Déjame que
te meza
Bryan, un bebé de cinco meses. Duerme plácidamente en su
cuna, mientras su madre, Johana, pasa la fregona por el piso. Un piso de
alquiler de las afueras de New York, caro, para las posibilidades para una
madre soltera.
Trabaja a media jornada en un supermercado del barrio y saca
adelante como puede a la criatura. Su padre, oficial de la Armada, no lo
reconoce como suyo. Ya que él está casado con otra mujer y no quiere romper su
relación ni asumir la responsabilidad que le toca. Johana ve todos los días de la semana, como se esfuma su
tiempo, como se consume un cigarrillo, cada vez que no está con su hijo. Solo
una anciana vecina le hace de canguro gratis y por corazón. Ya que no tiene a
nadie más, que se quiera hacer cargo. Niño que llora, se le mece para que se duerma. Niño que yo
llora, se le amamanta con el biberón siempre templado. Ajeno a todo, duerme y
descansa, mientras su cuerpecillo se prepara para su crecimiento. Ayer 60cm,
hoy 65cm. Quien sabe mañana, eso lo sabe mejor la señora anciana. Que a sus
años, está más que acostumbrada.
Es verano y tiene la ventana abierta para que se le seque
antes el suelo, escucha las sirenas sonar en un barrio, de por sí conflictivo.
Se despierta el niño y su llanto se mezcla con el sonido de los coches de
policía. No se escuchan disparos, no se escucha ninguna reyerta. Pero ella
sabe, sabe y calla. Calla porque no le queda más remedio, no tiene a donde ir. Sola con Bryan a donde va? No sería bien vista, una madre soltera. Con
que acaba de fregar y arropa al niño, para que no se resfríe con el aire que
entra de la calle. Ahora sí que escucha el correr de unos cuantos, mientras los
policías les dicen “alto”. Pero ellos no paran y se escapan, se escapan y se esconden. No se sabe donde, nadie dice
nada. Ella ya no mira por la ventana.
Después de todo, piensa en que no se vive tan mal. Que al
menos tiene un hijo, un hijo que quien sabe si en un futuro. Tiene un padre y
ella un marido y que el pequeño piso de alquiler, se respire el mismo ambiente
que en una casa grande. Pero este, al ser más pequeño, se llene y se respire
más rápido de un aire más noble. Ella es joven, pero a nadie le dice su edad. Solo saben que
es lo suficientemente mayor, como para cuidar y proteger a un bebé de meses.
Pero no deja de soñar y que alguna vez, cuando suene el timbre de la puerta,
sea porque viene ese hombre que tanto anhela. Mientras que no lleve uniforme ya
le vale, mientras no sea un viajante y un charlatán, le abrirá la puerta y no solo
la de su hogar. Ella no puede cantar “libre”, pero no le importa y tampoco
le angustia. Porque, gracias a su pequeño, ya sabe lo que es el querer. Se
sienta al lado de la televisión, la tiene en voz baja para no molestarle y
piensa y sueña que su voz será recibida por alguien, por alguien que la ame y
que no le importe adoptar como suyo el niño que ahora duerme. Porque en un
piso, ya sea de un matrimonio o madre soltera, solo cuando callan se encuentra
la paz y la calma. Quizás, alguna vez se rompe por el sonido de la calle.
Todo en silencio y pasan las horas y llega el momento de ir
a trabajar. Para no perder la costumbre, avisa a la anciana. Esta, en poco rato
ya está arropando al niño en la cuna. Lo tiene todo a mano, lo tiene todo
preparado. Pero por si acaso, se lo recuerda Johana sin olvidar de decirle el
número de teléfono. Un día, otro día, todos los días son iguales y es que
trabaja hasta los días de descanso. Es mucho esfuerzo, para tan poca
recompensa? Si no pensamos en el futuro que ahora descansa, solo duerme y come,
come y duerme.
Ventas de pan, a altas horas de la noche. Solo venta de
alcohol a aquellos que ya no son tan jóvenes. Mira a través de la cristalera y
ve la gente andar por la calle. Se pregunta si no tendrán casa o lo que tienen
en ella, les hace salir y escapar, intentando despejarse y romper la discusión
o la monotonía. Y es que después de los años de pasión, llegan los años del
cariño y del respeto y sin ello no hay matrimonio completo. Los hombres salen y
se juntan con sus iguales. Las mujeres, más caseras. Se mecen, mientras hacen
algún jersey o bufanda. No sin olvidar los colores, que colores? Ella se
imagina, pero vuelve a la realidad al tener que atender a un cliente. Barra de
pan, pan para cenar. Cenar algo, algo que comer, para luego dormir. Que descanso hay, si mañana será un día igual. Ella piensa
en sus ratos, se ausenta mentalmente mientras no viene gente. Solo la esperanza
y la alegría de abrazar a su retoño, le hace mantener la sonrisa mientras
trabaja.
Solo la noche hace de paz y sosiego. Solo el amanecer hace
que ella descanse, qué más da. Por los
amaneceres se acerca la cuna a la cama y duerme, duerme cerca de él. Suele ser
tranquilo y la deja descansar. No suele despertar a su madre, como no sea por
comer o por la humedad del pañal. Descansa abrigado en una mañana clara en la
que hasta las farolas apagan sus luces. Salen entonces los perros con sus dueños. Tiene la hora
cambiada o no sigue el ritmo de la vida diaria de manera normal. Bryan llora,
al escuchar a unos canes. Ella se despierta, pero con una sonrisa le mira y le
observa, solo el pañal mojado. Se levanta somnolienta y en pocos minutos lo
deja como antes. Solo el bebé le quita el sueño, solo el bebé le roba el
tiempo. Ni el super, ni sus pensamientos. Solo el llanto del niño le hace de
despertador. Cambiado y preparado, vuelve a acunarlo y vuelve a la almohada. En
principio hasta las dos de la tarde, no tiene nada mejor que hacer que dormir y
velar por la paz de su hijo.
En sus sueños se encuentra con un guitarrista y un vocal,
uno le hace música en su corazón, el otro le susurra al oído. Por quién
decantarse? A quién elegir. Quién sabe. Uno es alto y moreno, el otro más
musculado y con una buena mata de pelo negro. Pasan las horas y las dos dan
pronto en el reloj, ha sido corto el viaje del amor. Pero no le molesta, solo
piensa y mira, la cara inocente del niño en la cuna. No volverá a cometer el
mismo error, no permitirá que ningún hombre le venga con música de amor o
palabras bonitas. Solo con hechos de los que pueda creer y ver de verdad a un
hombre sincero. La anciana le dice una y otra vez, que viva pero que no crea en
ninguno. Porque ninguno dice la verdad y en lo que piensan es en lo que piensan
y que para uno que la quiera de verdad y sea verdadero, no vale la pena porque a
la larga por culpa del destino se quedará sola y viuda.
Johana no cree en ello y sigue soñando mientras prepara la
comida, un plato para ella y un biberón para el pequeño. A veces, sin querer.
Le vienen recuerdos, recuerdos de un ayer que nunca volverá. Sin querer, sin
querer olvidar se le cae un plato al suelo. Lo mira y remira, solo ve sus
trozos rotos como su corazón. No quiere llorar, pero las lágrimas le rodean el
rostro en pocos segundos. Que ha hecho ella para merecer tal destino, lo único
que saca claro es su hijo. Bryan se hará mayor seguramente sin un padre y
ayudará a su madre. Johana de donde sacará la fuerza y la voluntad de vivir, si
no de ver a su retoño. No agacha los brazos y lucha como en una competición de
boxeo. No deja de golpear y bailarle a la vida, para que esta no pueda con
ella. Recoge los trozos y tirándolos a la papelera, echa un suspiro, un suspiro
de esperanza. Con el paso de los minutos y de las horas, se acerca el
momento de volver al tajo. De volver a la rutina, se siente como un ratón en
una rueda. Una rueda que no para de rodar y rodar. Esta vez, va a ser
diferente. Aunque sea vistiendo el uniforme del supermercado, se pinta y se
peina, no haciéndose un moño. Se dirige al local, los hombres casi no la
reconocen. A ella le da igual, no quiere nada con ellos. Ella sabe ser paciente
y espera, espera a alguien, no sabe a quién, pero le espera.
La anciana no tiene aliento, para verla correr en contra del
viento. Del viento y de la vida, ella no sabe, porque la mujer no dice. Pero
sabe que hace lo correcto, porque la belleza, al igual que la juventud es un
suspiro y quiere y desea que viva. Porque ya habrá tiempo para el descanso y el
pasar de largo. Pero los hombres que se acercan, no son merecedores de tal
mujer y ella lo sabe. Pero quien dice, que por esa puerta o a través de la
cristalera la mire un hombre de verdad. Que le haga vivir y vuelva a sonreír de
amor, porque ello no tiene fecha de caducidad. La noche se hace larga, solo
venta de alcohol y de pan, más de lo primero, pero a ella le da igual. Está
echando un bostezo, cuando entra el primer rayo de sol. Mira la hora y suspira,
las siete. Ficha y se dirige para casa, hora de salida, hora de entrada para
algunos. Todos se cruzan por el camino, pero ninguno se saluda. Unos por
cansancio de la jornada, los otros por el madrugar y abandonar el lecho y la
almohada.
Nubes de tormenta acechan, aire húmedo de agosto se respira
en el ambiente. Todavía queda para el otoño, pero ya vienen. Ya vienen y pican
a la puerta las primeras lluvias. Echa a correr y al llegar al barrio, echa la
mirada hacia arriba y ve la persiana subida, pero la ventana cerrada. Respira y
sube por las escaleras. La recibe de la señora del piso, es día de pago, de
pago del alquiler. Ya no se acordaba, lleva dos meses de retraso y ya le vence
el contrato. No tiene palabras con las que defenderse ni dinero suficiente. Eso
irrita a la dueña, que la amenaza. La anciana que escucha y observa desde la
mesa del comedor, se levanta poniéndole a Johana la mano en el hombro y le
pregunta a la dueña, que pagará un mes y ya se verá el resto. La muchacha al ver el gesto se queda muda, pero asienta. A
la dueña le descansa un poco su avaricia y concede el tiempo de la duda. La
anciana la acompaña y la invita a entrar en su casa, para realizarle el pago.
Johana coge en brazos a Bryan y mira, mientras abraza a su hijo. Pensando en
que decirle, en como agradecerle y se pregunta el como se lo podrá devolver.
La anciana se despide y la dueña le echa una mirada, que
parece un puñal. Estamos en los ochenta y esto no está bien visto. Que va a
hacer si eligió mal, que va a hacer si ahora se encuentra entre la espada y la
pared. Pasan unos segundos, que parecen horas y la vecina la hace pasar a su
casa con el pretexto de tomar un café. Johana le explica, le comenta, que por
muchas horas que haga. Que por mucho que sude y trabaje, no llega a fin de mes
y por eso los retrasos. Ella habla y esta escucha, escucha con una sonrisa que
hace enfadar a Johana. Porqué sonreirá, porqué esa cara de felicidad. Sube el café y emitiendo un pitido avisa a la anciana. Le
sirve un café y le dice, le comenta que ella es viuda y sin hijos. Que no tiene
a nadie, salvo su propia sombra. La muchacha no entiende ni quiere. Le agradece
todo lo que hace por ella, pero que no sabe como corresponderle en el pago.
Esta dice, que no todo es el dinero. Que con el cariño y con el respeto ya le
vale. Ella sigue sin entender, hasta que la mujer le dice…..
-Múdate a vivir conmigo y sabrás lo que digo. Múdate y vente
con tu hijo, que a ti te querré como mi propia hija y al pequeño, como si fuese
mi propio nieto.
Le tiemblan las piernas, pero no lo suficiente como para
ponerse de pie y dándose un fuerte abrazo, firman el trato. Podrá descansar y
podrá estar más con su hijo. Habrá perdido un piso de alquiler y un hombre.
Pero ha ganado un techo seguro y el cariño de una mujer, que ya a su edad, solo
quiere respirar un poco de ambiente familiar.
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