viernes, 11 de diciembre de 2015

                             Lazo de sangre.
Querida madre.
Antes que apaguen la luz, quería comentarle lo que dicen por ahí y es que no hay nada que tire más que la sangre. Que no hay amor más grande con más afecto y más duradero, que el de una madre hacia un hijo. Puede ser cierto y yo esté inútilmente dudando y en vilo. Ay, mi madre! Que culpa tengo yo, de formar una banda de malhechores en vez de una banda de Rock & Roll. Yo sé que a usted le sigo quitando el sueño por las noches y que ya no es tan joven. Ahora es una señora ya de cierta edad, que sigue y sigue queriéndome como si fuese un crío. No viene, no viene y me arropa porque no le dejo y porque no puede, aunque tenga frío.
Que será de mí el día que llegue, que llegue y no venga a verme. No por no quererme, sino porque ya en este mundo no se encuentre. Que será de mí, si no hay lazo más fuerte que el de una madre hacia un hijo. Espero cumplir rápido los años que me quedan y que pueda reunirse afuera conmigo.
Uno puede tener hermanos, primos….Que familia no falta! Pero como su abrazo no hay nada y no hay pelea ni discusión duradera. No hay voz lo suficientemente alta ni palabra lo suficientemente baja, que haga temblar los cimientos del querer y con ello, hacer desbordar el manantial que riega el amor maternal.
Cuanto se ama a una madre, tanto que espero con ansia su llamada. Por su tono de afecto que me embriaga como si fuese todavía un feto. Una criatura todavía en evolución que aprende cada día por cada palabra que escucha.
Me llama y me dice “hola” me llama y me dice “hasta luego”. Siempre un lazo que no se corta, siempre una corriente que no es ajena al paso del tiempo. Un paso del tiempo que yo temo y me hace pensar si seré un memo.
No soy nada de eso, no soy nada en comparación al hecho. Que hecho? Pues el de agradecerle que me dio la vida, una vida de la cual yo soy el único propietario. El único que tiene derecho a remar o no a remar. A divagar o a reflexionar. Qué más da, lo que sé es que le debo todo y solo a ella, le tengo todas las puertas abiertas.
Como un concierto de música de guitarra clásica, me abrazo con su alma. El día que no esté, el día que no escuche ese “hola” o su  “hasta luego”. Escucharé nuestra música y ya sé el porqué,  para que me abrace desde el otro lado y no sentirme solo. Pondré los altavoces a un volumen correcto y seré calmado y esperaré, esperaré sentado.
Solo serán unos segundos o quizás un par de minutos, pero me sentiré otra vez querido. Suena la guitarra, suenan las cuerdas de la esperanza y yo sonrío. Sonrío y siento que todavía está conmigo, aprovecharé y le haré una llamada. Para que se alegre y se sienta contenta, contenta del agua que lleva mi río. Un río de agua clara y de corriente lenta, pero segura. Que no se enrabia y que no se enoja, desbordándose de sus caudales. Unos caudales, que son los de la paz y de la concordia con uno mismo.
Aunque hay cometido algún delito, no es para estar tan arrepentido. Porque cualquiera puede ser tentado, cualquiera puede desear lo ajeno y no por eso ser esposado. Otra cosa es que uno no sea lo suficientemente capaz, para no ser pillado y poder gozar de aquello que has cogido sin el debido consentimiento.
Vienen otros vientos, vienen otros tiempos. Seguro que el lazo de sangre, ese que nos une, se hará fuerte y con ello perdurará el afecto familiar. No niego ni reniego, pero es que como una madre no hay nada. Mándeme una carta, llámeme por teléfono, que llegará el día que una de sus visitas, me vea tatuado su nombre en la piel. Se lo merece, porque ella ha dado la suya por mí.
Mire! Al fondo, donde se pierde el horizonte. Donde la tierra no está en calma, allí lloro. Lloro y lloro. Porque sé que el final será por mucho que quiera, el mismo. Ese que nos hace separar de los seres queridos y no hay ninguno más querido que el materno. Ese que te cuida desde pequeño y suspira cada vez que llegas a casa, como si te fuese a llevar el viento.
Madre! Si pudiese leer estas líneas, vería en ellas. Una lágrima en cada frase, porque por mucho que yo quiera y desee mi libertad, mi corazón sigue siendo el mismo. Un corazón lleno de amor y afecto, un querer que será eterno.
Suena una guitarra española, no es ni flamenco ni pasodoble y es que para dar pasos ya estamos cansados, usted por la edad y yo quizás por la ansiedad. Prefiero escuchar esta música, relajado…no repostado en un almendro sino en un roble que es más fuerte y duradero.
Pero para ello tendrá que pasar algún tiempo, de mientras. Para que ello, haga de nuestro lazo de sangre. Algo nuestro y solo nuestro. Me repostaré en las húmedas paredes de esta prisión.
En verdad soy un condenado más, total por cuatro fruterías. Es cierto que me ha caído una pena, pero no es por la condena. Es por no poder verla más tiempo del que yo quisiera. Que más me da las manzanas o las peras, que comino me importa a mí. Ser tan sincero solo lo soy con ella, que es la que verdaderamente me comprende y me quiere.
Aunque esté entre rejas, ella no ve los barrotes de la celda. Solo ve al hijo que algún día se fundirá en un abrazo. Yo le digo que al alma no se le ata ni se le encadena y a mí me tiene ahora y en un futuro, para lo que le haga falta. Ya sea para darle una palabra de abrigo como para irle a buscar un cubo de agua.
No quiero decir su nombre, vaya que por culpa de mi destino a usted se le falte. Aunque no hay nada que esconder, solo la mala suerte de haber caído en aquello que nos vuelve locos a los hombres y que tampoco tiene nombre. Porque son lo que son y ellas solo codician el dinero, un dinero que dicen que no es ajeno.
Solo a mi madre se lo entrego, porque las demás no me tienen ni amor ni afecto. Solo a mi madre yo quiero, porque por los demás no hay ser sincero. No confío en nadie más, no hablo ni me descubro. Como no sea entre estas letras que yo dibujo, intentando hacer un cuadro. Un cuadro lleno de luz, lleno de amistad. Que solo con una madre se puede pintar.





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