NO SE PERDONA
Como perdonar tal
hecho, como olvidar tal suceso, aquel que llevó al cambio de pensamiento de una
sociedad, aletargada y ciega en sí misma. Como el que juega a la gallinita
ciega era todo aquello que sin pensar realmente en todo su dolor y penar, era
acechado por la maldad. Que poder decir, como poder relatar porque todo lo que
narro a continuación es si no es con los ojos enmudecidos en llanto y
desesperación, una autentica detonación de algo que cabía esperar. Espero igualmente
que todo lo que haga sea posible para hacer reaccionar al cambio, un cambio al
que hay que estar preparados y concienciados.
Imaginar escuchar una balada de rock, sí, escuchad, mientras
acompañáis a vuestra anciana abuela refugiándoos de la lluvia de otoño. Habláis
con ella, la cogéis de las manos, esas manos frágiles que delatan el saber de
los años vividos, pero al mismo tiempo, tiempos ya pasados. Que poder negar,
como poder faltarles el respeto, como poder llegar a ocasionar daño alguno a
cualquier anciano. Pues en fin, solo os pido, solo os ruego que os quedéis
sentados al lado de un buen fuego o un buen brasero, sí, ese mismo que
utilizaban en antaño nuestros abuelos. Que la historia que os voy a contar os
hará mover la conciencia y os hará pensar en ellos y en todo lo que les debemos
y todo aquello que se merecen, porque ellos son todos, son todos nuestros mayores….
Como una rosa que florece y luego se marchita, así es la
vida de cruel o de sabia. Nos hace crecer y evolucionar para después arrugarse
y apagarse hasta tal extremo, que la conciencia lo va asimilando de forma de
que el Ser humano espera el próximo tren. Todo es como una balada de rock, una
orquesta de música en la que nos une la vibración sonora de ella. Como el que
espera el sonido de una flauta o el estruendo de una guitarra distorsionada, esperamos
a que tacita a tacita, como un reloj de arena caiga la vida quedando la parte
de arriba vacía de arena. Quién sabe si le hemos echado sal a la vida o solo con
la cal nos hemos ido consumiendo.
—
Estoy harto, estoy cansado de tanta injusticia. De
tanto lamentar, estoy hasta las narices de que intenten utilizar a la gente
hasta el máximo de su tiempo de vida.
Jaime ha hablado o quizás ha sido su propia madre, quién lo
sabe. Yo no lo sé, pero también estoy harto y cansado, de que no me cojan el
teléfono, de que nadie se preocupe ni por ella ni por mí.
Jaime entra y sale de su particular mundo, de un entorno
irreal y ficticio, no quiere ser el hombre real que es. ¿Quién será de verdad?,
¿un hombre ruin y malvado o una persona maravillosa y ejemplar?
En el Todo se desvanece como un perro en la niebla,
desaparece del mundo como si fuese una comadreja, dejando de ser el hombre
íntegro para convertirse en quién es de verdad. Llega a su casa, llega a su
particular hogar, no hay mucho que hablar, no hay mucho que contar, solo, vive
solo y está completamente solo. Salvo a su madre que está viviendo a treinta
kilómetros en una residencia, no tiene a nadie más a quien querer. No tiene a
nadie a quién besar, a nadie, nadie. Como un maestro de muñecos tirados por
unos hilos gobierna su presencia y en su
casa toca el techo con la mente, mientras se sirve una copa de licor. ¿La
música?, la música suena a un volumen alto, las guitarras distorsionadas le
enloquecen y lo evaden a su particular entorno donde él es el centro de
atención. Habla consigo mismo, se mira al espejo y se ve guapo, hasta me
atrevería a decir que hermoso. Se pasa la mano por el rostro, se la pasa por la
barba y ahora y solamente ahora, se dice a sí mismo, “guapo”. Se rasca, se
araña la cara y no para hasta que ve la sangre correr resbalando por sus
mejillas maduras, el espejo le dice que siga, la mente le dice que pare, ¿a
quién escuchar, a quién hacer caso?, solo es un títere, una marioneta de un Ser
malvado que no lo escucha ni le deja hablar, solo todo depende de sí mismo. El
parar o no de hacerse daño solo es cuestión de tiempo y tiempo él sí lo tiene,
pero su madre ya casi que no, debido a su avanzada edad este está a punto de
agotarse.
