martes, 8 de agosto de 2017

                                           Un amor interminable

Despierta en un cementerio, son las siete de la mañana  y ha pasado noche en un lugar donde los cuerpos ni gritan ni se mueven, ¿o quizás, sí? A lo mejor solo gimen o solo fingen un dolor que no les es ajeno. No se sabe pero, ¿quién es capaz de levantar algún cadáver y agitarlo para ver si es realmente muerto? No se sabe, pero sí se sabe que ha sido una noche oscura sin Luna. Una noche en la que las estrellas te guían y hacen sonar su trompeta desde lo más alto y más lejos del Universo. Una noche de esas, en las que más vale alejarse de según qué lugares, no porque hayan ladrones de carteras, si no porque quién sabe si sí de almas.  Solo las luces de unas pequeñas farolas, le han hecho compañía. ¡Qué más da! No necesitaba ni refugio ni compañía más grata, que a aquellos que no piden por la garganta. Es verano y solo la brisa de un mar cercano, le hace feliz. Todo aquello que necesita está a dos metros de él, araña el mármol del nicho con las uñas en una lenta despedida ¿Quién será la dama de sus sueños, quién será quien le hace quedarse dormido con tal personas sin vida terrenal?

No hay batallas, no hay guerra, pero el sonido sordo del viento en los arbustos, le hace alejarse de manera asustadiza y ya al alba, ve acercarse porra en mano al vigilante. No espera a que le venga, ya que no cree que su saludo fuera amigable. No viene como para dar la mano y el pésame. Es muy temprano y la reja sigue cerrada, tendrá que subirla y saltarla hasta el otro lado. Esquiva rápidamente, le da esquinazo y consigue escapar. El guardián de todo el rebaño fúnebre, se enfurece y agitando los brazos al aire solo balbucea pequeñas faltas y pequeñas injurias, con ninguna respuesta. Juan se ríe para sí mismo, se ve vencedor y ya espera ahora libre de todo lo ajeno, en la parada del autobús, a que este llegue.

Respira al mismo tiempo que fuma, fuma aliviado y oculta su verdadera verdad, su lado más oculto, la verdadera intención que le ha llevado a refugiarse en tan siniestro lugar. Marcan las ocho su reloj de muñeca y acabándose el cigarrillo ve que se detiene el autobús, lo apaga con la punta del zapato y sube a él. Sentado mira por el cristal y viendo cómo se aleja se sorprende, todavía el vigilante sigue caminando de manera rápida y con la porra en la mano. Piensa y se dice a sí mismo, hace una pequeña oración improvisada a voz baja…

Canto a mi interior, le ruego a toda mi alma, que tenga paciencia y ruego a mi destino, que este sea clemente. Seguiré luchando, seguiré peleando, aunque una voz exterior me diga continuamente que “no”. Yo sé quién y qué soy, nadie puede negarme mi deseo y mi voluntad. No puedo esperar, como el que espera a que nazca o brote de la tierra, aquel o aquello que me haga feliz. ¡Seré egoísta! Solo pienso en mí y no en ti, que eres quien atentamente, me lee día tras día, noche tras noche, hasta que los ojos se te secan y ya es imposible hacerte llorar. Para ello, no hace falta escribir un drama ni una comedia, solo dejarse llevar y rozarte el alma.

¿Por quién reza el predicador de una iglesia, por quién ora el que se haya sentado al lado de él? El autobús se aleja para adentrarse en las afueras de la ciudad. No sabe o mejor dicho, no sabía que se ha sentado al lado de uno de aquellos que hacen de servir a las almas, su profesión. Va vestido como todos, pero hay algo que le hace darse cuenta. Es un pequeño distintivo, un pequeño crucifijo de metal en el lado izquierdo de la camisa. Va orando, va rezando un texto en voz un poco más alta…

Cada racimo de uva, por cada gota de lluvia caída en la tierra seca.  Regado por la sangre de aquellos que se dicen libres, esto sería esto un vergel, sería el triunfo de todo aquello que debe de ser. Cada cepa sería la matriz de cada sentimiento frustrado por culpa de una humanidad que no ve y no tolera. Egoísta como ella misma, pisotea cada una de estas, como si no tuviera derecho propio a emerger y brotar, como todo en este mundo. Cada racimo, cada gota, cada lágrima inocente de aquel que todavía es puro y transparente.

