonio, disfrazado de aquel que no es pero sí es.
– No
llores tanto, que vas a desbordar el manantial de la risa. No gimotees y
alégrate, que vuelves a casa, bajas de la montaña y de las nubes de Orión.
¿Quién no te dice que eres rico? Mírate las manos, ahora las veis vacías, pero
dentro de poco, dentro de un rato, acarician la piel de tu querida esposa.
Sonríe a su derecha y mira hacia su izquierda,
ya no ve nada, ya no hay nadie. Ni a izquierda ni a derecha, solo, solo se mira
los zapatos llenos del barro de la vergüenza. La vergüenza de haber caído en el
arroyo y en el lodo. Solo las manos del perdón limpiarán su sin razón.
Como cabezazos en un muro de hormigón son sus
pensamientos y su arrepentimiento. Clama a los cuatro vientos, este u oeste,
norte o sur. Qué más da, el sigue recto, bajando hacia lo que había sido su
hogar. Todavía suena el eco de la voz de tal bella mujer, todavía suena el
quebrar de las ramas encendidas del fuego en el árbol que le iluminó en tal acción.
Todo, total no sabe porque es, pero en un segundo, como si fuese un cohete a
reacción, siente una mano otra vez en el hombro. Se enoja, se enfurece, y con
rabia suelta una voz, pero la cara le cambia, como de la noche a la mañana,
como de la oscuridad al ver la verdadera luz. Es la mano de su mujer, la que le
aprieta en el lado izquierdo. Mientras, sin darse cuenta, se ve sentado
moviendo con una cucharilla el café de la taza de barro. Barro que no es tierra
ni arcilla de la montaña. Solo ha sido un momento y sopla y resopla, mientras
pide perdón y mira al techo. Se levanta de la silla, se pone derecho y dándole
un largo beso, sella y se hace falta le hace un lacrado a todo aquello que
verdaderamente desea, como si fuese un sobre en el cual está el verdadero amor.
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