lunes, 22 de febrero de 2021

 

        EL MISÓGINO

Podría ser un relato de tantos, un relato de barra, podría ser una realidad encubierta, quién lo sabe, solo aquella que la padece sabe lo que realmente es….

Camina por caminos y senderos, camina con las manos en los bolsillos, pero dándole puntapiés a las piedras, todo por no poder soltar aquello que lleva dentro de sí mismo y ser nada más lo que es, un individuo misógino que lleva a tal extremo el odio y la rabia hacia las mujeres que es capaz de llevar a la muerte a más de una. Piensa, mientras hace que sus huellas quedan impresas en el fango de aquello que no debería ser recordado o sí. Siempre ha deseado ser un hombre que deja huella, le da igual sea en el lodo de la vergüenza o en el fango de la discordia, qué más da, para él lo importante es ser recordado.

“Como las odio, las odio y al mismo tiempo me doy cuenta que no puedo vivir sin ellas, las amo. Es todo muy contradictorio, el simple hecho de verme superior a ellas, me hace sentirme lleno de orgullo y de soberbia. Quiero casarme, sí, quiero casarme con alguna, por el simple hecho de tenerla sometida a mis pies. Las hay, lo sé, que las hay que no quieren romper las barreras de la misoginia y siguen el patrón y siguen al macho alfa.”

Quién lo iba a decir, quién se lo podía creer, quienes no le echan valor o es tal la venda que llevan, que quedan ciegas de amor, de amor por aquellos individuos que son como son y ellas piensan que pueden hacerles cambiar. Moldearlos un poco, para que sean de amar y al mismo tiempo las protejan. ¿Las protejan de qué?, si todo el peligro lo tienen ya dentro de casa.

Por eso mismo os hago relato de aquello que creo que es de mencionar, ya que en el otro lado, en el lado opuesto, hay una mujer dispuesta a darlo todo por aquel que la quiera y que la desee. Como será tal hecho, que acabarán en el lecho, aunque no sabe si en el del amor o el de la muerte. Solo el destino lo sabe y este, este a menudo es muy, pero muy caprichoso. Tanto que puede girar como la rosa de los vientos, llevando que todo aquello que es divergente y de lado opuesto, lleguen o no a unirse.

“Quiero a un hombre, un verdadero hombre, uno de esos que se visten por los pies, un verdadero macho que me haga enloquecer. Dime tú, si eres quién busco o tengo que seguir caminando, haciendo una curva descendente, buscando en los sentimientos más bajos que se puedan buscar.”

Como el que habla en telepatía, se comunican los dos, quizás ella no sabe o no se da cuenta de que juega con fuego y que este te puede quemar y hacer arder tu alma. Él sigue hablando como el que no quiere la cosa, consigo mismo, ya que todo el mundo ya lo conoce y todos se retiran de su lado. Los vecinos, ajenos a que sea tal la violencia y la barbarie, que simplemente lo evitan sin saber de cómo se las juega tal personaje.

Llega a casa y ya en la ducha, deja que el agua le caiga por todo el cuerpo, pero no se frota, no se limpia de todo aquel mal pensamiento que le perturba y le castiga, como si fuese con la realidad y la verdadera verdad en todo aquello que se va por el desagüe de la ducha. Habla ahora en voz alta y clara, sin saber que los vecinos lo escuchan, ya que las paredes parecen hechas de cartón.

      Te haré volar entre las nubes, te haré alcanzar el cielo desde el infinito, eres lo más grande que tengo a mi lado, lo sabes.

Como el que persigue y sigue en una continua contradicción, le responden de detrás de la puerta del lavabo. Es su actual compañera, esa misma que tanto y tanto lo quiere y lo desea, porque ve en él el hombre que ama, aunque para ello deba de seguir las riendas del sufrimiento.

      Ya lo sé y de ti depende, ya te he perdonado muchas veces, otra vez no, por favor.

No puede igualmente esconder dentro de sí el miedo, el miedo a los insultos y a las palizas, que como si fuese un continuo “te quiero”, se suceden en los días anteriores y posteriores. Como si la fuerza bruta fuera la respuesta, a todo aquello que tal personaje que no es capaz de llegar y amar a una mujer como debe de ser, como si el respeto careciese de valor y se lo dice una y otra vez, sabiendo que será una sucesión de veces.

      ¡Te dije ya que fue la última vez!, ¿no me crees?

Ella en la habitación, se mira en el espejo, retocándose y maquillándose las heridas del rostro sin todavía darse cuenta que las heridas que lleva dentro del alma no se curan, por mucho que intente tapar las de la piel. Piel tras piel, golpe tras golpe, llega a un sin saber, sabiendo que no es el final de tal sufrir.

      Sí te creo mi vida, tú sí que eres mi cielo.

Son las ocho de la tarde, la hora de la cena y el vino se hace presente en la mesa. Todo hace presagiar lo que va a suceder, todas las cartas dicen el mismo destino. No hay mares de tristezas sin que les acompañe la pena. Que sería de aquello que se llama amor, cuando este es ciego y solo sabe la palabra “perdón”. No hay mares sin olas bravas, sin soberbia encolerizada. Todo es un suponer, todo es un no creer que todo ello se llama “maltrato”. Todo son mares bravos, encubiertos con la cobardía al enfrentarse al verdadero amor y a la confianza, eso llamado “amor”, no es amor sin estas dos últimas palabras, pero Ana no se da cuenta y perdona y perdona. Paliza tras paliza, miles intentos de llamadas de auxilio, retiradas por la amenaza del conyugue sin nombre, ya que no se le puede considerar hombre, si no hay respeto mutuo.

Cartas de amor, escritas con lágrimas de sangre son aquellas que son enviadas dentro de su verdadero Ser. Ana no quiere ver, no quiere sentir y se maquilla y se maquilla los golpes. Los vecinos ahora ya saben, pero callan sin motivo alguno.

      Dame dinero, tengo partida a las diez. Le dice de mala manera y bravucón.

      No tengo nada más que cinco euros. Le responde de manera asustadiza y huidiza.

Entrando en cólera no se le ocurre otra cosa que acariciarle de manera brusca la mejilla derecha, de un revés la deja casi sentada en la silla. Ella se asusta, pero lo ve de costumbre perdonarle y darle temblorosa, los cinco euros arrugados que lleva en su bolsillo izquierdo.

Se va, se va con los cinco euros. No sabe realmente que hacer, así que no se lo piensa y ahora de forma y de habla suave se dirige calle abajo, hacia la casa de un usurero, de un prestamista de los bajos fondos, quien le prestará algo de dinero a cambio de a saber qué. Pasan los días y acaba escapando, ya que pierde el dinero en el alcohol y en el juego, desaparece del mapa. Se ve abocado casi a la calle y pidiendo como un ruego, un favor, en la estación de autobuses de Manresa alguien le paga un billete hacia la capital catalana.

Cuál es su sorpresa, al ver quién maneja el volante no es un hombre sino una mujer, una mujer con una bonita sonrisa, pero con cara de pocos amigos o al menos eso hace presagiar.

Conduce despacio,  conduce tranquila el autobús de Manresa a Barcelona, hace su trabajo  ajena  a aquel que todos los días sube  y baja  en su mismo trayecto, no se da cuenta no se percata qué  él la mira los ojos encendidos  de rabia y de  odio.

¡Cómo puede ser, cómo es posible que los tiempos hayan cambiado tanto!, cómo puede ser cómo es posible qué  el feminismo vaya ganando terreno de esta forma no lo puedo consentir  ni lo consentiré. Se dice por lo bajo, como un susurro, que nadie de los usuarios del autobús se percata.

Quiere  fumar, quiere  beber, el ansia y la adicción es más fuerte de lo que parece. Hay mucha gente, hay muchos pasajeros dentro del autobús con destino a Barcelona. Cada uno va a lo suyo, algunos leen, algunos escuchan música, pero todos miran de vez en cuando por el cristal el maravilloso paisaje que  les envuelve. Es otoño y todo tiene un color peculiar, no me acuerdo de cuánto o cuánto dura el trayecto, no lo sé. Solo sé que la joven conductora se hace valer  y demuestra su habilidad a la hora  de manejar el volante, mientras el individuo,  el hombre en cuestión, lleno de rabia,  maquina y maquina.

      Conseguiré ligármela,  conseguiré que sea mía, no sé cómo lo haré, pero lo haré.

Seguiremos escuchando la voz susurrante  del hombre que dejara de ser anónimo algún día  y no creo que sea por dar una buena noticia  quién sabe por qué pero todo es así   aún existen aquellos  que se creen con la verdad en sus puños aún existen aquellos que llevan su palabra hasta el final aunque está sea malvada

Llega al destino, al destino de ninguna parte. Llega al final, se despide de ella con una sonrisa y con un hasta luego, ella  por amabilidad y  respeto le  dice un hasta luego. Que iba a saber ella los malvados juegos y tramas  que se trae el anónimo malvado.