Como si supiese el predicador la aventura que acababa de tener, le pone la mano en el hombro y le susurra al oído…

Todo se censura, todo es opaco y no dejar ver el otro lado. Todo sigue su curso, como si el tiempo no tuviera ni lugar ni espacio. Que serían de aquellos que se dicen amigos, que sería de todos aquellos que por ser sinceros, se han convertido en mis enemigos. Todo es dominado por la hipocresía y la mentira, todo es irreal ya que todo lo que es cierto no se ve.

Sorprendido llega a su parada y siendo educado se despide. Camina calle abajo y pasando ciertos lugares que tampoco son de envidiar, llega al portal, hace girar la llave dos veces y entra en su casa. Son veinte escalones los que sube y abriendo la puerta que le separa, se asoma a la azotea, mira en sus bolsillos, mira y rebusca. La única foto de aquella que le lleno de felicidad, le tranquiliza y le calma su corazón dolorido. Su alma es muda, como sorda es la sociedad, ¿de quién es la foto de tan bella señorita? Si pudiera, haría regar con su propia sangre la tierra, si con ello consiguiera que ella fuera devuelta a la vida y con ello la felicidad compartida.

No se escuchan tambores de guerra, ello está en desuso. Tanto el tambor, como el fusil, los dos se han alejado de la vida de aquellos que los hacían sonar. Eso es bueno o solo es una utopía, todo es vida, todo es como el manantial donde el agua fluye. Fluye y cae en la cepa, esta da sus primeras uvas de la felicidad, en un mundo que todavía está triste, triste por no tener un líder que no sea intolerante y arcaico. ¿Quién sabe quién domina a quién? Todo es un suponer, todo es relativo. Si pudiera, si yo pudiera. Piensa y dice en voz alta y clara…

Todos se comparan con todos, uno no es feliz consigo mismo, hasta ver al prójimo amedrentar. Ases vuelan como cartas en el cielo, pero la gran pregunta, ¿quién tiene el joker, quién es poseedor de la carta más absoluta? Comodín valedor, puede ir a la Luz o a la Oscuridad, puede ir a la Tierra como al cielo, pero no ser ajusticiado por ello.

Yo, que solo soy un humilde narrador solo puedo decir que en todo se vive según las normas, todos, absolutamente todos caminan en línea recta y ¡ay!, aquel que no lo haga. Será apartado del corral, como oveja sin dueño caminará y quién sabe, a lo mejor es más feliz y se siente más pleno, dentro de su soledad.

¿Porqué, todo el mundo regala rosas en vez de un racimo de uva, porqué, todo aquel que desea que el amor perdure, regala un ramo de rosas en vez de un racimo de uva? Quién sabe la verdadera verdad, quién sabe lo que me hace escribir en este triste hotel de las afueras de mi ciudad. Todo es relativo, todo es efímero. El amor, el deseo carnal de todo aquello que nos atrae, ya sea hombre o mujer, eso nos identifica y nos hace jugar la partida, la partida de la vida. Como si todo fuese un juego, un triste juego en una triste habitación de un hotel. Las luces parpadean y entra el reflejo destello a través del cristal de la ventana.

Todo por no seguir la ley, todo por no querer seguir las reglas, algunos se creen que hago trampas y que juego con ventaja. Quién sabe, a saber. A lo mejor he vendido mi alma al mismísimo diablo, sí ese que se cuela por tu nariz y llega al interior de tu alma, haciéndola débil y asustadiza. Solo soy un recuerdo de aquello que fui, solo soy un presente de un ayer que no volverá, ¿quién sabe hasta cuándo yo viviré?, y hasta cuando tendré que soportar el despertar por la mañana. Si volviera para atrás, quizás hubiera saltado con él la reja, solo para estar cerca de ella. Pero ese privilegio solo lo tiene él, su padre.

Para mí siempre quedará en la memoria, los momentos gratos vividos, vividos hasta que aquel que conducía, aquel que se creía dueño de la calzada, le segó la vida como si fuese un racimo de uva arrancado de su cepa. Daños imperdonables, tierra seca y sin vida es la que pisamos, pero no queda más remedio que mirar para el cielo, mirar como si la buscásemos y fuésemos a conseguir un abrazo de ella.

No me saludo con él, no me hablo desde el día de su despedida, no merece la pena. Solo nos cruzamos la mirada, pero sin mediar palabra. Solo soy el que era el conductor en aquel trágico día. Si pudiera me cambiaba por ella, me cambiaba, lo mismo que cambiaba de emisora aquel día.


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