–
¡Tú!, sí tú. Escúchame atentamente. Me
perteneces, yo soy tú y tú eres mi propio destino. Ese mismo, ese que no está
escrito con tinta, sino que lo es con el alma escrita. Hazme caso, que cuando
salga la Luna te irás a dormir y yo en tu cuerpo habitaré.
Jaime se sorprende, solo son dos copas las que lleva y la
cabeza ya le da órdenes, a saber de lo que es su mente capaz. “Solo dos copas y
ya le vuelven a mandar”. No es la primera vez que le pasa, pero sí que lo es tan
fuerte. Sabe que no quiere hacer daño a nadie, sabe quién es él. Un hombre
trabajador y perfecto por la mañana y a saber cómo definirse por la tarde
noche.
Mira a través del cristal de la ventana, hace frío, no es
invierno, pero ya se nota el cambio. El verano ya se marchó, ha quedado atrás
por un buen espacio de tiempo, se tiene que acostumbrar a lo que viene, pero
realmente lo que le asusta y le pone nervioso, son las navidades. Por la
sencilla razón que es el día, es la semana que visita a su madre y sabe, es
consciente de que siempre que va, ve en ella un cambio. No para mejor, que es
lo que le hubiese gustado, sino para peor, por el bajón que ve año tras año,
sus visitas se espacian en el tiempo.
Toma asiento en los pies de la cama, ve el reflejo de la
Luna, todavía se asombra como si fuese un niño al ver que se mantiene inmóvil,
la mira sin parpadear, fija los ojos en ella y se empieza a burlar….
–
Soy una sombra, soy un mala sombra. De pequeño
ya llevaba este camino, no quiero vivir, quiero dormir hasta que la muerte
venga a por mí, ja, ja, ja, ja.
Se levanta de los pies de la cama pegando un salto, se erige
como una serpiente cascabel y como el que hace sonar la flauta, se sirve otra
copa. Es la tercera, espera que no sea en discordia y haya una cuarta y que
esta sea la penúltima. Pasea por el piso, deambula por el pasillo y este se le
queda pequeño, así que sin pensárselo dos veces baja al umbral del portal.
Cigarrillo en mano, ve a la gente pasar, pitillo tras pitillo no deja de a
estos mirar y como si fuesen piezas de ajedrez las ve. La mayoría son peones,
algún Alfil y rara vez ve alguna reina a
la que observar más de dos segundos. Le gustan las mujeres, para él no son solo
cuerpos, para él son personas, son algunas las que destacan en la mirada por su
inteligencia. Rara vez, ve alguna que no es de su agrado, todas o casi todas
tienen algo en que destacar y eso, eso le gusta. Pasa el rato y hasta que echa
la vista a la cajetilla de tabaco, vacía, completamente vacía como su propia
vida que no reacciona. Es el momento, es la ocasión y la excusa para volver a
subir a casa, a su hogar dulce hogar.
Como el que anda con los efectos de haberse fumado un poco
de hierba, camina por el pasillo, cree o piensa que necesita un cambio, algo
que le demuestre que su tiempo vale para algo más que para jugar a ser dos personas,
dos personalidades dentro de un mismo cuerpo y eso, eso le martiriza. Como el
que ha fumado hierba, sigue sus mismos pasos sin saber que al final no está la
luz del túnel sino el abismo al precipicio.
