ISMAEL “EL JINETE”
Qué más da, ¿quién no tiene lugar
en el mundo y en el Universo?, todo es como si fuese una explosión de energía,
todo es como una onda expansiva. ¡Ahí está!, Ismael durmiendo, descansando en
su mundo de adivinanzas y sueños. Como en un jardín de fantasía vive y sueña,
es normal, está en esa edad en lo que todo se crea si hace falta en la propia
imaginación, y todo se desvanece si hace falta en un solo segundo. La cuestión
es no sufrir de una enfermedad llamada “realidad” y que todo aquel que la vive,
el corazón se le desgarra. Todo se desvanece, todo se hace añicos y entran como
un soplido de aire y viento, sin pedir permiso, sin dar la orden de aviso y de
llegada, llegan aquellos que solo en la imaginación pueden llegar a venir en
son de venganza. ¿Pero, de venganza de qué?, si todo es un mundo de alegría de
adivinanzas y juegos.
Cabalgan los jinetes de la Guerra,
cabalgan aquellos lacayos de todas las religiones entre ellas opuestas.
Cabalgan de forma rápida, al galope, van trenzando un camino de horror y muerte,
a todo aquel que se cruzan o se encuentran. Ninguno de ellos es portador de la
verdad absoluta, pero aun así se creen con el legítimo de arrebatar la vida al
prójimo. Ismael duerme, es todavía muy joven para entender de estos temas y
solo sueña, aunque a lo mejor ya levita. Sigue durmiendo, pero le vienen a la
mente, le entran en sueños aquellos jinetes, que espada en mano, le sugieren el
camino a seguir. Él, en sueños les asegura de que no entrará en batalla alguna,
ni ahora ni nunca y menos por algo que él no tiene ni fe ni esperanza ninguna.
A tal corta edad y ya responde en
voz susurrante, como aquel que habla en sueños, pero tiene a su madre delante.
Mujer que no pierde detalle alguno, al igual que solo pierde el sueño por el
pequeño.
–
Yo no soy títere alguno, yo no dependo de nadie,
solo de mi saber me hago cargo, solo de mi actitud es de lo único que me hago
dueño. Solo de aquello que viene de detrás de la Luna menguante, me haré
conciencia, ya que la Luna llena me refleja demasiado y demasiada luz me
afecta.
Como si fuese un vampiro acecha
por las noches, en aquellos lugares que son de mención. La ciudad, todavía
dormida en aquellos aspectos que no deben de ser ni nombrados, duerme de día y
acecha de noche. Como si todos los gatos fuesen pardos y no existiese ángel de
Luz, no se nombra a aquel que tiene mil nombres y ninguno de ellos es el
verdadero, o sí, a saber.
Vagabundea la miseria por las
calles, ya sea de noche o de día, eso no tiene valor ninguno y ello hace a todo
aquel que callejea o duerme en ella. Todo aquel que no se ve libre, lo será algún día y ello que hoy en día hace ensombrecer
a aquel que iluminará más en la Oscuridad cuando su cuerpo al final perezca.
Todo depende de lo que eres, todo depende de tu actitud y de tu valentía, eso
lo saben hasta los jinetes de la Guerra.
“No existe hospital o albergue, donde mi mente y mi alma estén
descansando actualmente, ya que no pertenezco a este mundo, sino ya haría
tiempo que estaría encerrado y las llaves tiradas a cualquier lugar donde yo no
fuese capaz de alcanzar. Solo vuelo con tu mente y tu imaginación, aunque puede
ser posible, puede haber retales de una vida verdadera, pero no lo sé a ciencia
cierta, así que aquí lo dejo”.
Marcan las siete de la mañana y se
despierta sudoroso, no contará con más de cinco o seis años, piensa y ahora
juega a los indios y vaqueros, como si, inocente de su corta vida en este
mundo, no tuviera nada mejor que hacer o pensar. Tiene mucha historia a sus
espaldas, aunque sea joven en este mundo, es una alma vieja y curtida como si
fuese piel de algún oso pardo. No tiene garras, no tiene colmillos, pero hay
cosas con las que se nace y no se ven. Hay sucesos de otras vidas, que se hacen
pagar en la propia existente o simplemente se nace sabiendo, se nace ya
caminando por el sendero de la negritud de la noche oscura.
No sabe cómo, pero le viene a su
memoria la muerte de un perro, un simple o no tan simple can. Caninos hay
muchos, pero aquellos que son transformados de otras vidas, pocos. Hijo de
padre musulmán le vienen recuerdos, en su actual ciudad turca de Ankara. Todo
son caminos y más caminos, que no sabe cuál elegir.
–
Sé valiente, sé despierto. Le dicen su madre al verlo, pero sigue él con sus juegos propios de su
edad.
Alguien conocido o por el corazón
detectado, alguien intruso le alienta como en un susurro.
–
Llegará el día que reinarás por tu valentía,
llegará el momento en el que yo, entre la multitud, te señalaré con el dedo. Pero
no por vergüenza ni por nada deshonroso, te señalaré orgulloso de poder decir,
este hombre es mi hijo.
–
Le cantaré al Sol, le rogaré a la Luna, para que
me traigas un niño en una cuna y pueda balancearlo y pueda mecerlo, orgulloso
de tener un nieto.
