lunes, 24 de septiembre de 2018

                                                 Maldita seas tú que….

Una pala para hacer fosos, una pala para acabar con todo aquello que no ha sido de recibo. ¡Qué más da!, yo solo soy un hombre, un hombre que no soporta ni tolera ciertas cosas. Sería más fácil arrancarme los ojos y no verlo, pero entonces me quedaría a oscuras y me perdería lo que ocurre a mi alrededor. Todo depende de cómo se mire, todo es según el prisma que se utilice. Cavo y cavo, hago pequeñas montañas de arena a alrededor. Es curioso, hacer un foso, para ti mismo, un agujero del cuál no podré salir.

Suenan los tambores, suena la corneta de aquel que lleva el estandarte de un país llamado Centuria. Estandarte rojo, como el de la sangre derramada por jóvenes con ideales, jóvenes demasiado alocados y entusiastas. No hay mayor guerra, que aquella que cada día se libra una batalla en el campo de acción. Todo es regocijo y sueños, sueños que desean convertir en realidad, aplastando al prójimo.

No llueve, el Sol calienta como si estuviese enojado o cabreado y no sé el porqué. Es mi foso, mi propio foso y mi propia tumba.

¿Qué es el libre albedrío, qué es la templanza y la misericordia?, sino aquello que se adquiere con la edad. Todo, absolutamente todo, se aprende a base de los años vividos. Nadie, absolutamente nadie, nace con todo aprendido No hay mayor lección que aquella que nos libra la vida misma.

Cada vez me cuesta más, ya no veo el campo que hay encima de mí, estoy abajo, he cavado y cavado. Ya he terminado, bonito trabajo, solo queda por pensar quién lo tapará. No sé quién lo hará y como lo haré, para acabar con todo esto. No es fácil desaparecer, no es fácil diluirse como si fuésemos agua. Nubes, son solo cuatro nubes las que se entrecruzan en el cielo. El Sol se marcha, hace el relevo la Luna, esa que es burlona. Las nubes se hacen cada vez más grandes y yo no   puedo ya salir del foso. Me haría falta una escalera, una de esas largas, para poder salir.

Hoy no sé si se haré un relato o simplemente una reflexión, simplemente divago y divago. Quién puede ser rey, si no aquel que porta la verdad absoluta, todavía no he conocido ninguno y todos los que son coronados, vienen de lo que ellos llaman “linaje”. Cosa que yo, un hombre, un simple hombre no puede llegar a pensar y a creer, que tiene que existir algo o alguien tan supremo. Respeto eso sí, la decisión de la mayoría, pero no la comparto.

Creo al final que algo hay después, porque alguien debe haberme escuchado y el cielo viene a hacer justicia conmigo.

Nubes negras, aire frío que se cuela en el foso, veo o son alucinaciones, como muñecos blancos que revolotean haciendo círculos alrededor de mi cuerpo. Llueve, empieza a llover y ya noto el suelo fangoso. Lloro de desesperanza y alegría, lloro por el destino que tengo ya marcado. Escucho a lo lejos, una banda sonora, una música que me enorgullece y que un día, hace mucho,  mucho tiempo, me llegó al alma. Me hizo demostrar que nadie debe de estar encima de nadie, que todos, absolutamente todos, nacemos y morimos en este mundo, pero… ¡Ay!, ¡¿qué me dicen de lo que hay al otro lado? Yo hoy no voy encaminado a hacer un relato o quizás sí, sigo escuchando mi música e intento relajarme, intento evadirme y cruzar el umbral de aquello que por ahora nos es del todo desconocido.

Yo no le ruego a Dios, ya que como a los reyes de cualquier país, no creo en ellos, aunque los respete, al igual que respeto a cualquier vecino que conozca.

Tormenta, granizo a doquier, el nivel del agua empieza a subir. Primero a los tobillos, luego a las rodillas, no sé cómo hacerlo. No sé cómo remediar el destino, ya no hay vuelta atrás.  Un rayo, un rayo cae y parte un árbol cercano golpeándome la cabeza. Quedo inconsciente, los muñecos blancos me sacan del foso y me hacen mirar de pie hacia adentro. Que diantres hago ahí, soy yo, dentro del agujero. Siento un ahogo en el cuello, siento como si me faltase la respiración, me falta, me ahogo y no sé el porqué, estoy afuera. Los muñecos blancos, empiezan a bailar a mi alrededor mientras yo, caigo al suelo y después subo, me elevo como un globo lleno de helio y desaparezco, me desvanezco y me diluyo, desapareciendo del mundo. Adiós mundo, adiós.

