Ni en un millón de palabras.
Septiembre,
día X del año X. John va caminando por la universidad autónoma de Barcelona y
se dirige hacia la biblioteca. Entra, pero no toma asiento, solo curiosea los
libros que hay allí. Curiosea y curiosea, hasta que encuentra uno, solo uno que su
título es “Ni en un millón de palabras”. Le tienta y cogiéndolo de la
estantería se queda de pie, con la planta de uno de los zapatos, en la pared. No se lo
puede creer, se adentra tanto en el libro, que este le engulle literalmente y
vuelve a su hueco en la estantería.
–
- Hola, ¿cómo estás tú?, sí tú, el
que me lees. Yo me siento cabizbajo, deprimido, creo que no sería capaz de
describírtelo ni en un millón de palabras. No, no me siento herido, me siento
defraudado. ¿Por quién, porque?, son grandes preguntas, para las que no tengo
respuestas. Ando, camino solo por la senda marcada, todo está marcado como si
fuese un sello que nos ponen al nacer. Todos, absolutamente todos, jugamos,
llevamos un rol. Uno más solitario que otro, qué más da, lo importante es
seguir adelante.
Queda
hipnotizado, queda tan absorto que piensa que todo lo que le rodea es cierto y
no es como un relato o una película de ficción. Escucha hasta la música que
ruge como el viento, no sabe de dónde
viene, ya que es bien sabido que en las bibliotecas lo que reina es el
silencio. Sigue leyendo, el entorno, todo aquello que le rodea es oscuro, negro
y frío. No sabe el porqué, ni yo mismo, que soy el que lo relata, sé la
respuesta.
–
- No habrá nadie, que por mucho que
me haga la zancadilla, me prohíba seguir alcanzando mis ilusiones, sí, la vida
son sueños, metas que uno piensa son inalcanzables y no es verdad. Seguro que
si quisiera, iría hasta la Luna o el Sol, de Oriente a Occidente. Todo depende
de todo aquello que nos rodea, de todo aquello que nos envuelve.
A lo lejos, ve una imagen, no son frases, es una simple
imagen. Dulce y deseable mujer es la que se muestra y le canta al oído, le
susurra haciendo que caiga en sus tretas y enredos. No sabe, que una vez dentro
del libro, es difícil salir. No lo sabe, a lo mejor tendré que relatar largo y
tendido. A lo mejor, cuando lleve un millón de palabras sabré sacarle del
entuerto.
–
- Conque tú que me lees, no te
sientes y te calles, grita, grita lo más alto posible y si hace falta, súbete
hasta a una escalera.
Pero su
voz es sorda, no sale al exterior, solo hace vibrar el libro. Sería mucha
casualidad que alguien lo cogiera y sintiera la llamada de auxilio.
–
- ¡Hey John! ¿Te puedo llamar John?,
al final seremos buenos amigos, solo deseo entablar una bonita amistad contigo.
Pero, ¡ojo!, te quiero solamente para mí. Quiero que seas de mi propiedad y que
no te relaciones con nadie más.
Despierta
de golpe del sueño de la chica y ve de nuevo, ve y siente la oscuridad de la
noche cerrada. No hay estrellas que iluminen, no hay ninguna Luna a la que
seguir. Solo, se ve atrapado en manos, no, en manos no, en hojas de papel y
cubiertas de cartón. No sabe la salida y sigue hablando, sigue caminando, hasta
que se da cuenta de que según va haciendo, el libro se llena de más páginas y
más frases y más letras. A lo mejor, al llegar al millón de palabras consiga
escapar y sentirse libre.
–
- Amigo mío, me siento aquí en la
biblioteca tan solo, nadie quiere leerme, sentirse atraído ni por mi título ni
por mi portada. En fin, menos mal que te tengo a ti y ni en un millón de
palabras te alejarás y me dejarás solo.
Lluvia
incandescente, cometas que surcan el espacio vacío del Universo. Todo es
posible, hasta escribir un millón de palabras. Yo, un aficionado escritor, solo
divago mientras camino por la sombría tarde de un otoño que empieza a sacar la
nariz. Todo es relativo, todo lo que nos imaginemos puede llegar a ser real,
solo hay que creer firmemente y a la larga, aunque parezca mentira, se hace
real. Todo es todo, aquello que respiramos y nos envuelve. Somos todo aquello
que queremos y si nos dejan, alcanzaremos las estrellas y esta vez sí que nos
iluminarán el camino. Como si fuese un cohete, una nave espacial viajaremos a
la velocidad del sonido. No hay nada más rápido ni más incierto que seguir
aquella música y aquellas voces que nos siguen en nuestra andada hasta la
vejez.
–
- No llores joven, no llores que
estoy a tu lado, soy tú mejor y único amigo. ¿Qué deseas, las estrellas? Yo, te
las puedo conseguir o hacer que te las imagines, son brillantes, tan brillantes
como tu alma y tu corazón. Por eso mismo no llores y ríe, ríe y esboza una
sonrisa de oreja a oreja, que esta noche alcanzaremos la más lejana.
Como un
estruendo se siente y es el grito tan fuerte que este provoca que se caiga el
libro al suelo, abriéndose este por la mitad, justo hasta donde está escrito.
Salta, pega un brinco y sale con los pies por delante, apoyando las manos en
las hojas de papel.
–
- No me busques, no te acerques a mi
vera, yo soy libre, no le pertenezco a nadie. Mi alma, mi ser y mi mente, solo
es mía, soy su único propietario y ello me hace fuerte. Camina ya de nuevo por la sala y de un golpe cierra el libro e intenta
llevárselo a escondidas.
–
- ¡Oye tú!, ¿qué haces, no sabes que
está prohibido sacar libros de la biblioteca sin permiso?
Se para
y haciendo como el que no se ha dado cuenta, se dirige hacia el mostrador.
Enseña su carnet y guardándolo en la mochila que llevaba a sus espaldas se
marcha. No para, anda rápido hasta llegar a la casa a donde tiene alquilada una
habitación. Solo se para, solo se detiene un momento en una gasolinera. Dice,
le comenta al dependiente que se ha quedado tirado con el coche, que necesita
dos litros de gasolina para poder llegar. Este se lo cree y le vende los dos
litros. Quiere quemarlo, aunque le expulsen de la biblioteca, dirá que lo ha perdido
o algo se le ocurrirá, pero quiere hacerlo cenizas. Se siente a salvo, lo que
no debe hacer es abrirlo. Vibra, el condenado vibra para que lo abra. Pero no
cae dos veces en el enredo y haciéndose como una olla grande de la cocina, lo
moja, lo empapa con la gasolina, lo quema, fuego que llega al techo, fuego que
llega a las puertas y a los muebles de la habitación alquilada. Se asusta, hace
aspavientos y grita de manera asustadiza, no sabe, no acierta el qué querer
hacer. Solo se le ocurre, echar agua. Pero ya es demasiado tarde, el fuego
domina la habitación y suena una sonora carcajada, al mismo tiempo que salen
destellos luminosos…
–
- ¿Pensabas que te ibas a librar de
mí?, cien años de infortunio y soledad recaigan sobre ti. A mí nadie me prende fuego,
ahora tendré que buscar cobijo en otro libro en blanco.
Como una
fiebre con sudor frío le sube hasta a la cabeza. Los compañeros llegan
alertados y los bomberos hacen que el daño no traspase la habitación. El mueble,
la estantería, el colchón y demás, es todo calcinado. No entiende, pero le
preguntan sobre la olla que encuentran con un fuerte olor a gasolina. No le
caerán cien años solo de infortunio y soledad, sino también la expulsión y una
denuncia por la dueña del piso. Fiebre, no es fiebre, es miedo. Miedo a todo
aquello que se le avecina, todo por querer hacer un bien.
No
encontrará habitación, solo en la vida, después de una vida en un orfanato se
siente en la calle. Nadie le querrá alquilar una simple cama. Un techo donde
cobijarse del frío y de la lluvia. Falta poco para el otoño y siente
escalofríos. Todos ya lo tienen por un pirómano, uno de tantos que disfruta con
el fuego. Nadie quiere hacerse amigo de él, nadie se le acerca a menos de un
metro.
–
- Me pellizco, me pellizco hasta que
la sangre burbugea por la herida, no puede ser real. No puede ser tan mala
suerte, ¿a dónde voy ahora? Qué será de mí, como siempre solo pensando en mí,
seré egoísta…
Como si
el olor le hubiese quedado impregnado en las manos, se pasa los dedos por la
nariz y diciéndose a sí mismo, camina ya sin sollozos ni lamentos.
–
- Pero, que más me da. Ya sé,
necesito dinero, ¿no? Pues fácil, un estanco, sí un estanco es buen sitio.
Camina,
anda con la cabeza erguida. Como es posible, está escribiendo el libro de su
vida, de su verdadera vida. Robará, asaltará, ese será su oficio y destino. Un
ir y volver de las cárceles, siempre y cuando den con él. Infringiendo la ley,
¿qué ley?, solo John hará la suya, la de la supervivencia. No quiere hacerlo,
pero no le queda más camino y ese es una verdadera autopista al precipicio. No
lleva arma, no lleva machete, pero da igual, sabe que es fuerte y que con sus
manos es capaz de asustar al más valiente.
Luces,
solamente son luces. No, no las de su cabeza, si no las de las farolas en la
noche cerrada de la gran ciudad. Sí, sí se encuentra en Barcelona, más o menos
por la diagonal. No, no sabe por cuál calle. Pero ve venir un anciano hombre y
le aborda, le aborda y sacándole los veinte euros que llevaba encima, lo deja
en el suelo en estado de shock.
Dos
muchachos que venían de fiesta lo ven y echan a correr e intentar alcanzarle.
No solo no lo consiguen, además son frutos del infortunio y son casi atropellados
por un coche patrulla. Jadeantes les explican a los agentes, que hay un hombre
de cierta edad en el suelo y que un hombre joven lo ha atacado y le ha robado.
Son
pocas las alertas, mientras los dos policías van a socorrer al abuelo…
–
- Coche patrulla, cinco, cuatro,
siete, dos a central. Hay un hombre anciano tendido en el suelo, delante del
portal cuarenta y cinco de aquí, en la diagonal.
–
- Aquí central, mandamos una
ambulancia.
El joven
estudiante, para de correr, el corazón le late deprisa. Es como una droga,
necesita más, le gusta infringir la ley y no se detiene. Pasándose otra vez los
dedos por la nariz, se acerca a una mujer y le intenta la misma jugada. Pero
esta es más joven y sabe defenderse, consigue reducirle y ello le lleva a llamar
a la policía. No son diez minutos, son solo cinco cuando están dos hombres
armados en la zona. Lo maniatan boca abajo y él, él sigue sonriendo, diciéndose
a sí mismo.
–
- Da igual que me detengan, al menos
tendré techo y comida. Además en dos días estaré afuera y volveré a surcar los
vientos de la noche. ¡Qué más da!, para que sirve tanto estudiar, si después no
tienes nada para masticar.
Que infortunio le aguardará en su vida, cuál será el destino de aquel que curioseaba con interés inocente los libros de la biblioteca, que Ser sería aquel que es capaz de transformarle en aquello que no es de desear.
Que infortunio le aguardará en su vida, cuál será el destino de aquel que curioseaba con interés inocente los libros de la biblioteca, que Ser sería aquel que es capaz de transformarle en aquello que no es de desear.
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