La Tierra se desvanece a mis pies
y solo veo a Ismael, triste, como si hubiese sido solo él el culpable de la
muerte de aquel perro. Todavía lo recuerda, después de un ayer lejano, todavía
le viene en mente, como los jinetes de la Guerra. Ya tan pequeño, solo piensa
en encontrar su sitio en el mundo, un lugar en el que muchos nos encontramos
desubicados y no sabemos colocarnos en el tren de nuestro viaje en la vida que
nos corresponde. Como si fuesen las vías cortadas, ve sesgada la suya, la suya
y solo se ve con su madre. Su padre, ya dado por vencido, no podrá señalarlo ni
por lo bueno ni por lo malo, pero al menos sabe que será todo un hombre, todo
un carácter en este mundo donde los débiles no tienen cabida, donde aquellos
que perdonan a la ligera son humillados y vejados.
–
No intentes tirar de unos hilos que son
transparentes, ya que hace años que los corté. No me vengas ahora en que
quieres señalarme por orgullo, cuando no fuiste padre alguno ni nos distes
refugio.
Redoblan los tambores, suenan las
trompetas, el día va pasando, el día va transcurriendo y con ello las horas del
día festivo. Como si fuese por honra, como si fuese por honor, se detienen en
su batalla y alzando la espada al Sol, la enfundan. Paran, se detienen y con
ello la guerra sin que hubiera habido hasta entonces tregua alguna. Todo se
detiene, hasta el aire y el viento, hasta el Sol y la Luna, solo con las
estrellas del Universo como testigo, uno de los jinetes, cansado de cabalgar,
se baja y en sueños le habla a Ismael. Le extiende los brazos y le habla, está
rodeado de su familia y amistades, que al ver su rostro desgarrador salen despavoridos
corriendo, como si el poner tierra de por medio fuese a dar con la calma y la
paz que todo aquel alberga o busca sin razón, ya que esta se encuentra en
nuestro interior, todo es así, todo es como es. Puede ser un relato o puede ser
algo real. Quién sabe quién es Ismael, yo solo lo sé o quizás tampoco yo. Solo
él se conoce a grandes rasgos, ya que todavía a su corta edad se queda
sorprendido de los recuerdos de momentos soñados o vividos.
–
Me tiene contento, me tiene lleno de orgullo,
que los jinetes se acuerden de mí o vengan a mi llamada, todo es posible en
esta vida, todo menos lo que no se puede y eso, eso nadie lo sabe, no lo sé ni
yo.
El jinete vuelve a subir a su
caballo y haciéndose con las riendas, da la orden de continuar camino, pero ya
sin batalla alguna. Cabalgan hacia el Norte, hasta el fin del mundo, como si
este fuese plano y no existiese el horizonte, un camino que nunca se acaba y
que Ismael sigue o piensa al menos, caminando de la mano de su madre.
Ella, mueve que mueve el agua
turbia de la olla de barro, a fuego lento culmina y sigue viendo dentro de lo
turbio, lo que verdaderamente merece la pena, que no es otra cosa que el
presente y el futuro de su hijo. Sigue y sigue, ahora ya mueve el líquido
elemento de forma más rápida y la mueve con el ardor del fuego en alto. A
carbón es la cocina, a carbón es la llama que resplandece y resurge desde los
más adentros de las almas oscuras. A ellas y solo a ellas les pide y les ruega
protección, para su pequeño. Todo ello, todo aquello que hace lo traslada a un
aquelarre, a una reunión clandestina vespertina. Todas ellas de negro, con el
rostro y el cabello tapado, se dirigen a
la cita con aquel que no dice su nombre.
Todas en reunión, todas juntas
claman el nombre de una que ya no se encuentra entre ellas, la llaman a la luz
de una vela, una luz que se hace fugaz, ya que con un fuerte golpe de viento se
apaga. Todas, un poco decepcionadas vuelven a sus casas, pero no saben o no
aciertan a saber si esta está un poco dentro de cada una. Vuelve y el niño
duerme, duerme ajeno a peligros, solo una voz se le acerca ahora a la madre.
–
Ábreme la puerta, abre tu alma y déjame entrar,
que soy hombre de paz. Le dice alguien o
algo, mientras descansa.
Su madre, bruja y algo hechicera,
ya en su casa, mueve el cazo dentro de la olla. Solo un poco de agua con
algunas hierbas, que solo ella conoce. Mueve, lo mueve a fuego lento, mientras
ora, reza o medita.
“Todo soy yo, todo eres tú, protege a mi hijo, protégelo de aquellos
que vengan en pos de hacerle daño, ya que yo soy quién soy y no tolero ni
permito que daño se le haga”. Mueve el cazo, hace círculos, pero como si
fuese aceite hirviendo, este no se llega a mezclar y las hierbas sueltan un
olor especial. Le llega el olor a Ismael mientras descansa, son las once de la
noche de algún día de algún año. Tanta fecha no tiene relevancia alguna, ya que
solo la hora es lo que importa, el resto es impuesto por aquellos que siguen un
calendario que ni me va ni me viene.
Por; Francisco Sánchez
Dedicado a Ismael Laaroussi
La fantasía salva de la realidad. Pero el don en vida ahuyenta la fatalidad. Un abrazo cariñoso Paco.
ResponderEliminarPoeta Intemporal.