miércoles, 25 de marzo de 2020


                                                  Como un ciclón

Maldita sea, maldito sea aquel que se me asemeja y que se dé con un canto en los dientes, que así se les pudran. Estoy aquí y no me desvaneceré, estoy allí y lucharé por todo aquello que tiene sentido y porque no, también por aquello que no veo pero presiento. Esta es una historia, cierta o verdadera, real o no, no deja de ser como todo en la vida. Una mentira que se desvanece al perecer, una película de acción que deja de tener emoción al cuerpo sucumbir al paso de los años, llegando a ser anciano. Por eso y  por ese motivo la cuento y la escribo ahora, para que esta no sea borrada y aniquilada en el vacío del tiempo. Esta es sobre un amigo cercano, iluso él que se pensaba que iba a encontrar la paz y nada más fuera de la realidad, en verdad encontró la discordia y con ella llegó a desquiciarse, llegando incluso a ser ingresado cierto tiempo, hasta que recuperó el Norte y con ello su vida. Todo fue o al menos así me lo dice o me lo cuenta con pelos y señales, mientras tomábamos una cerveza fría y que ahora al cabo de los años, acompañado por un café caliente la escribo.

Un día de septiembre de 1984

Suspira ahora divorciado, pero libre, no sabe si reír o sonreír, si llorar o gritar. Todo depende de la suerte que haya caído la balanza, todo depende de sus ganas de ser. Es un hombre maduro y curtido en más de una batalla, no sabe si le llegarán nuevos retos o estos serán unos repetidos de otras veces y no le apetece verse en mismas situaciones. Camina, anda despacio sin perder la álgida postura que le da su personalidad y altura. Hombre adinerado, solo ha perdido cierta cantidad de dinero y alguna propiedad, pero ya contaba con ello, es el precio por su tan ansiada libertad. A lo mejor no ha sido lo verdaderamente justa que debía haber sido, pero donde manda juez no manda nadie, así que acata e intenta llegar dando un paseo a algún lado donde no le espere nadie.

“¡Sílvia!, tú que los has sido todo para mí, te dejo marchar y marcharé yo también. Al rocío de la mañana este invierno, que no vea reflejada tu cara ya que esta, todavía alberga algo de amor en mi corazón, aunque no sea fácil te dejo marchar y me siento como un águila rapaz y vuelo alto, vuelo sin saber de ángeles y demonios, todo eso lo dejo para  los entendidos. Yo solo busco el nada, el vacío dentro de mí para volver a llenarme de risas y de emociones, pero antes debo vaciarme.

No me llores en las esquinas y no cometas errores que lamentes, nuestros barcos siguen flotando en un mar llamado sociedad, así que prepárate para el mar en calma y también como no, en grandes olas de siete metros”.

Camina por el parque de la ciudad, es grande, es hermoso de ver, sobre todo los domingos que es cuando está en pleno bullicio. Las parejas caminan de la mano y los que ya son padres corren detrás de sus pequeños vástagos, intentando alejarlos de peligros. Él solo camina con las manos en los bolsillos, mirando al foro, respirando el aire limpio de la mañana y todo hace un suponer que se aleja de la realidad, pero vuelve a los cinco minutos al verse enfrentado con una nube de color ceniza que tapa el cálido Sol del final del verano. Ahora anda deprisa, temeroso de la lluvia, temeroso como todos, que al mirar al cielo, no ven más que como se van acercando, se van desarrollando la tormenta, no cualquier tormenta, es la tormenta.

Como si bajase del cielo, un ángel se posa encima de su hombro derecho y le dice y le aconseja, con un susurro en el oído…
    
                                    -        ¡Hola Damián!, yo soy el portador de tu luz, soy tu vigilante y tu guía. No te acostumbres a que te hable, ya que no soy muy de palabras, pero la ocasión se lo merece.

Él, mi gran amigo sorprendido, intenta con la mano sacudirse el hombro y como si fuese polvo, sopla para apartárselo de sí mismo. Se cabrea, se enoja y sin llegar a saber si aún continua ahí posado. Le dice casi gritando…
       
                              -      Apártate de mí, yo no necesito ningún portador de luz, ni ángel ni nada por el estilo.

Ahora corre, la gente que deambula por los alrededores lo miran con la cara atónita y llenos de estupor. No entiende, no saben el porqué del grito y empiezan a murmurar entre ellos. Damián hace caso omiso y sigue triste, pero sincero, sigue su camino calle arriba, como si en la cumbre estuviese arriba y esta fuese la meta de su vida y allí encontrara a sus preguntas todas las respuestas. Cada vez es más cuesta arriba, mira para abajo y sonríe al ver el  camino andado, aunque casi se cae del vértigo que le causa la gran altura. “Libre”, canta pero como si fuese el colmo de los colmos, le vuelve a aparecer…
       
                                -      Tú te crees que lo sabes todo y no sabes nada, nadas a contracorriente, no tardarás en agotarte, no puedes ir en contra de la luz, es imposible. Todo es como es, aquel que sigue al pastor, sigue bienaventurado su camino. ¿No lo entiendes?, yo te lo explico si eres tan clemente como dices.

Como humo de un cigarrillo surge de la nada. Se abre un plano en la nada, en el vacío de aquello que lo llamamos El Todo.
      
                  -               No nades entre las corrientes y camina por la derecha, no seas como algunos que caminan por la izquierda, por según que sendero, ya que te puede alcanzar el lobo, ese tan tenebroso, todo por ser una oveja descarriada.

No para y teme volver a recaer en el fatal desenlace de un ingreso hospitalario, así que ahora más suave, hace como el que escucha llover y sigue calle arriba. ¿Dónde estará, que se ve ya perdido y desorientado? Aquel que aparece y desaparece, sigue ahí, al lado de su oreja y como un zumbido de abejorro le sigue diciendo, le sigue hablando…
      
                      -       Sigue el buen camino, emparejarte y procrea como un buen servidor de aquel que no se dice su nombre y te verás recompensado por una dicha jamás igualada. Sigue el camino de la mayoría y no seas una minoría que no sirve a nadie ni para nada. Todo ya sabes cómo funciona, ya sabes que el Ser humano funciona como funciona y no quieras saber lo que viene después. Vive esta vida y no pienses en querer saber demasiado, ya que la ignorancia conduce a la felicidad y la pobreza a no necesitar de nada más que un palo y un vaso de hojalata con el que poder beber de la abundancia de aquel que ya sabes quién es.

La nube negra de ceniza, rompe en lágrimas y empieza a llover a cántaros, de manera inusual, de manera torrencial. No sabe cómo, pero le aparece un hombre, más anciano diría yo, vestido todo de negro, vestido de cabeza hasta los pies, ya que llevaba hasta sombrero. Le tapa, le protege con gran paraguas y le dice que se lo regala. Él, mi amigo del alma le da las gracias y al cogerlo, al agarrarlo la vibración hace que le llegue a la cabeza cierta conversación. Todo, según Damián sucedió así y al final comprenderéis porque yo le visitaba a menudo.
      
                           -Satán ven conmigo, acércate y demos un largo paseo hasta la eternidad nos colme, ¿qué será de mí, después de todo esto? Ven, mírame a los ojos y dime que ves.  No me digas que solo ves melancolía y tristeza, que de eso no busco. Acércate, entra dentro de mí y dime que todo va bien, que todo va a salir bien y no, como dicen algunos, que vaticinan una gran derrota.

Una ráfaga de viento le hace volar en mil partes el paraguas, quedando a merced de las aguas que caen desde el cielo. Un rayo, un relámpago, seguido de un trueno, le hace volver en sí o mejor dicho, verse desnudo con las ropas que viste completamente empapadas por la lluvia. Entonces y solo entonces, sin beber ningún vaso de vino ni ninguna cerveza, solo abre la boca dirigiéndola hacia arriba y entre la lluvia que cae, algunas van directas a su garganta y entre burbujeo dice casi gritando…

“Que el amor nos haga fuertes y que sea la mano del hombre la que haga salir el Sol, dime ahora que no estás bien. Estoy aquí, a tu lado, para que no llores, para que no sufras. Porque aquello que es rebeldía no es maldad, porque la soberbia ciega y la envidia te mata. Pero si eres consciente y eres en tu interior, en lo más hondo de tu Ser un poquito feliz, esa pequeña llama solo habrá que avivarla, soplando de manera suave, haciendo que tus sueños se hagan realidad”.

Se sorprende, le habla su propio interior, su propio Ser, su propia alma, la que imaginaba curada de espantos y de todo lo que le rodea. Así que casi de rodillas y cruzando las manos, alza la mirada al Universo diciéndole…
     
                                  -          Tú sabes cuales son mis sueños, hazlos realidad y creeré en ti.

No es un haz de luz la que se manifiesta, sino un sombrío escalofrío que le recorre todo el cuerpo, llegando hasta los mismísimos huesos. Los pelos se le ponen de punta y le lloran los ojos, no sabe si de emoción o de pavor a saber que es cierto lo que intuía él. Pero la respuesta no se hace esperar y tras ella, se queda nublada ahora su mente y su alma en un sin saber de verdades y acertijos.
   
                                        -     No, así no funcionan las cosas, tienes que ser tú, el que con tu actitud seas capaz de hilvanar el patrón que te lleve como marinero en el mar, haciendo ti un lobo de las más altas montañas nevadas. Hazlo así y confía en mí.

Bajando la empinada calle, pone rumbo a casa, a su hogar silenciado, ya no habrá ni más gritos ni más discusiones. Baja respirando hondo, baja tranquilo, hasta que en un momento, en un solo segundo, le da la mano un niño. No tendrá más de diez años y le dice como salido de la nada.
      
                  -         Hola Damián, yo soy tu yo de hace años, te acuerdas, éramos iguales y lo seguimos siendo, compórtate así si es como lo deseas, saca el niño que llevas dentro y dibuja, pinta o escribe. También simplemente juega a hacer castillos de naipes, pero no los hagas en el aire porque el viento de la discordia y de la envidia, los puede derribar.

Se queda sorprendido y al volver en sí, ya no nota el tacto de la mano del niño. Ya no sujeta la suya y cuando mira a su alrededor, no ve a nadie. Todo el mundo aún sigue encerrado después de la tormenta, al menos ya no le miran, ya van a lo suyo o al menos eso cree. El Sol sale y ve como el aire despeja las nubes cargadas. Se alegra y sonríe, así que acelera el paso.

Se percata que la gente lo mira otra vez a través del cristal de la ventana, no entiende nada. Se pelea, se discute y cuando consigue la tal ansiada libertad se ve atado por aquellos y aquellas que reflejan su rostro. Qué será de Damián, solo deseaba sentirse de nuevo joven, una segunda oportunidad, pero con la lección aprendida. En cambio todo lo que siente o presiente son reproches y más malas miradas.

No se lo piensa más y por adelantar, se adentra en el mundo del metro, todo por llegar antes a su hogar, dulce hogar. No quiere mirar, se agarra a la barra vertical y respira tres veces hondo mientras espera su parada. El corazón le late deprisa, parece que vaya más rápido que el convoy, pero no es así y cuando quiere darse cuenta, ya está respirando el aire fresco que ha dejado la tormenta.

Canta una canción como le dijo el niño, baila con las cortinas echadas para que nadie le tilde de ido, es de agradecer de que por fin ya sea libre y pueda tomar las riendas de su vida. Baila y baila hasta el anochecer, que cansado cae rendido en el butacón que tiene en el salón. Su mente se evade, hasta que sumido en un dulce sueño entra en un mundo por ahora para él desconocido. El niño, el mismo niño ahora en sueños, le vuelve a coger de la mano y le dice “no temas”. Sigue caminando, sigue viajando su mente o quizás su propio Ser dejando descansar su cuerpo todavía húmedo, quién lo sabe, a saber.

No ve ninguna luz destellante ni ningún Ser digno de nombrar, solo paz, mucha paz y risas, muchas risas. “Estamos en el país de los muertos”, le dice el niño. Damián se asusta, casi se cae del butacón, pero vuelto a sentarse, no tarda en rendirse de nuevo. Camina y le saludan, no ve a nadie conocido, pero parece que todos le conocen a él. Todo pasa rápido, tan rápido que son ya las siete de la mañana y solo siente una cosa, la mano dormida como si hubiese estado en una mala postura. La mueve, la masajea y esta, poco a poco se recupera.

Es lunes por la mañana, las siete para ser más concretos y según me contó mi amigo el Sol le cegaba ya desafiante y él no dejaba de mirar con los ojos entreabiertos. No pasaron ni cinco minutos, cuando escuchó la voz del mismo niño. Era cierto, era él mismo de pequeño, ¿qué le pasaba, qué le ocurría? Voces entre la pared sobresalían, risas y más risas, se escuchaba el corretear de Damián con diez años. Se asustó, se atemorizó tanto que no pudo caminar, le temblaba el pulso, sudor frío en la frente y un café que no llegaba a su destino, ya que salpicaba antes las paredes del pasillo. Al final el vaso fue al suelo y las voces se acallaron y el corretear se detuvo. Los ojos se le nublaron de tal forma, que pensó en la ceguera perpetua y no sabía qué hacer. A quién pedir disculpas, como remediar la situación, era un no perdonado de la vida.

Como fantasmas nos recorren a veces los tiempos ya vividos, como una auténtica pesadilla suenan los gritos silenciosos de una época vivida. No hay más, al poco de contarme toda la historia, se precipitó por el balcón. Unos dijeron que perdió el equilibrio, otros dijeron que tropezó con sus mismas zapatillas, pero nadie dijo de oír ni escuchar. Era un quinto piso, orientado al Sol, quién sabe si este se vengó o fue una simple casualidad y aunque hicieron todo lo posible, todo era un charco de sangre con la cabeza abierta y los brazos con las palmas de la mano boca arriba, formando una cruz, no hubo remedio. Ahora, seguramente el mismo niño le estaría esperando para acompañarle al otro portal. No se supo nunca si fue suicidio o accidente, pero el recuerdo de aquello me quedó grabado de tal forma, que ya de anciano lo recuerdo, ha pasado mucho tiempo desde la última cerveza, solo espero que el día que me toque despedirme, me vengan para acompañarme y me explique él mismo lo sucedido.





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