Todo es un sin saber, todo es una falsa comunicación con su
verdadero yo, que no sabe ni entiende quién es él. Paredes vacías de
fotografías, paredes vacías de sentimientos, solo la soledad y la tristeza se
desdibuja en el color amarillento de las paredes. No le hace falta tomar la
quinta copa ni creer que necesita una penúltima, se queda absorto sentado en el
sofá, solo recuerda que el reloj del mueble del comedor marca la una, cuando es
cuando traspasa la cortina transparente o al menos eso cree, llevándole al
planeta de los sueños.
Al final duerme, duerme en su sofá vacío de amor y risas.
Sueña, sueña y levita a un mundo mejor, un mundo solo creado para él, solo
sueña en la noche y piensa o al menos la mente le lleva a creer que vive con su
madre. Son sueños tan reales, que casi los puede tocar y palpar, llora entre
sueños, mientras el odio se lo lleva el viento.
Sueña que las mentiras se marcharon, que todo aquello que le
rodeaba a desaparecido, que solo le queda su madre, una madre que no le hará
por mucho tiempo ya mucha compañía y que no sabe si ha hecho bien, en que sea
en sus sueños, en sacarla de adónde vivía. Un hechizo de hijo ha hecho que
tomara la decisión de que viva sus últimos años de vida con él, de disfrutar de
su sonrisa, de escuchar su voz mientras se abstrae si hace falta con la televisión.
Disfrutar del momento es lo que quiere y a eso no renuncia, son noventa los
años que tiene ya y no sabe si la perdonará cuando ya no esté. Solo vive el día
a día y noche tras noche, la complace y la mima como si fuese una muñeca de
porcelana. Cerrando las ventanas para que no entre el aire frío, la envuelve
con una manta polar, de esas que venden de color rojizo, y dándole un beso en
lo alto en la cabeza toma asiento en uno de los sillones del pequeño comedor.
Falsos techos de yeso, falsos techos de pladur, falsos
techos de metas y esperanzas es lo que se encuentra al despertar dentro de su
sueño. Su madre sigue ahí, su madre ya está sentada en el sofá viendo la televisión
con el volumen quitado. Ve que solo ve, que solo mira la gente como se mueve y
gesticula, no sabe el porqué, no sabe el motivo pero es así. Falsas esperanzas
de alegría se encuentra de buena mañana. Falso café, el descafeinado que se
toma como agua de calcetín le sabe. Qué será de él cuando ella falte, faltan
sombras o malas sombras, ya no es el mismo que era antes, cuando el tiempo no
le importaba porque pensaba que lo tenía parado y este no corría. Falsas
sombras, falsas imágenes son las que ve, falsas son la gente, falso todo, que
se le va a hacer, hasta él es falso.
Son las nueve cuando la resaca lo despierta del todo y ve
que sigue igual de solo, que todo ha sido un sueño placentero y que todo sigue
su curso. El cielo rojizo de la mañana, le desdibuja el futuro día. No sabe que
será del mañana, pero intuye el presente. Se fuma un cigarrillo mientras espera
lo que espera, que no es otra cosa que la Nada, al borde de la ventana, ve
emigrar a los pájaros hacia el sur. Son todo días, son todo días de cambio, no
se lo puede creer, todo cambia, todo denota esperanza, aunque sea con la muerte
cercana de su propia madre. No lo puede evitar, la vejez se ceba en ella y eso,
eso lo sabe y no le dice nada, solo se ríe con ella y le da conversación en su
mente. Por dentro está lleno de lamentos, no llora, no le muestra tristeza,
pero lo sabe.
Es domingo de una semana triste, es el final de aquello que
llamaba “falsa libertad”, es hora de reaccionar, ahora se da cuenta de lo que
es la felicidad. En un acto de verdadero amor y bondad, agarra el teléfono con
fuerza y marca el número de la residencia. Son cuatro tonos los que son la
espera, cuatro tonos que le parecen cien años de resignación y rencor hacia la
vida. Pasados estos le responden y le atienden, habla con la voz acongojada,
habla entre sollozos. La señora que está al otro lado le responde amablemente,
es tal la empatía que le dice y le comenta si quiere hablar con su madre. Él,
sin saber realmente lo que quiere y lo que desea, responde que sí. Haciendo de
la espera, el final de un letargo alargado en el tiempo.
No escucha ninguna voz en cinco segundos, pero al momento ya
oye unos pasos acercándose al teléfono, hasta que siente el hablar de su madre.
Ella le habla, le pregunta y le ruega con cariño. Pero él no puede y con un
dolor extraño, como si fuese un pinchazo en el corazón, cuelga, convirtiéndose
en la persona que es cuando está en casa. No lo puede evitar, así que se sirve
en su casa una copa de coñac, haciendo del momento un amargo día de domingo. Se
asoma a la ventana y la envidia le absorbe. Todo son parejas, todo son familias
enteras paseando en una buena mañana dominical. La rabia le sube de los pies a
la cabeza, haciendo estallar la copa de vidrio ya vacía en la pared. Pasea por
los rincones de su piso, anda como aquel que va a la cruz, sabe que ha hecho
mal, pero es tal su adicción que esta le ha formado una personalidad de la cual
no se puede prescindir.
–
Soy lo mejor, soy lo peor, me da igual, no soy
yo o sí. Voy a enloquecer dentro de mi Ser, no sé qué hacer. Maldito seas
Jaime, maldito seas quién seas.
Las nubes amenazan tormenta dentro de él, no sabe cómo
responderse a sí mismo, todo se vuelve una locura de la que es difícil
deshacerse, no encuentra salida alguna. Solo debajo de la ducha se encuentra
libre y relajado, solo mientras el agua caliente le resbala por el rostro se
siente tranquilo. Los nervios se desvanecen, pero hay una cosa que no puede
evitar y es coger una cuchilla de afeitar y en un mal impulso, cortarse a ras
las venas. Como si fuese una señal de auxilio, ve resbalar ahora la sangre en
la ducha. El agua caliente se mezcla con el líquido rojizo que sale de sus
muñecas, se sienta en el mármol y apoyando los brazos en el suelo, deja caer el
agua hasta que le visita la muerte.
Esta, enfadada y enojada le abronca….
–
No sabes lo que has hecho, me haces venir antes
de tiempo, esto no te lo perdono, creía que antes vendría por tu madre.
El de la guadaña no tiene clemencia y envolviéndole con su
Ser, le acompaña a pasar el umbral, un hecho que no tiene vuelta atrás. Es
demasiado tarde, el tiempo le consume y nadie se percata de lo ocurrido. Nadie,
absolutamente nadie se da cuenta y pasan los meses, pasa el tiempo hasta que el
olor a muerte se vuelve hedor y advierte a los vecinos. Ya han pasado cerca de
dos meses, ya ha transcurrido el tiempo de todo dolor. Su madre no sabe nada,
acostumbrada a solo a la visita navideña no se da cuenta ni le echa en falta.
Solo el presidente de la comunidad alerta a la policía y esta se pone en
contacto con ella.
Que dolor más grande
es el de enterrar un hijo, solo espera ahora que la espere en la distancia. No
se lo perdona, no puede, el llanto es ahora cuando se apodera de toda su
alma y se limita a sentarse en el jardín
de la residencia. No habla con nadie, no tiene ganas, solo el silencio le
acompaña en su luto. Solo encontrará la paz, cuando se reúna con él. Pero no
tiene fuerzas, estas se apagaron en el momento del entierro, un entierro al que
no fue, un momento que no quiso vivir. Solo desea recordar, foto en mano, los
momentos navideños que la acompañaron. Como una flor se fue apagando, hasta que
un día la muerte la visitó, haciéndole esbozar una sonrisa placentera al
reunirlo con él.
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