“Amor, dime tú que me eres fiel hasta la muerte, como puedes conversar con mi mente, día tras día, noche tras noche. Yo, durante el rato de Sol, ando quieto en un sin vivir. Porque mi mente, quiere correr como un potro salvaje y no me doy cuenta o no quiero, que me hago mayor. Por la noche, mientras duermo, es totalmente diferente, salto y corro, hasta vuelo dentro de mi subconsciente y siendo consciente hago y deshago.”

Podría crear una historia, ¿pero, qué historia? Vosotros, que sois ávidos lectores, seguro que os imaginaréis que estoy en lo cierto o no. Quién sabe, a saber. Todo son creencias, todo el mundo se cree lo que vive y ve, lo demás es sencillamente una incógnita. Pero qué más da, sigo escribiendo.

“No sufras buen hombre, todo es relativo. Todo depende de la actitud que te impongas, del esfuerzo y de la tenacidad que lleves dentro de ti. Yo, solo soy tu conciencia y solo te digo si obras bien u obras mal. Hace tiempo, mucho tiempo, que estoy contigo y no me has fallado, sigue por el camino que has elegido. A lo mejor o solo quizás, no sea el más concurrido, pero siempre encontrarás compañeros y compañeras de viaje. Porque el fin es el mismo, aunque algunos vuelven y repiten hasta la saciedad, creyendo que hacen lo correcto. No cabes más ese foso, porque no voy a dejar que te mueras y te vayas. Ya puede llover, ya puede tronar, que mi corneta sonará más fuerte y te llevaré hacia el sendero de la libertad y de la sabiduría.”

Se hace de día, vuelve a salir el Sol y con ello la esperanza. Despierta y no se lo cree, sigue tirado en el agujero. Según parece el golpe no ha sido tan grave y solo ve, o solo acierta a ver, un hombre, otro hombre, este vestido de gris, que le alcanza la mano.

¿Habrá sido un aviso?, quién sabe. Lo único que sabe, es que le da la mano y sale del foso, ahora sí, con ganas de vivir. Después de lo vivido, después de lo que creía perdido, ha salido ganador. Le ha ganado una batalla a la mismísima muerte y ahora, en compañía de todo aquello que es el bien y el mal, vivirá. Sin olvidar esta noche, todo quedará recordado y nada en el olvido.

A veces y solo a veces, me siento acompañado y ello me llena de satisfacción. Ya sea como cantante o trovador, o como simplemente escritor. No voy a entrar en tema del cuál uno lleva su idea personal.
Mi cuerpo, un simple cuerpo lleno de carne y huesos, se oxida. Sí señoras y señores, se oxida, solo la sangre que corre por mis venas, es suficientemente caliente, como para hervir.

Tardé tiempo, tardé años en volver a ver los muñecos blancos. Pero de ahí, no se libra nadie. Ya sea rico o pobre, rey o un simple hombre, todos tenemos un destino o un final. Cómo iba a saber que el mío, cómo iba a saber que acabaría sin cruzar esa cortina transparente, ese agujero en el espacio que se abre. Quedando condenado a vivir una eternidad en este mundo. Ahora conozco al escritor y yo le digo, yo le transcribo mis frases y mis escritos. Él es libre de hacer y decidir, yo solo le comento y le hago saber, que la vida en sí sigue, como el que deja correr el agua. Nuevas generaciones nacerán, nueva sociedad se implantará con nuevas ideas. Todo mediante el respeto será concebido y todo será lo que será, porque nadie muere completamente. Algo queda, en que sea solo el recuerdo y la nostalgia.

La pala, aquella pala que en su día utilicé, está ahí y esta vez sí me echó la tierra por encima y yo supe al final, quién me quiso y quién me querrá. Fueron pocos, muy pocos los que quisieron despedirse de mí  y yo, cómo sigo aquí solo les digo un “hasta luego”. Porque hay que estar contentos, ya que aquel rayo y aquello que viví, me hizo ver lo importante que es la conciencia, porque es la que al final verdaderamente te juzga.


jueves, 20 de septiembre de 2018

                                             Una mujer llamada Dolores.

Que no digan que no me acuerdo, que no digan que no lo tengo ni mucho menos en el pensamiento. Si ya a mi edad no busco querer y no quiero hacer un hombre de papel. Solo escribo este relato en su recuerdo, como si fuese ayer cuándo me puso el anillo en mi dedo. Desposándome y haciéndome suya, para siempre de todos los tiempos. Aquí dejo escrito sus palabras o parte de aquello que al final aconteció.

¡Tú! Sí tú, al que llaman el Más Grande. Como es posible que no me ayudes, cuando te lo imploro y me machacas como a golpes de martillo cuando descanso. Dice ella, levantándose de la silla, apoyando las manos en la mesa y mirando al techo.

David clava, David sierra y pule y pule la madera, como si de su propia vida se tratase. No hay nadie, huraño y solitario no contrata a ningún peón, por  no darle ni un céntimo. Tal es, que cada noche cuenta el dinero ganado dignamente  y cada noche barre su carpintería, como si fuese en ello su destino.

Dolores, su mujer, conociendo ya a su marido, aprovecha todo alimento que entra en su cocina. No lo deja pasar, pero siempre, él siempre mira las bolsas de basura antes de  tirar nada al contenedor. No tienen hijos, solamente están los dos, ni primos ni hermanos, solo ellos dos y viven  sin muchas amistades. Ella, Dolores siempre hubiera deseado tener descendencia y si hubiera podido elegir, le gustaría que hubiera sido una niña, una a la que poder transmitir sus pensamientos y ser cómplice, ¡porqué, no!, de todos aquellos amoríos que fuera el caso. Pero sabe que a su marido, David, no le gustan los griteríos y los lloros de los pequeños, como tampoco  gastarse ni un euro en ellos. La idea de la familia se fue desvaneciendo poco a poco, hasta que ya alcanzado cierta edad, solo comparten el mal carácter y poco más.

Estoy cansado de todo, hasta de ti, mujer. No se puede respirar el mismo aire, es dañino. Me duele el alma cada vez que me tocas, ya no quiero hacer el amor contigo. Busca, rebusca en el baúl de los recuerdos, si hay alguien cerca de ti y llévatelo al catre. A mí, a mí ya me has visto demasiado. Dormiré en la habitación pequeña, te cedo la grande. Solo una cosa, no me molestes, como no sea para traerme las cuentas de lo gastado.

No me viene de sorpresa, no te pregunto si hay otra mujer, porque sé que con lo feo que eres y lo huraño que te has vuelto, no invitas a café a ninguna.

¿Te crees que soy un títere, te crees que alguien me maneja los hilos?, estás muy  equivocada. Yo soy mi propio amo y soy mi propio dios, nadie me maneja.

Cerveza en mano, se dirige a la habitación y de un portazo se encierra, se aísla en su propio mundo. No sabe cómo, no sabe de dónde, pero con la música a todo gas, empieza a cantar. Solo sale para ir hacia la nevera a por más cerveza. Ese es su único camino, además del de ir a su trabajo, no hay más. Rico en posesiones, pobre en felicidad, ese es David.

Sudoroso, espera la marcha del verano. No sabe lo que son unas vacaciones, no por nada, solo por no gastar un dinero. Amasa y amasa, esperando un para qué, que no lo sabe ni él mismo.

Si existes de verdad, mándame una señal desde el cielo, una señal tan fuerte que haga retumbar todo el suelo. Le ruega ella al de arriba, si verdaderamente existe.

Ya no sabe en que creer, ya no sabe a quién querer. Ya se ha marchado, al igual para siempre, a lo mejor vuelve dentro de unos días. Sabe, que por mucho que discutan, por mucho que saque su mal humor. En la carpintería se desfoga, secándose el sudor con las manos, unas manos ásperas de los años de profesión.

Pasan dos días y no vuelve, ella sabiendo por experiencia a donde buscarle…

Camina, ella camina despacio y vuelve otra vez a echar la mirada al cielo. No sin cerrar los ojos, por el deslumbre de mirar tan fijamente. Quiere darle una de sus múltiples sorpresas y presentarse allí, en el lugar dónde se conocieron, cuando él era todavía un simple aprendiz de su padre.

No fue igual, no fue como siempre y la sorpresa fue para ella. Malhumorado, más de costumbre, estaba colocando piezas de hierro subido en una escalera.

No discutas conmigo, que yo te sigo queriendo. No te enfurezcas con la única persona que de verdad te quiere y te respeta.

La mira fijamente, al mismo tiempo que coloca una de las piezas metálicas. Es tal su enfurecimiento, que se suelta de los agarres, con tan mala suerte que resbala cayendo al suelo. No hubiera pasado nada, incluso se hubieran reído, si no fuera porque la pieza en cuestión golpeó en la cabeza de David, dejándole primero inconsciente y luego muerto por  el derrame. Ella lloraba, ella le volvía a suplicar al de siempre, pero esta vez no la escuchó y él se marchó. Falleció con la cabeza reposando en sus manos, nada pudo hacer los de la ambulancia cuando llegaron y envuelto en una bolsa se lo llevaron.
Dolores, sumergida en su sufrimiento, recuerda y no olvida, y escribe o mejor me relata. Porque si escribiera ella, los papeles estarían húmedos por las lágrimas de sus ojos rojizos, de tanto esfuerzo. Mientras, sigue a los del coche fúnebre, hace un recuerdo, hace como si estuviese viéndolo a través de una de las ventanas del taller.

Un armario de cocina para un cliente, es lo que está haciendo. Piensa, mientras clava las puntas. Habla solo, habla y habla, huraño y rencoroso. Pero no mal hombre, no es capaz de maldad alguna y por ese motivo, todos los días, como si todavía fuesen novios, a las seis y media de la tarde, Dolores lo espera dónde siempre. Dónde siempre se encontraban, en el café de Sebas. Era el único extra que se permitía, los dos euros con cuarenta de los dos cortados, que eternizaban hasta la hora de cenar. Después la ducha y a cenar, poco más. Ya no tenía ganas, ni le apetecía a ninguno de los dos ir más allá. Así que un beso de buenas noches, terminaban el día y con el sonido del despertador, empezaba un nuevo día. Vuelta y vuelta, cada día lo mismo desde hace años. Pero no le agobiaba, le gustaba la rutina y la sonrisa de ella, mientras desayunaba.

Lloro, lágrimas desconsoladas el día de su muerte. Dolores ya es libre, ella no sabe si llora por la fortuna o por lo infortunio, pero llora. Está ella sola, no hay nadie, solo los que tapan con yeso el agujero. Estará durante mucho tiempo, lo único que no sabe es cuanto deberá estar de luto. A su edad, no puede pedir mucho más. Pero, quién sabe, la vida da muchas vueltas. Pero nunca olvidará, la caída. El porqué, tuvo que ir de visita y gritarle mientras estaba subido en la escalera.

No sabe el porqué, pero se siente homicida o al menos un poco culpable por lo sucedido. La policía, la dejó en paz. “Muerte, en accidente laboral”, es lo que pone en los papeles de defunción.

“Viaja lejos, pero despacio, para que yo pueda ver tu camino y seguir el mismo. No sé el porqué, pero te sigo queriendo. Siento la soledad como se me acerca y solo la llama de una vela, me hará compañía. Esa pequeña llama, demostrará que eres de un gran corazón. Nada tiene que ver que discutiéramos o no fuésemos ya un matrimonio modélico. Pero nos queríamos a nuestra manera y eso, eso nos enseña que todo no está escrito ni enseñado. Ya que de la mismísima muerte, de la pérdida de alguien que no sabías que amabas, se aprende.”

Seguro que si tuviera una guitarra española, se la cantaba, le cantaba una especie de canción. Como despedida, mirando hacia el cielo, ahora que no está la Luna. Que solo las estrellas hagan de testigo, que solo los cometas anuncien su despedida. Sin llegar a lastimar a nadie, sin avisar de su llegada, el ángel de la muerte se llevó su alma. Sin dejar despedirse ni decir un “hasta luego”, porque nadie se escapa de ella, pero todos nos volvemos a encontrar. Al menos es la esperanza de Dolores, que ahora, se sienta en su mecedora en el balcón de su casa, sintiendo el aire fresco del otoño que está por llegar. No sabrá nunca, si ha sido fortuna o infortunio, tiene todo lo que le queda de vida en este mundo, para encontrar la verdad.


sábado, 15 de septiembre de 2018

                                                      Affair

No es que lo diga yo, pero dicen los que lo dicen, que un hombre de familia. Un hombre hecho y derecho,  como dicen los que lo dicen.  Andaba por un maizal, rozando con las yemas de los dedos las mazorcas que brotaban a la luz del Sol. Correteaba su hijo pequeño, un niño de siete años llamado David. Corría y corría, su padre, el hombre de familia llamado Juan, le seguía con el oído su cantar. Un hombre de familia de 37 años que nunca había pensado, nunca se le había ocurrido el tener un affair.  Cuál sería su sorpresa, cuál no fue una descabellada idea, sino los signos de su corazón, que su amante iba a ser quién iba a ser.

Todo empieza o todo acaba, según se mire un seis de junio de un año que más vale recordar o quedar en el olvido, según se mire y según se quiera saber o detener en el tiempo.

Eran las cuatro de la tarde de un miércoles, la brisa del mar se le cuela por la nariz e intenta encender un cigarrillo. La brisa se hace viento y no puede prenderlo tan cerca de la orilla. Un hombre joven, de unos veinticinco años se le acerca para ayudarle. Le tapa   el aire, le hace de muro con sus manos y él encendiendo el mechero, consigue encenderlo.

¡Gracias mozo! Le dice, estrechándole la mano.

¡No hay de qué! Le responde amablemente.

El niño no se da cuenta, está absorto viendo el ir y venir de las olas en la orilla del mar.

¿Es tu hijo? Le pregunta el mozo.

Sí. Le responde de manera orgullosa Juan.

El mozo mira a un lado y a otro, hasta que comido por la curiosidad le pregunta…

¿Y tu mujer?

Trabajando, dentro de un rato iremos a buscarla y a cenar.

¡Qué bien! Me alegro por vosotros, yo cenaré solo.

¿Y eso, no tienes novia? Pareces un joven bien plantado.

Ja,ja,ja, ¡qué va! Por ahora estoy soltero y sin compromiso. ¿Quieres tomar algo, te invito?

Juan lo mira a los ojos y ve una mirada limpia y sin maldad. Y total son solo las cuatro de la tarde, algo tiene que hacer hasta las siete, que es la hora de salida de su esposa.

Bueno. ¡David!, vuelve. Le llama, haciéndole aspavientos con los brazos.

En el mismo paseo, donde se sienta la gente a comer un bocadillo, toman asiento los tres.

Dos cervezas y una Fanta, por favor.

Se ve y se escucha el devenir de la gente, se huele la brisa, el sabor salado del mar. Carlos, que es como se llama el joven. Quiere y lo consigue, hacerse el simpático con Juan. No demuestra nada, solo se muestra alegre y extrovertido. Hasta tal punto que se intercambian los números de teléfono uno al otro, pero no solo eso. Carlos le busca la mirada, le busca, pero sin lanzarse a la piscina. Solo hablan y hablan, con el niño como testigo.

¡Dios!, qué hora es. Tengo que marcharme, mi mujer sale del trabajo y tengo que ir a buscarla. Lo siento, seguimos la charla otro día.

El mozo se muestra amable y estrechándole la mano se despide. Tiene ya lo que buscaba, el número del móvil. Llevaba media hora observándole desde la playa y hasta que no ha visto ocasión no se ha acercado. Ahora lo tiene claro, sabe que es un buen hombre, no le hará daño ni jugará con él. Pero siente que un flechazo le ha llegado al alma y no dejará perder la oportunidad.

Termina el miércoles y también el jueves, no es hasta el viernes cuando Juan le llama y después de un rato de charla, dicen de verse a las nueve en el mismo lugar. Son solo la una de la tarde y le sudan las manos. No se da cuenta o quiere hacerse el ciego y no ver lo que va a suceder. No sabe cómo, no sabe el porqué, pero el destino le tenía marcado el cruce con Carlos. Qué más da, solo quería saber, saber cosas que cree que su nuevo amigo ya conoce.

No sabe que decirle a su mujer, ella sale de trabajar y le dice en cierta manera una verdad a medias. Si le importaba que fuera a ver a un viejo amigo de la infancia, que se ha topado con él y que ha quedado para tomar una cerveza. La mujer, inocente ella, accede y él se ve libre.  Contento, llega al lugar de encuentro, solo el corazón le palpita, le late como un coche de carreras o mejor dicho, le galopa como un caballo salvaje a campo abierto. Se presenta, llega el joven y se saludan estrechándose las manos. La nota suave, nada en comparación con las suyas, ásperas del trabajo con la madera. Carpintero por encargo es, y ahora está en sus horas libres. Carlos, a saber a qué se dedica, solo le dice que por ahora está en una fábrica, pero que estudia veterinaria como puede. Cenan algo rápido y se marchan a unos de los locales de la zona.

Del roce de manos a plena luz del día a las miradas nocturnas a la luz de unas lámparas alógenas, que sobresalen de un falso techo. A dónde había llegado y ahora no podía negarse a sí mismo lo que sucedía. Se veía en un local extraño, con música y gente diferente para él, mala escusa a su mujer. Todo serán mentiras y engaños a partir de ahora, hasta los besos en los labios parecían raros, no era a lo que estaba acostumbrado. Pero no quería engañarse para sí mismo, que todo era una fábula y era un cuento para mayores, cuando es la realidad lo que le estaba sucediendo.

El mozo y él, sentados en unos taburetes al lado de la barra, entrecruzaban las piernas y se tocaban los dedos de forma cómplice. Todo era como un sueño, al que no estaba preparado.

No. Le dijo en un susurro en la oreja. No, a una situación que quería desvanecer como si fuese humo a campo abierto.

Sí. Le dijo el joven, sí, porque dice que no es nada malo. 

Le intenta convencer de qué todo lo que se vive, no es lo que está estipulado y marcado por la sociedad, que todo puede ser como uno quiera que sea.

Cierra los ojos y déjate llevar. Le susurra ahora él a Juan.

Siente cosas, se siente a gusto, se deja llevar y de los toques de los dedos, pasan a los roces con las manos en las piernas. Salta entonces de donde estaba sentado. Son la una de la mañana y casi sin decir adiós, se marcha para casa. No pone música en el coche, lo ha dejado plantado, pero le acompaña en su cabeza y quién sabe si en el corazón. Amor, amor extraño entre dos hombres. Nunca lo había pensado y nunca se lo había imaginado. Una puerta tan grande como la de un castillo, se le estaba abriendo. Solo habían pasado dos días y ya estaba engañando a su propia esposa e incluso a su propio hijo.

Disimulos al llegar a casa, disimulos que no pueden entrar en debate, por riesgo de que le cojan en una mentira. Es viernes y ya no tiene que trabajar al día siguiente. Su mujer le pide lo que le pide y él ya no puede, no consigue quitárselo de la cabeza y evadirse. Ella empieza con la mosca y el run-run. No lo cree, en tantos años de matrimonio, no lo había visto intentar algo con ninguna mujer, menos con un hombre y menos tan joven.

Vientos huracanados de cambio, se levanta a las tres de la madrugada y móvil en mano, sale al balcón…

¿Carlos? Pregunta en voz baja.

Sí, hola Juan.

Diez minutos de charla, que parecieron dos. La mujer dormida, es ajena a toda la situación. David, su hijo, se despierta y ve a su padre vestirse.

¿A dónde vas, papá?

Vete a la cama y duerme, voy a dar un paseo.

Pon las manos en la tierra y escucharás mi corazón. Pon la mirada hacia el cielo y verás cómo te amo yo. Todo es como si estuviese dormido o levitando. Todo es relativo, no todo es conflictivo. