La bóveda del diablo
Ríos pantanosos, tierras quebradizas. ¿Quién será el osado que
entre? A saber. Quien sabe realmente si sabe la verdad o todo es un cuento o un
simple relato. Yo solo escribo y dejo deslizar mis dedos sobre el teclado, con
la música de fondo, me dejo llevar por lo alejado. ¡Lejos! Sí, pero también muy
cerca, tan cerca que me abraza desde la distancia.
Está oscuro y no llevo más que una vela. ¿Quién me habla?
Será alguien de la posguerra, aquella que lanzó a la pobreza a la mayoría de
estas personas que se vieron envueltas en aquel trance. ¿Qué tiene que ver? Yo
solo escribo y escribo, solo sé que la situación es amarga, pero su sabor
dulce. Dulce como la mismísima muerte, esa que llega y te lleva o solo te lanza
al vacío de la vida.
No hay nadie más valiente, que aquel que se empuja a sí
mismo a lo desconocido y es que qué es más atractivo, aquello que conocemos o
lo que nos hace vivir por unos instantes de manera diferente.
Voy adentrándome dentro de la bóveda y solo veo como final
un abismo, que te lleva al mismísimo
infierno. ¡Arderás! Escucho una voz que
resurge de las paredes rocosas. Ríos pantanosos, el agua me llega hasta la
cintura, pero sigo caminando. La vela llora y me quema las manos. La vela quema
y me hace arrojarla, quedándome en la más absoluta negritud. Mis ojos quedan
ciegos y solo camino sin guía, no hay nadie. Ningún murmullo, ninguna risa de
aquellos que son adentro o al menos me lo imagino yo. No es como en las
películas, aquí no hay murciélagos ni jorobados haciendo rodar una rueda. Solo
un silencio húmedo, que me hace temblar las piernas y a mi edad, incluso me
hace sollozar los ojos. El pulso va rápido y cada vez se acelera más. No hay
nadie, ¿Qué valiente me ha hecho entrar dentro? Me gustaría tenerle enfrente,
para darle su merecido. Pero no, no veo ni el abismo ni ninguna cascada. El
agua me sigue subiendo y ya me llega a los hombros, no puedo retroceder. No por
quedar como cobarde, sino porque no sé el camino. No sé porque hace rato que
ando perdido y sin saber dónde está el norte. Estoy a punto de perder el
conocimiento y eso me hace estar alerta, ya que si ello ocurriera, sería mi
muerte inmediata. A donde iría, a donde
me dirigiría. No puedo más y caigo, caigo como sumido en un sueño.
¿Solo es un sueño o estoy muerto? No me elevo, voy como en
una barca egipcia. Lleva remeros que saben los caminos, pero no son personas de
carne y hueso, solo una intensa luz les conduce a un lugar donde el agua
descansa y bordea una pequeña orilla. Me hacen levantarme, me hacen andar, pero
sin agresividad ni malas maneras. Solo me invitan a seguirles a algún lugar
oculto y que solo ellos conocen. Que será de mí, pienso dentro del sueño.
Bueno, del sueño o de mi misma muerte.
Aquí no entran aviones y ni las ratas se atreven, ¿soy
valiente o solo soy un estúpido más, que se ha dejado llevar? No hay nadie más,
yo sigo en mi sueño o estoy flotando en las turbias aguas de la bóveda. Quien
lo sabe, a lo mejor escribo mientras duermo la siesta en la habitación. Quién
sabe, solo sé que mi cuerpo es mi casa y esa es la que más debo proteger,
porque en ella se encuentra mi alma.
Llegamos a una especie de charco, rodeado de velas posadas
en la piedra rocosa, del circular charco. Se alejan los que me acompañaron, se
alejan y me dejan sin luz, pero un resplandor resurge del agua turbia. Como una
serpiente con alas pequeñas, me habla y me pregunta, el porqué de mi presencia.
Todo ello no me hace despertar, solo siento el pulso cada vez más acelerado. Me
ahogo, me falta el aire y la serpiente se impacienta y sus alas crecen, como si
fuesen cambiando a un rango superior.
Yo no sé qué hacer, no puedo correr, no puedo despertar. Qué
será de mí, solo deseo ver el Sol, pero ese o eso me parece que no está a mi
alcance. Solo cuando mi cuerpo expire de verdad, será cuando sabré a lo que me ha
llevado mi valentía.
A la serpiente le
sale un cuerno en la frente, es grande al igual de hermosa. Pero ella me dice
ahora que yo me calme. Que me dará una oportunidad y si acierto un acertijo, me
dejará salir. Si no, seré en la bóveda por una sola eternidad. Yo le pregunto,
cuanto es una eternidad y ella me responde, que en este lado del mundo no
existe el tiempo. Que todo puede ser un instante o puede parecer un sueño.
Me pregunta como que estoy vivo y no estoy ahogado, flotando
en las aguas pantanosas de tal sombrío
lugar. Yo me quedo con la duda, pero silencio mi voz, por miedo a no saber la
respuesta. No sé responder y eso al pasar ese instante, me despierto y me veo
andando por las aguas pantanosas. Solo me miro las manos y no sé si es una
quemadura por la vela que llevaba y alzaba o ha sido la serpiente que me ha
señalado. Quien lo sabe, a lo mejor ha tenido compasión de mí. Aunque me
sorprende su hermosura y el poder que albergaba. No sé si fue que vio la
quemadura de la vela en mi mano y eso me ha salvado o quizás quien sabe, todo
es quizás. Pero ahora sigo caminando y el agua ha bajado de nivel y veo al
final una salida, donde el agua cae en cascada.
Solo cuando estoy fuera, solo cuando por fin el Sol me
calienta la cara, me fijo y veo que el agua es de color rojiza, pero no veo
cuerpos de personas y es qué ¿quién es tan valiente o tan estúpido para entrar
en ella, con la única luz de una vela? Una vela blanca que me dejó no solo el dolor
momentáneo de la quemadura. Sino una señal visible, que seguro hizo retroceder
a aquel que se hace llamar “diablo”.
Ahora estoy seguro de estar despierto, despierto y relajado,
con el pulso ya normalizado. Subo colina arriba e intento alcanzar ahora el
Sol, pero este sí que me ciega con su intensidad. ¿Dónde estará mi lugar? Solo
al final lo sabré, solo cuando de verdad abandone mi cuerpo, sabré a dónde
pertenezco. De mientras todo solo son conjeturas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario