martes, 19 de junio de 2018


                                            Mátame de dolor

En los oscuros callejones de la ciudad, donde los gatos se adueñan del terreno, Charles Gordon se inyecta su porción de alegría. Llueve, llueve a cantaros, pero a él, parece no importarle. Solo viaja a un mundo que ya no es desconocido para él, un mundo donde todo se amortigua y se silencia. No sé si por mucho rato o por mucho tiempo, solo sé lo que me contó en una de las veces que lo vi, antes de volver a la vida. Todo para Charles Gordon no era bienvenido, con un miedo atroz a envejecer y a la muerte en sí, le hacía vender lo que pillaba para pagar por no vivir. Quería que le mataran el dolor, el dolor de ver y sentir, de oír y no poder hablar, por ser demasiado sensible se abocó a lo que estuvo a punto de ser su último adiós. En cambio, la transformación que tuvo al alejarse del lodo, le permitió volver a decir hola, el volver a decir un hasta luego y así con todas las cosas. Yo solo soy uno de los que a lo mejor compartió habitación, en un lugar que merece ser anónimo y que mejor no quede en el olvido.

Lugares hay, al igual que personas. Mundo es, y nada más importa, su opción fue su decisión. Ello le produciría grandes retos, a pequeños pasos. Nada se consigue por querer lo que de pronto no se puede alcanzar. Pero se puso una meta y esa, esa era vivir. Vivir de forma real, tocar lo que pueda tocar, respirar lo que pueda respirar, oír, hablar y saborear todo aquello que de la otra forma es ficticio.

Me dijo, escríbelo, deja constancia del trago que hay que pasar si quieres dejar que de verdad sea el último trago, lo último de todo aquello que nos adormece y no nos deja vivir. Escribe lo que es verdaderamente ser libre. Me relató que un mayo de cierto año, se veía o mejor dicho ya se desconocía…

          Quiero salir de mi propio armario, quiero ser yo mismo y que la gente, la humanidad me respete, ¿qué más da ser blanco o negro, homosexual o heterosexual?,  yo tengo mi particular armario y de él quiero salir.

Piensa y habla en voz alta, no sabe para quién…
        
                         - ¿Qué quieres de mí?, lo único que es de mi propiedad es mi propia alma, eso y 20 euros que llevo de vender algo de chatarra. ¿Qué quieres de mí?

No calla, siga hablándome, sigue a mi vera y yo le escucho, mientras utilizo mi cerebro como grabadora mental. No sabe cómo, pero se calma, a lo mejor al no obtener respuesta, llega a la conclusión de qué es todo producto de alguna alucinación. Se queda por unos instantes dormido, sueña que está entre los cubos de basura, arrastrado por la situación. Solo levanta la cabeza a escuchar unas voces y unas risas, estas de mujeres.

Entra en carcajada al ver pasar en su ilusión a dos parejas, estos al ver que se ríe de ellos le sueltan un puntapié. Él ni corto ni perezoso, balbucea haciéndose el valiente. Tiene suerte y no hay pelea, le ven, ven como está y lo ignoran. Todo es fruto de lo que es, año tras año le ha ido minando la sangre y de ahí al cerebro. Todo esto no sabe cómo pero se acuerda, le ha quedado grabado en la ya maltrecha memoria. Pero sí, se acuerda y me relata.
      
                                      --          Dile a mi mente que pare de dormir, dile a mi cerebro que actúe de una vez, dile a mi propia existencia de que estoy vivo. Todo no puede ser risas detrás de los cubos, en aquellos callejones dónde andan los hombres olvidados de la sociedad. Estoy paranoico, estoy que me exalto, quiero revolucionarme, pero no sé para qué y porqué. Solo sé que me lo pide mi mente y mi cerebro no puede aguantar más batallas. ¿Qué será de mí, qué será?, yo solo deseo terminar a veces con esta locura y dejar de terminar de existir. Alguien se me acerca y me estira la mano, no sé quién es, si es de este mundo o ya he traspasado la línea. Quién sabe, a saber.

Le pregunta su nombre y se queda sorprendido por la respuesta…

          Charles Gordon, yo soy tú. Soy tu verdadero yo, ven, levántate y dame la mano, volverás a ser tú mismo.
        
                            -    Le miro a los ojos, en ellos, en sus pupilas me veo, me veo tirado entre la basura. Ahora sí que me  enojo y dentro de mi furia le doy la mano. Me levanto y le acompaño, la gente al verme caminar, saltan dentro de la sorpresa. No sé si por ir hablando solo o por mezclarme con todos los que pasean por una de las avenidas de la ciudad.

Serán las puertas del cielo lo que se le abren en par en par o simplemente ha sido guiado por alguien hasta cierto lugar. Le ponen la mano en el hombro y preguntándole su nombre, le acercan un vaso de café. Lo acepta y se siente acogido, siente ya que comienza a renovarse. Necesitaré tiempo, necesitaré paciencia, pero quiero recordar cómo era yo antes de caer en el abismo. Después de rellenar unos papeles, le acompañan a una habitación, en ella dicen que estará al principio solo, dicen que todos los que llegan necesitan tiempo y lo acepta y me lo toma. Pero lo cierto es que, casi en secreto, mantiene una relación de amistad con aquel que dice ser yo. Me habla y yo le hablo, no en voz muy alta, todo por no querer ser oído, solo quiero que me escuche él.

Solo sabe una cosa, que todo el tiempo que le dije que era yo, se lo fue creyendo y contra más se lo creía, más se desvanecía y parecía entrar dentro de él. Llegó un momento que le confesé que era narrador y escritor. Me pidió que escribiera unas letras o mejor un diario y que ello quedara para la prosperidad. Con que ahora se ve, que no sabe si soy yo o es él el que escribe, porque yo ya no me acuerdo y el no sabe enlazar dos frases juntas.

Seré alguien que no tuvo tanta suerte y supe salir, no lo sé. Lo único que sé es que yo ya no escribo, ya que no tengo ni lápiz ni papel, solo una mente que sabe hablar, que sabe decir. Por eso le pido, que narre y si está en algún lugar del planeta, que haga constar mi historia. Que para mí, el narrador puede ser pura invención, pero para mí es muy real. Yo qué puedo decir, qué puedo narrar, si no es a través de lo que escribo. No soy ni mago ni nada por el estilo, solo sé que lo escuché y por eso lo escribo, lo narro como si fuera en propia voz, porque no puede ser callado y olvidado. No es un anónimo más, es un valiente, que lucha por la vida y conocerse a sí mismo. Le llega ahora a la mente, después de varios meses, con una lenta pero buena mejoría,  la respuesta, una voz que traspasa el cerrado ventanal del lugar…
      
                                           --        Tú ya me perteneces, ¿no te acuerdas? Fue el día que tomaste la decisión de entrar en este mundo, un mundo privilegiado, que por unos míseros euros vuelve toda tu vida una miseria. Lo tengo aquí, firmaste con la primera papelina que te vendí. No puedes ni huir ni zafarte de mí. Sabes que existo y siempre vuelves a mí.

Ahora sí que ríe, ahora sí que es feliz, sabe que no volverá al callejón y podrá romper con  lo hablado y acordado. Ya no volverá a ser un perro que vuelve a la voz de su amo. No volverá a ser aquello que le era de disfrute, no para él sino para aquel que le vendía dicho material. Enojado se queda aquel que le entra con un susurro, le martillea, le bombardea buscando una salida a su farol, no quiere perder a uno de sus mejores clientes.

Nubes de tormenta en mitad del desierto cerebral, tormenta por seguir adelante, lluvias de felicidad cae en la mente de Charles Gordon. Otra vida, otros sueños, mantenerse despierto es difícil de los nervios. No, no por ningún síntoma de deseo de recaer sino lo contrario. Todo son ganas de andar, de echar a caminar por el sendero de la vida. No dice que haya visto la luz, aunque su mente vea ya con más claridad. Sabe que se llevará decepciones, que tendrá fracasos, pero la vida es para el que lucha por ella y decide ser lo que quiere ser.

Me gustaría tocar con la punta de los dedos el cielo, pero no este sino el que hay detrás de todo, el irreal y a la vez el esperanzado por todos. Yo, solo soy un simple hombre que se niega a morir sin vivir, que se niega a engendrar, por no querer que sufra en un mundo que solo avasalla y pisa.

Le viene a la memoria su madre, aquella mujer que le crío y le educó. Esa que ya no está en el reino de los vivos…

          Mama, he hecho muchas tonterías, he llegado a dejar de querer estar vivo. Pero, mama, solo te quiero a ti, a nadie más. No amo a ninguna mujer ni tengo amistad con ningún hombre. Mama, solo deseo tocar el cielo y que nuestras manos se unan y que me digas que esta vez sí lo conseguiré. Saldré de los callejones y andaré, caminaré por las grandes avenidas con la mente despierta. Rechazaré cualquier cosa que me lleve al recuerdo de una época que es difícil olvidar.

Solloza y se va a la habitación, ya mismo habrán pasado cuatro meses y están a punto de darle el alta. Se mira al espejo, se ve nuevo, duchado y afeitado. Con todo recuerdo lejano ya, aunque no olvidará del todo la experiencia, más que menos para tenerlo en cuenta y saber a dónde puede llegar.  Escucha la radio, no es suya, es una prestada por uno de los que como él, están en el mismo barco. Un barco que desea dejar y empezar a volar, a abrir sus alas y que estas le llevan al pico más alto, sí, ese llamado Fortuna. Todo son alegrías, me dice, me habla que lo escriba todo, que todo quede impreso. Yo le comento que no hay problema, todo quedará escrito, para que no sea olvidado. A lo mejor y solo a lo mejor, soy alguien que como dice Charles Gordon, no tuve tanta suerte y se lo hago escribir a alguien que está más hecho a las letras o simplemente soy un celador del lugar, quien lo sabe, a saber. Lo cierto es que salió por su propio pie y no tuvo que nunca más que regresar. Ya no sé más, si trabajó y si se casó o simplemente vivió lo que le tocó vivir.



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