“Voy a ser tu amante,  llegaré  a ser tú confidente, pero nunca de los jamases seré tu amigo. Odio, nada más que odio, es lo que me lleva a estar contigo, seré tu amante. Haremos el acto todas las noches y todas las noches me desfogaré haciendo de ti mi  esclava. Porque soy yo,  tu gran amante  y por ello llegara el día que todo  acabe  y que todo quedé borrado. Cuando estés dentro en un ataúd de madera, haré crimen perfecto no dejaré huella  y serás incinerada,  hecha cenizas porque es lo que eres. Nunca tendrás los mismos derechos que los hombres, eso no te lo creas.”

Son las 8 de la tarde, alguna nube se cruza por el cielo, está a punto de volver para Manresa. Cuándo entra, cuándo sube el anónimo hombre, un sin nombre,  un sin valor  y un sin perdón sube enseñando su billete de nuevo prestado. Al mismo tiempo le enseña, como quien no quiere la cosa, una cartera llena de billetes. Esta vez toma asiento cerca de ella para poder hablar  y poder contarle alguna que otra mentira. Ella lo que lo calla  indicándole con el dedo, haciendo la referente que no puede hablar mientras conduce, que está prohibido por la ley.  Ello a él  lo enoja, se levanta  furioso y se va para el final dejándose caer en uno de los asientos resoplando a la vez.

Había tenido suerte en la ciudad, volvió a pedir prestado y ganó, ganó mucho dinero, pero no devolvió lo pedido. Así que vuelve para casa, donde su mujer le espera o al menos eso cree él. Es un tiempo que vale su precio, solo mira de refilón a la conductora, se da cuenta de que con ella no va a poder ser. Solo piensa en devolver lo pedido al prestamista de Manresa, huye de la capital catalana poniendo distancia. Es de noche cuando llega, es de noche y abre la puerta de la que cree que es su casa. Está vacía, no hay nadie, su sumisa mujer no está, mira los armarios, mira los cajones, mira en el lavabo. Se lo ha llevado todo, ¿adónde estará?, no se lo quiere imaginar. Ella tiene familia, familia que no lo pueden ni ver, ha desaparecido. ¿Quién la habrá convencido?, en un momento de lucidez ella ha marchado. Ana ha despertado de su letargo, se ha quitado la venda y ya ve.

Baja rápido las escaleras enfurecido, como envuelto en fuego, alguien lo para. Alguien le tira de repente un cubo de agua fría, no puede ser, es el prestamista, el usurero de los bajos fondos, que sin saber de cómo él actúa con las mujeres, le quiere hacer chantaje.

      Hola viejo amigo, ¿me debes algo, no?

Ahora es él el que tiene las manos temblorosas y casi se orina encima, cuando sacando la cartera le devuelve lo adeudado.

      ¿Sabes dónde está mi mujer?, tengo más dinero, dime donde está, te lo pagaré bien.

El usurero prestamista, no se lo puede casi creer, se ríe, se ríe a carcajadas. Cuando de un golpe lo tira al suelo, al mismo tiempo que le responde.

      Y yo qué sé. Anda, lárgate de mí vista, que me ensucias de nada más verte.

Con el dinero sobrante se compra una botella de vino y se va para casa, un piso pequeño de alquiler, en el que si las paredes pudieran hablar, seguramente estaría en la cárcel. Que le va a hacer, no puede ir a contracorriente y presentarse en casa de sus familiares. Le faltan agallas, a lo mejor es la cobardía lo que le hace frenarse.

“Hay muchas mujeres, alguna me buscaré, con alguna me desahogaré”, piensa mientras se bebe el litro de vino. No puede creerse lo sucedido, se creía que la tenía dominada y ahora no puede salir de Manresa, no puede, ni se le ocurre bajar a Barcelona. Sabe que ello sería su muerte, sabe que sería su perdición. Así que no toma otra decisión, no toma otra que le de asomarse al balcón y gritar, gritar fuerte.

      ¡Ana, Ana, Ana!, vuelve o me tiro.

La gente, los vecinos observan y llaman a la policía, quienes lo calman. Pero cuál es el destino, cuál es el precio a pagar por ser como es él, que no es tirarse al vacío al verse sin salida. Acorralado se ve y se estampa con el suelo, quedando solo de él un charco, un pequeño reguero de la cabeza abierta. Nadie le echará de menos, nadie se acordará de él, solo el prestamista de Barcelona, por la deuda contraída y sin poder cobrarla. Su mujer, camino a camino, irá construyéndose un futuro mejor. Más tranquila y más sosegada, y seguro con un buen hombre, alguno de tantos buenos que hay por el mundo.

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario