Como un ciclón
Maldita sea, maldito sea aquel
que se me asemeja y que se dé con un canto en los dientes, que así se les
pudran. Estoy aquí y no me desvaneceré, estoy allí y lucharé por todo aquello
que tiene sentido y porque no, también por aquello que no veo pero presiento. Esta
es una historia, cierta o verdadera, real o no, no deja de ser como todo en la
vida. Una mentira que se desvanece al perecer, una película de acción que deja
de tener emoción al cuerpo sucumbir al paso de los años, llegando a ser
anciano. Por eso y por ese motivo la
cuento y la escribo ahora, para que esta no sea borrada y aniquilada en el
vacío del tiempo. Esta es sobre un amigo cercano, iluso él que se pensaba que
iba a encontrar la paz y nada más fuera de la realidad, en verdad encontró la
discordia y con ella llegó a desquiciarse, llegando incluso a ser ingresado
cierto tiempo, hasta que recuperó el Norte y con ello su vida. Todo fue o al
menos así me lo dice o me lo cuenta con pelos y señales, mientras tomábamos una
cerveza fría y que ahora al cabo de los años, acompañado por un café caliente
la escribo.
Un día de septiembre de 1984
Suspira ahora divorciado, pero
libre, no sabe si reír o sonreír, si llorar o gritar. Todo depende de la suerte
que haya caído la balanza, todo depende de sus ganas de ser. Es un hombre
maduro y curtido en más de una batalla, no sabe si le llegarán nuevos retos o
estos serán unos repetidos de otras veces y no le apetece verse en mismas
situaciones. Camina, anda despacio sin perder la álgida postura que le da su
personalidad y altura. Hombre adinerado, solo ha perdido cierta cantidad de
dinero y alguna propiedad, pero ya contaba con ello, es el precio por su tan
ansiada libertad. A lo mejor no ha sido lo verdaderamente justa que debía haber
sido, pero donde manda juez no manda nadie, así que acata e intenta llegar
dando un paseo a algún lado donde no le espere nadie.
“¡Sílvia!, tú que los has sido todo para mí, te dejo marchar y marcharé
yo también. Al rocío de la mañana este invierno, que no vea reflejada tu cara
ya que esta, todavía alberga algo de amor en mi corazón, aunque no sea fácil te
dejo marchar y me siento como un águila rapaz y vuelo alto, vuelo sin saber de
ángeles y demonios, todo eso lo dejo para
los entendidos. Yo solo busco el nada, el vacío dentro de mí para volver
a llenarme de risas y de emociones, pero antes debo vaciarme.
No me llores en las esquinas y no cometas errores que lamentes, nuestros barcos
siguen flotando en un mar llamado sociedad, así que prepárate para el mar en
calma y también como no, en grandes olas de siete metros”.
Camina por el parque de la
ciudad, es grande, es hermoso de ver, sobre todo los domingos que es cuando
está en pleno bullicio. Las parejas caminan de la mano y los que ya son padres
corren detrás de sus pequeños vástagos, intentando alejarlos de peligros. Él
solo camina con las manos en los bolsillos, mirando al foro, respirando el aire
limpio de la mañana y todo hace un suponer que se aleja de la realidad, pero
vuelve a los cinco minutos al verse enfrentado con una nube de color ceniza que
tapa el cálido Sol del final del verano. Ahora anda deprisa, temeroso de la
lluvia, temeroso como todos, que al mirar al cielo, no ven más que como se van
acercando, se van desarrollando la tormenta, no cualquier tormenta, es la
tormenta.
Como si bajase del cielo, un
ángel se posa encima de su hombro derecho y le dice y le aconseja, con un
susurro en el oído…
–
- ¡Hola Damián!, yo soy el portador de tu luz, soy
tu vigilante y tu guía. No te acostumbres a que te hable, ya que no soy muy de
palabras, pero la ocasión se lo merece.
Él, mi gran amigo sorprendido, intenta
con la mano sacudirse el hombro y como si fuese polvo, sopla para apartárselo
de sí mismo. Se cabrea, se enoja y sin llegar a saber si aún continua ahí
posado. Le dice casi gritando…
–
- Apártate de mí, yo no necesito ningún portador
de luz, ni ángel ni nada por el estilo.
Ahora corre, la gente que
deambula por los alrededores lo miran con la cara atónita y llenos de estupor.
No entiende, no saben el porqué del grito y empiezan a murmurar entre ellos.
Damián hace caso omiso y sigue triste, pero sincero, sigue su camino calle arriba,
como si en la cumbre estuviese arriba y esta fuese la meta de su vida y allí
encontrara a sus preguntas todas las respuestas. Cada vez es más cuesta arriba,
mira para abajo y sonríe al ver el
camino andado, aunque casi se cae del vértigo que le causa la gran
altura. “Libre”, canta pero como si fuese el colmo de los colmos, le vuelve a
aparecer…
–
- Tú te crees que lo sabes todo y no sabes nada,
nadas a contracorriente, no tardarás en agotarte, no puedes ir en contra de la
luz, es imposible. Todo es como es, aquel que sigue al pastor, sigue
bienaventurado su camino. ¿No lo entiendes?, yo te lo explico si eres tan
clemente como dices.
Como humo de un cigarrillo surge
de la nada. Se abre un plano en la nada, en el vacío de aquello que lo llamamos
El Todo.
–
- No nades entre las corrientes y camina por la
derecha, no seas como algunos que caminan por la izquierda, por según que
sendero, ya que te puede alcanzar el lobo, ese tan tenebroso, todo por ser una
oveja descarriada.
No para y teme volver a recaer en
el fatal desenlace de un ingreso hospitalario, así que ahora más suave, hace
como el que escucha llover y sigue calle arriba. ¿Dónde estará, que se ve ya
perdido y desorientado? Aquel que aparece y desaparece, sigue ahí, al lado de
su oreja y como un zumbido de abejorro le sigue diciendo, le sigue hablando…
–
- Sigue el buen camino, emparejarte y procrea como
un buen servidor de aquel que no se dice su nombre y te verás recompensado por
una dicha jamás igualada. Sigue el camino de la mayoría y no seas una minoría
que no sirve a nadie ni para nada. Todo ya sabes cómo funciona, ya sabes que el
Ser humano funciona como funciona y no quieras saber lo que viene después. Vive
esta vida y no pienses en querer saber demasiado, ya que la ignorancia conduce
a la felicidad y la pobreza a no necesitar de nada más que un palo y un vaso de
hojalata con el que poder beber de la abundancia de aquel que ya sabes quién
es.
La nube negra de ceniza, rompe en
lágrimas y empieza a llover a cántaros, de manera inusual, de manera
torrencial. No sabe cómo, pero le aparece un hombre, más anciano diría yo,
vestido todo de negro, vestido de cabeza hasta los pies, ya que llevaba hasta
sombrero. Le tapa, le protege con gran paraguas y le dice que se lo regala. Él,
mi amigo del alma le da las gracias y al cogerlo, al agarrarlo la vibración
hace que le llegue a la cabeza cierta conversación. Todo, según Damián sucedió
así y al final comprenderéis porque yo le visitaba a menudo.
–
-Satán ven conmigo, acércate y demos un largo
paseo hasta la eternidad nos colme, ¿qué será de mí, después de todo esto? Ven,
mírame a los ojos y dime que ves. No me
digas que solo ves melancolía y tristeza, que de eso no busco. Acércate, entra
dentro de mí y dime que todo va bien, que todo va a salir bien y no, como dicen
algunos, que vaticinan una gran derrota.
Una ráfaga de viento le hace
volar en mil partes el paraguas, quedando a merced de las aguas que caen desde
el cielo. Un rayo, un relámpago, seguido de un trueno, le hace volver en sí o
mejor dicho, verse desnudo con las ropas que viste completamente empapadas por
la lluvia. Entonces y solo entonces, sin beber ningún vaso de vino ni ninguna
cerveza, solo abre la boca dirigiéndola hacia arriba y entre la lluvia que cae,
algunas van directas a su garganta y entre burbujeo dice casi gritando…
“Que el amor nos haga fuertes y que sea la mano del hombre la que haga
salir el Sol, dime ahora que no estás bien. Estoy aquí, a tu lado, para que no
llores, para que no sufras. Porque aquello que es rebeldía no es maldad, porque
la soberbia ciega y la envidia te mata. Pero si eres consciente y eres en tu
interior, en lo más hondo de tu Ser un poquito feliz, esa pequeña llama solo
habrá que avivarla, soplando de manera suave, haciendo que tus sueños se hagan
realidad”.
Se sorprende, le habla su propio
interior, su propio Ser, su propia alma, la que imaginaba curada de espantos y
de todo lo que le rodea. Así que casi de rodillas y cruzando las manos, alza la
mirada al Universo diciéndole…
–
- Tú sabes cuales son mis sueños, hazlos realidad
y creeré en ti.
No es un haz de luz la que se
manifiesta, sino un sombrío escalofrío que le recorre todo el cuerpo,
llegando hasta los mismísimos huesos. Los pelos se le ponen de punta y le
lloran los ojos, no sabe si de emoción o de pavor a saber que es cierto lo que
intuía él. Pero la respuesta no se hace esperar y tras ella, se queda nublada
ahora su mente y su alma en un sin saber de verdades y acertijos.
–
- No, así no funcionan las cosas, tienes que ser
tú, el que con tu actitud seas capaz de hilvanar el patrón que te lleve como
marinero en el mar, haciendo ti un lobo de las más altas montañas nevadas.
Hazlo así y confía en mí.
Bajando la empinada calle, pone
rumbo a casa, a su hogar silenciado, ya no habrá ni más gritos ni más discusiones.
Baja respirando hondo, baja tranquilo, hasta que en un momento, en un solo
segundo, le da la mano un niño. No tendrá más de diez años y le dice como
salido de la nada.
–
- Hola Damián, yo soy tu yo de hace años, te
acuerdas, éramos iguales y lo seguimos siendo, compórtate así si es como lo
deseas, saca el niño que llevas dentro y dibuja, pinta o escribe. También
simplemente juega a hacer castillos de naipes, pero no los hagas en el aire
porque el viento de la discordia y de la envidia, los puede derribar.
Se queda sorprendido y al volver
en sí, ya no nota el tacto de la mano del niño. Ya no sujeta la suya y cuando
mira a su alrededor, no ve a nadie. Todo el mundo aún sigue encerrado después
de la tormenta, al menos ya no le miran, ya van a lo suyo o al menos eso cree.
El Sol sale y ve como el aire despeja las nubes cargadas. Se alegra y sonríe,
así que acelera el paso.
Se percata que la gente lo mira otra
vez a través del cristal de la ventana, no entiende nada. Se pelea, se discute
y cuando consigue la tal ansiada libertad se ve atado por aquellos y aquellas
que reflejan su rostro. Qué será de Damián, solo deseaba sentirse de nuevo
joven, una segunda oportunidad, pero con la lección aprendida. En cambio todo
lo que siente o presiente son reproches y más malas miradas.
No se lo piensa más y por
adelantar, se adentra en el mundo del metro, todo por llegar antes a su hogar,
dulce hogar. No quiere mirar, se agarra a la barra vertical y respira tres
veces hondo mientras espera su parada. El corazón le late deprisa, parece que
vaya más rápido que el convoy, pero no es así y cuando quiere darse cuenta, ya
está respirando el aire fresco que ha dejado la tormenta.
Canta una canción como le dijo el
niño, baila con las cortinas echadas para que nadie le tilde de ido, es de
agradecer de que por fin ya sea libre y pueda tomar las riendas de su vida.
Baila y baila hasta el anochecer, que cansado cae rendido en el butacón que
tiene en el salón. Su mente se evade, hasta que sumido en un dulce sueño entra
en un mundo por ahora para él desconocido. El niño, el mismo niño ahora en
sueños, le vuelve a coger de la mano y le dice “no temas”. Sigue caminando, sigue
viajando su mente o quizás su propio Ser dejando descansar su cuerpo todavía
húmedo, quién lo sabe, a saber.
No ve ninguna luz destellante ni
ningún Ser digno de nombrar, solo paz, mucha paz y risas, muchas risas.
“Estamos en el país de los muertos”, le dice el niño. Damián se asusta, casi se
cae del butacón, pero vuelto a sentarse, no tarda en rendirse de nuevo. Camina
y le saludan, no ve a nadie conocido, pero parece que todos le conocen a él.
Todo pasa rápido, tan rápido que son ya las siete de la mañana y solo siente
una cosa, la mano dormida como si hubiese estado en una mala postura. La mueve,
la masajea y esta, poco a poco se recupera.
Es lunes por la mañana, las siete
para ser más concretos y según me contó mi amigo el Sol le cegaba ya desafiante
y él no dejaba de mirar con los ojos entreabiertos. No pasaron ni cinco
minutos, cuando escuchó la voz del mismo niño. Era cierto, era él mismo de
pequeño, ¿qué le pasaba, qué le ocurría? Voces entre la pared sobresalían,
risas y más risas, se escuchaba el corretear de Damián con diez años. Se asustó,
se atemorizó tanto que no pudo caminar, le temblaba el pulso, sudor frío en la
frente y un café que no llegaba a su destino, ya que salpicaba antes las
paredes del pasillo. Al final el vaso fue al suelo y las voces se acallaron y
el corretear se detuvo. Los ojos se le nublaron de tal forma, que pensó en la
ceguera perpetua y no sabía qué hacer. A quién pedir disculpas, como remediar
la situación, era un no perdonado de la vida.
Como fantasmas nos recorren a
veces los tiempos ya vividos, como una auténtica pesadilla suenan los gritos
silenciosos de una época vivida. No hay más, al poco de contarme toda la
historia, se precipitó por el balcón. Unos dijeron que perdió el equilibrio,
otros dijeron que tropezó con sus mismas zapatillas, pero nadie dijo de oír ni
escuchar. Era un quinto piso, orientado al Sol, quién sabe si este se vengó o
fue una simple casualidad y aunque hicieron todo lo posible, todo era un charco
de sangre con la cabeza abierta y los brazos con las palmas de la mano boca
arriba, formando una cruz, no hubo remedio. Ahora, seguramente el mismo niño le
estaría esperando para acompañarle al otro portal. No se supo nunca si fue
suicidio o accidente, pero el recuerdo de aquello me quedó grabado de tal
forma, que ya de anciano lo recuerdo, ha pasado mucho tiempo desde la última
cerveza, solo espero que el día que me toque despedirme, me vengan para
acompañarme y me explique él mismo lo sucedido.
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