Como la
cabeza de un alfiler
Está nevando, la noche es fría y el cielo blanquecino no deja vislumbrar a la Luna su situación, ¿qué sería de todos, si el mundo fuera como la cabeza de un alfiler? No podríamos viajar, montar en avión y surcar los cielos, aunque sea como viajante o pasajero.
Harold, no deja de mirar por el hueco del
papel enrollado y piensa o imagina, que a través de él puede ver más allá del
horizonte. ¡Fiebre! Por aquello que anhela, ¡fiebre!, por todo aquello que se
ha desvanecido. Rock suena por sus auriculares, heavy metal, puro metal duro le
retumban en los tímpanos, no sueña, pero se imagina y se evade por un rato en
su mundo. Ese sí, no es como la cabeza de un alfiler. Ese sí, no es solo aquello que
tiene a dos metros de distancia.
Lo que daría por ver más allá de los cielos,
sigue mirando por el hueco del papel enrollado. Como si fuesen un catalejo ojea
por el agujero, al otro lado no hay nada, pero para él está el cielo abierto.
No quiere mirar directamente a la ventana, no quiere ver que solo hay nieve y
el cielo encapotado. Solo sueña, sueña y de un salto se sube en la cama y de
rodillas se agarra al cabezal. En una mano el catalejo y la otra una pistola
láser, que no es otra cosa que una linterna que le ha pispado a su padre.
La enciende y la apaga y piensa y se imagina.
Se lanza a su particular espacio al vacío, no sueña con volar por el espacio,
pero ya lo hace tumbado en la cama. Con las manos detrás de la cabeza, con esta
con la almohada de testigo. Solo tararea, solo intenta cantar una canción. Una
canción que le transporta a algún siglo, a alguna época diferente y futurista.
No sueña, pero sí se evade. Se ve con pistolas de rayo láser, con casco con
visera negra y se cree el dueño de alguna galaxia.
Todo pasa rápido, hasta que llega la hora de
cenar y su madre, tocando con los nudillos la puerta, da la voz de alarma.
Alarma, alarma, zafarrancho de combate, todos a la mesa….
–
- A sus órdenes mi General. Corre hacia el comedor.
Sentado, con una mano el cuchillo, con la otra el
tenedor, solo piensa en el sabroso pollo que su madre le ha preparado. Esto no
es ninguno de sueños, es real. Esto no es producto de su imaginación, lo puede
tocar, se lo puede comer y lo puede saborear. Su casco con visera y su nave
espacial, les esperan en su pequeña habitación. No se pueden ver, ni comer ni
saborear, pero él las ve y sueña y vuela. Vuela tanto, que imagina incluso que
su cama, es una nave espacial. Un cohete que surca el espacio exterior a gran
velocidad, no puede hacer ahora otra cosa, que comer rápido, rápido y volver a
su nave estelar, antes de que algunos extraterrestres hambrientos invadan la
zona y sea él el pollo, el alimento de aquellos que harían un asado con sus
carnes.
No come, engulle. Su madre le dice con la mano
que vaya más despacio, pero él hace caso omiso. Le espera una ardua misión,
tiene que salvar al mundo de un ataque del espacio exterior. Come y solo para
para mirar hacia la ventana y ver como, por el reflejo de la luz de la farola,
caen los copos de nieve. Y se dice para dentro, ¡bien!, mañana podré tirarme en el trineo, ¡bien! mañana podré jugar a
la luz del Sol.
Alguien le susurra, alguien le habla desde
detrás de la puerta de su habitación o al menos Harold así lo cree y así se lo
imagina. ¡Una voz! Es su viejo amigo Steven, el mismo con el que vive todas sus
aventuras. Un amigo fiel, el cual solo él lo ve y lo escucha. Termina rápido de
comer, termina rápido y diciéndole a su madre, “no tengo más hambre”, se marcha
corre que te corre al mismo tiempo que se limpia la boca con la servilleta.
Ya en la habitación, y con todo a oscuras,
pone el oído y atiende al amigo…
– Dime
realmente quien eres.
Se sorprende de sí mismo, no sabe que
responder, no sabe que decirse a sí mismo, ya que Steven no es más, que un
producto de su imaginación. Agarra fuertemente la almohada en posición vertical
y como si le hablase a ella, entra en conversación.
– Solo
soy lo que tú quieras que sea, estás dentro de mi sueño, estás dentro de
mi juego.
Llora Harold, llora Steven…
– No
puede ser, ¿yo no existo entonces, yo no soy como tú?
Se limpia las lágrimas y con la voz
entrecortada, se responde a sí mismo…
– Claro
que sí, lo único que no tienes una mamá como yo, pero por lo demás, existes.
Mientras estés en el pensamiento de alguien, existes.
Se le cae la almohada al suelo, no la recoge
al momento, solo se tumba en la cama, ahora boca abajo con las manos debajo de
la cara se sigue diciendo, se sigue reprochando como si fuese Steven.
– No me digas tonterías, no te creo, me voy.
Triste su fiel amigo, se va alejando del
campamento lunar. Poco a poco, se va deshaciendo dentro de la mente de Harold.
Tan amigos y se alejan por una tonta discusión. Todo dependerá del orgullo de
uno y de la templanza del otro. No dejan de ser niños, no deja de ser un juego,
al que Harold ya se había acostumbrado. Todo era relativo, todos existimos
según estemos en la mente de los demás. Estos, si es su voluntad, nos pueden
hacer desaparecer por muy vivos que estemos.
¡Rayos!, luces parpadeantes e incandescentes iluminan el rostro de Steven, este se asusta y corre llamándole a gritos.
– Gran
Señor de la Galaxia, Gran Señor de la Galaxia, protégeme.
Secándose las lágrimas con las palmas de las
manos, salta de la cama y poniéndose de pie, linterna en mano, enfoca a la
ventana.
– No
te preocupes, aquí estoy. Desenfundando
la pistola, le agarra por el hombro a lo que no es más que la almohada y lanza
sus disparos de láser, sobre algo que se mueve a lo lejos.
– ¿No
quieres rezar un Padre Nuestro? Le dice,
mientras suelta una risa.
Mismamente se dice, se alza su propia voz,
mientras juega.
– Déjame
de rezos, ven conmigo, subamos a la nave. De un salto Harold se sube encima de
su cama y agarrándose al cabezal de cobre. Hace que vuela como en una alfombra mágica.
–
- Nadie es dueño de nadie y nadie te
hará daño, tú no me perteneces pero yo te respeto en mis sueños y yo soy el que
siempre te protegerá.
Dispara los rayos láser o hace que lo hace, con una pequeña
linterna que le ha cogido a su padre. La enciende y la apaga. Las luces son
parpadeantes y la habitación está a oscuras. Hasta que en un momento se abre la
puerta y se hace la luz.
– Niño,
¿Qué haces jugando con la luz apagada?
Harold mira a su madre y le ilumina el rostro
haciendo zigzag con la linterna, la madre se ríe para dentro y vuelve a apagar
la luz y cierra la puerta. Ella recuerda que también ha sido pequeña, aunque
ella había sido más de jugar a las casitas.
Sigue la lucha, sigue la batalla en el
Universo con su fiel amigo. Un amigo imaginario, que solo existe en su mente y
él es consciente de ello, pero no le preocupa lo más mínimo.
Todo es un simple juego, un juego que a lo
mejor le viene al recuerdo cuando sea igual de mayor que su madre y también
sorprenda a su propio hijo. Nada más importa, nada tiene más valor que la
propia inocencia y la propia imaginación.
Steven se siente acurrucado, se siente
protegido por el Gran Señor de la Galaxia, no quiere ni pensar que sería de él,
si lo dejase abandonado a su suerte.
– No
sientas temor, yo te protegeré. Dice alzando
su pistola láser hacia arriba, hacia lo más alto del oscuro y frío Universo.
Se le esboza una sonrisa, sabe que su amistad
con Harold es lo suficientemente fuerte, como para despejar cualquier tipo de
dudas que pudiera tener. Solo están pisando la Luna y ya se creen los
dominadores de todo lo oscuro y negro que les rodea. Cómo será la cuestión, que
solo queda marcada una huella en el suelo rocoso y como sin respiración se
quedasen, se les hincha la garganta. Tosen los dos, tosen manchando de saliva
el cristal de la visera negra.
Dan las nueve y media, y sabe que es la hora
de entrar en los verdaderos sueños. Aquellos que solo se aletargan en la noche,
cuando uno, inmóvil, viaja por todos los rincones del planeta o quizás, más
allá de las estrellas. A aquel mundo
reservado solo para todos los más menudos, que quieren gozar de un viaje que
solo se acaba donde se acaba sus propias imaginaciones. Mundos, donde se viven
verdaderas aventuras. En esas, Harold y Steven se estrechan la mano y buscan
como salvar verdaderamente al mundo de aquellos malvados marcianos. Siempre
volverán a la base por la mañana, a la hora de despertar
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