viernes, 16 de junio de 2017

                                                            Por un millón de vidas.
Vuelo alto, vuelo sin miedo. ¿Quién o qué se cree capaz de molestar mi ascenso? Solo la noche me acecha y ello me lleva a refugiarme, dormiré y descansaré hasta el amanecer. Todo es todo, me gustaría tener más de una vida y volver, volver y reencarnarme en otro ser volador, ¿quién sabe? A saber. Solo sueño y dentro de mis sueños, hablo con aquel que domina el cielo oscuro de la noche.
        
               - Murciélago ven, explícame tú que oyes los sonidos de la noche. Murciélago ven,  ¿qué dicen, que hablan, que murmuran?  Yo no estoy sordo, pero no tengo tu agudeza. Murciélago, pareces un ratón con alas. Ratón que vuela en la oscuridad, ciego de por sí. No ves sino oyes los ecos de la oscuridad. Eres libre y llegas alto, tan alto que no te puedo ver y menos escuchar tu aleteo.

Hace que no me ve, hace que no me oye y sigue con su aleteo en medio del vacío. Sé que me mira, que me observa de manera descarada. Yo no me callo, yo no me doy por vencido y le sigo hablando y le sigo comentando…
                   
                                  - Acércate y dime, dime que es lo que se escucha, dime que se escucha a través de las rocas de esta montaña. Yo veo, pero necesito luz. Tú no ves, pero escuchas mucho más que yo. No estoy sordo, pero no llego a escuchar tu voz. ¿Cómo es? Como es tu voz, tu sonido. Es tan agudo, que no lo escucho.

A la segunda va la vencida y yo sorprendido por el eco de sus palabras, se me acerca sin dejar de mover sus pequeñas alas,  se queda inmóvil en medio del peñasco y me deja perplejo cuando me dice…
        
                - ¿Quién eres realmente, tan libre que eres? Quien eres, cuando nadie te da caza. No te preocupan los depredadores, ya que tú eres uno de ellos y sabes cómo piensan. ¿Quién eres?, cuando eres tan negro y tan fiel y servidor  a la vez.

Como si fuésemos dos compañeros de fuga, ansiamos la libertad, pero yo me debo a mi criador, yo no duermo en jaula, pero duermo siempre en casa de aquel que me cuida. Lo de hoy es una excepción, mañana volveré a mi lugar que me corresponde, conozco muy bien el camino.
        
                   - Ratón volador, me gustaría ser tu amigo. Tu amigo, para yo ser tu vista y tú mis oídos. ¿Cazaríamos?, es posible, a saber. No me conoces, ni sabes lo que soy, ¿o sí?  No sabes si soy un búho o una serpiente. Si soy un águila o quizás simplemente un ratón con envidia. Una envidia que no me deja vivir.

Como puede ser real lo que vivo, como puede suceder tal hecho si yo no estoy ni enfermo ni maltrecho, ¿a quién le debo tanta dicha? Yo no soy merecedor de tanto elogio y a él me dirijo, no de usted,  si no de tú, siempre sin llegar a faltar el respeto ni abusar de la confianza. Cierto es, que podría servirme de alimento, pero, es tal la devoción y la admiración que siento por ellos que no podría ni darle un picotazo.
        
                  - Yo no quiero tener las alas como tú, yo quiero revolotear en la oscuridad de la noche y cazar al mismo tiempo. Quien sabe lo que soy, ¿tú lo sabes?  Yo no te lo voy a decir, pero queda claro que sí puedo volar, pero no puedo agudizar mis sentidos como yo quisiera. A lo mejor al ratón solo le falten tus alas, a mí a lo mejor me falta algo más. Entonces, ratón tampoco soy. Ellos no tienen miedo a nada, quizás si a los búhos. Estos tienen alas, pero me da la impresión que no vuelan como las águilas. A lo mejor soy un halcón, a eso me asemejo más. Quizás más pequeño, que un águila. Pero siempre fiel a mi dueño. Que es quien realmente me ha mandado, para hablar contigo. Podemos juntar nuestros sentidos y nuestras facultades. Él solo te quiere tener en su puño, como me tiene a mí. Él te premiará, te lo aseguro. Solo quiere tu lealtad. Piénsatelo y mañana vuelvo…

Pasaron dos soles y dos lunas, corrió el tiempo, como si de un reloj de arena se tratase. Esta fue haciendo una montaña, una tal que era igual de alta y grande, como aquella dónde me resguardé. Esperé a que viniese y me diera una respuesta. No comí ni dormí, no volé más alto ni cacé ningún ratón. Solo veía entre las nubes un resplandor, producido por una luna llena que iluminaba el peñasco donde me hospedé. Tanto fue la espera, tal el cansancio, que cuando me dormí vi por el resplandor, algo que volaba hacia mí. Sorprendido, no sé si dormido o despierto, hablé con él.
        
                  - Hola murciélago, ¿ya estás de vuelta, qué, te lo has pensado? No me hagas marchar sin darme un poco de luz en el camino. Mi dueño ansía saber tu respuesta. Dime que sí y haznos felices a los dos. Uno de cada puño iremos al caminar por la ladera de la montaña. Una montaña tan alta, que ni tú podrás alcanzarla. No hay pico tan alto que yo no pueda alcanzar, yo puedo guiarte, aunque creo que no puedes llegar  hasta la cumbre.

Lloró, no sé si de alegría o tristeza, pero lloró. Las lágrimas le resbalaban por su rostro, lloraba y emitía un sonido parecido al llanto de un niño. Yo no pude más y llegué a contagiarme de tal emoción y acercándome con mis patas, le rodeé con mis alas. Mis plumas se mojaron, me temblaron las patas, todo ello surgió, todo ello nació, como el vuelo que emprendimos en ese momento.
        
                   - Podemos llegar a ser hermanos, aunque no lo seamos de sangre. Puedo llegar a apreciarte y sin embargo odiarte, por tener que compartirte con él. Dime que sí y nos iremos los dos a darle la buena noticia y volaremos y volaremos, hasta cansarnos y tener que descansar en la mano de nuestro dueño. Digo nuestro dueño, porque me vas a decir que sí.

Ahora su sonrisa me invadió el interior y volamos, volamos tan alto, que el resplandor de la luna quedó atrás.
         
                   - Que alegría me das, ya tengo por fin la amistad deseada, la que me unirá a ti y la que me une a mi amo. Bueno y bondadoso no se recata a la hora de dar de comer o dar rienda suelta a nuestro vuelo. Viviremos sin tener que pensar en que cazar, como no sea por su deseo. No nos faltará de comer y tú nos contarás los secretos que albergan, estos lugares tan recónditos. Murciélago ven, que ya eres de los nuestros. Conseguirás el respeto mutuo, porque todo no es como tiene que ser por naturaleza y todo no está escrito, como tiene que ser.

Volamos y nos asentamos en los puños de nuestro amo. No sé si es rey o príncipe o quizás, simplemente un cazador de la zona. No lo sé, no se lo he preguntado. Qué me lo diga él que tiene mejor oído y puede escuchar entre la penumbra de la noche. Yo también quiero saber. No quiero ir solo por amor, quiero sentir la unión por orgullo. De saber a quién sirvo.
        
                     - Soy servil y fiel y espero que tú, murciélago también lo seas. Yo llevo ya unos años y me hago viejo, con que tú tomarás mi relevo y espero que le hagas ver, el bien que hace poseer un halcón como yo. Espero y te deseo suerte en tu camino y gracias por decir que sí.

Solo le bastó un gesto a mi señor, para hacer que en sus puños nos asentáramos. Solo bastó una voz, un sonido que como venido del cielo, hizo que los dos acudiéramos a su llamada. Somos, nos sentimos más libres a su lado, más seguros, tanto que la amenaza de una tormenta, no perturba nuestra tranquilidad.
     
                                        -     Llueve y hace frío, ven aquí  hermano. Ven y refúgiate en este lugar tan escondido de la lluvia. Caliéntate y come, come que mañana empieza un nuevo día y una nueva vida para ti.


La hermandad no sabe ni conoce de razas o especies, ¿quién puede ser, quién puede surgir para unirnos en tal amistad? No todo está escrito, no todo está hablado, solo un susurro puede despertarnos y empezar a vivir con tal intensidad, que se rompen todas las paredes. 

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