miércoles, 10 de octubre de 2018

                                          Abejorros en el oído.

Qué será de aquel que dice tener el derecho a tirar una piedra al cántaro para que suene, quién es capaz de sobresaltar o incordiar el descanso de esos que se dicen tener su propia canción. Qué como un disco de vinilo hace círculos y teme que la aguja toque todos los surcos de su vida.

Yo pongo un disco de los antiguos, solo tiene tres canciones, como tres vidas puede vivir cualquier mortal. Qué canción sonará primero y a qué ritmo irán las tres…  Solo escucho las tres canciones, dándome un giro la vida. Solo me hace vibrar de una forma que plasmo en el papel, en el papel de aquello que es la propia existencia de algún hombre sin nombre. Dicen y solo comentan, que aquello que esconde cada uno en su interior, es igual de bonito que de cruel. Que todo aquello que nos alberga, no es solo amor, que es odio refinado, que nos vuelve a la mayoría unos hipócritas. Todo aquello que se aleja de la orilla del mar, ya no es virgen y puro.

La música me transporta, me hace viajar y con ello, sentado en mi sillón, cierro los ojos  y veo imágenes pasar…

Entro y me quedo de pie, sorprendido y temeroso  veo que el cuchillo está frío, pero todavía latente gotea la sangre que bordea el filo, cayendo al suelo de manera suave e inocente. El cuerpo yace sin vida al otro lado de la barra del bar, todo había pasado rápido, muy rápido. El dueño del local no tuvo tiempo de sacar el arma y el ladrón le asestó dos puñaladas, con el cuchillo que parecía tener el nombre del propietario. Estaba encima de la barra y el presunto delincuente, solo lo agarró y siendo más veloz que él, lo mató, lo mató por cincuenta y tres euros. Era por la mañana, todavía se confundía la noche con el día y no había mucha caja. El dueño solo llevaba encima lo que tenía que darle al repartidor de cervezas. Solo eran las seis de la mañana, el Sol estaba todavía dormido, pero se despertó de golpe a las siete y veinte, pensando que era una pesadilla y se escondió detrás de las nubes, para poder ver cómo  se llevaban el cuerpo sin vida del propietario.

Alguna vez se me había ocurrido, alguna me había inventado, sobre todo cuando era niño, que pertenecía a algún clan. Que era algún matón a sueldo, pero todo, todo, era producto de una imaginación sin nombre y esa era rebosante de ideas. Pero todas acababan igual, con un cuchillo ensangrentado en la mano.  En mis imágenes, tenían marcados sus dedos y con ellos sus huellas, pero eso le daba igual y como un fantasma en la noche, iba segando vida tras vida. Cinco días, como si hubiese sido una jornada laboral, iba día a día, golpe a golpe.

Dentro de una bolsa negra, reposaban encima de una camilla de ambulancia los restos del tabernero. Luces destellantes de colores, hacían asomarse a los curiosos y a aquellos vecinos, que sorprendidos, despertaban del dulce sueño de la noche. Una foto suya, una de tantas colgadas en la pared de la entrada, sonriendo con un palo de billar, era el único testigo de lo ocurrido una hora y poco más, antes.

El sin nombre, se marchó corriendo con su gran botín. Cincuenta y tres euros, no sabía qué  hacer y pensó en seguir la racha. No se salía casi del barrio, pero no daban con él. ¡Qué más da!, decía él, si sé dónde acabaré. No llevaba pistola, no le hacía falta. No llevaba sentimiento alguno ni albergaba esperanza alguna, solo el deseo malintencionado de seguir abriendo brecha. No sabía que camino tirar, únicamente que el de la delincuencia. “Dinero fácil”, dinero a costa de la vida de algún pobre cantinero o dueño de alguna cafetería. Cuantas esposas y madres, habrán ahora viudas y solas por culpa de este hombre. No se merece ni nombre ni apellido, aunque seguro que lo tiene, pero no en mi imaginación. No habrán más chatos ni más cañas, solo agua y siempre detrás de la puerta de alguna  prisión. Cinco muertes, segó cinco vidas por que le vino de gana hacerlo. Ahora, ya se acabó. Triste o feliz final, es el que tuvo esta historia, que espero que nunca ocurra y que solo sea en la imaginación de algún atrevido escritor, que escribe, que relata, con la música que a todo español nos delata y esa es la melodía de nuestra incomparable guitarra.

Sonaba otra canción, sonaba una ahora estridente, de música de rock y como si hubiese saltado la aguja, comenzaba a llover y recordaba la sangre como se diluía y era tragada por las rendijas de la cloaca. Como un pequeño torrente, se limpiaban las calles. El sin nombre seguía mentalmente su marcha, chato a chato de vino, iban corriendo la misma suerte aquellos que se topaba. Un chato y un puñal clavado en un descuido, era el final de su conversación. Les daba palique hasta que veía que se quedaba a solas, cinco segundos, quizás diez, era lo que necesitaba.

Ya tenía bien planteada una buena jornada, la policía le seguía los pasos, pero estaban todavía lejos de acercarse, ya que no seguía ningún plan ni ningún patrón. Solo seguía la senda del olor a vino barato, solo soñaba ya, pero con lo conseguido ya podía comprarse una buena botella de algún buen licor. Triunfante, se lo tomaba en casa, hasta que al caer el vaso al suelo, él caía rendido y borracho. Hasta el día siguiente, hasta el alba del siguiente día, no tenía prisa. Nadie le esperaba, solo la senda de la muerte que él marcaba.

Suena el zumbido de unas abejas en un panal, no suena la guitarra, no suena el clarinete. Solo suena la flauta, cuando asesta una puñalada tras otra para robarle la recaudación o el jornal de aquel que encuentra más solo. Aquello que no es de merecer, se lo lleva, se lo queda y encima sale con la cabeza alta. Se piensa que es el mejor y que nunca, digo bien, nunca lo cogerán. Pero no existe el crimen perfecto y en uno de ellos, en uno de los que se pensaba ya ganador. Cuchillo en mano, iba a dejar otra víctima caer al suelo. Cuando suena la cisterna del lavabo y sale de él, un policía local. Que al verle con el cuchillo alzado, se hace con la pistola y le da el alto. Se queda estupefacto y vuelvo en sí, el dueño suspira aliviado, aunque no se sabe todavía a quién de los tres le latía el corazón más rápido.

En una ciudad malagueña, sale el Sol hoy con más alegría y hoy sí que la guitarra suena de manera cálida y contenta, han apresado al delincuente. El cuchillo, estaba se quedó apoyado como dormido en un largo letargo encima de la barra. Sin gota de sangre, solo gotas de sudor frío es lo que le recorre por la frente y por la cara al sin nombre. El policía lo apresa, haciéndose el héroe del día. No es para menos, llevaban una semana tras del asesino y ladrón.

Le preguntaban, le interrogaban, querían saber el porqué de esa falta de valorar la vida humana. Todo giraba y giraba, como él sentado en la silla. Solo hacía que sonreír y burlas, burlarse hasta llegar a faltar al respeto. No se sabe si por las cañas o por los chatos. En uno de esos momentos que le dio por hablar, los dejo sentados, clavados en las sillas a los dos inspectores que se lo comían a preguntas. Hubo un silencio, la tercera canción no quiso sonar y la aguja, como el que hace un réquiem volvió a su lugar de reposo, mientras el sin nombre, esta vez se desahogaba y hablaba.

¿Saben, que se les cuenta, que se les recita poemas a los muertos?  Cuando llega el alba, hago de ángel de la muerte y en el anochecer, enciendo una vela a aquellos que se han marchado. Les cuento poemas, les recito frases que solo ellos entienden. A mi vera, a mi lado, tengo a aquel que perturba la paz de aquellos que dicen ser buenas personas.

El inspector, el policía no sale de su asombro y se va, se va al baño y arroja todo lo cenado. Quién sabe, si es cierto o es mentira, lo verdadero que son cinco los muertos por este sujeto. Sabe porque ahora lo ve, como sonríe y como seguirá rezándoles poemas desde alguna cárcel de la zona.

Sonríe el asesino, descansa aliviado el delincuente. Pide un cigarrillo y se lo niegan, no tiene derecho a ello. Como algo que fuera común, como algo que se viera a diario, respira. Lo dejan solo en la sala y lo miran a través del cristal. Solo se pone nervioso, no por los chatos o por lo sucedido, si no por ese último cigarrillo que pedía. Es lo único que suplica, es lo único que pide. El resto, el resto más vale que no suene en ninguna canción.

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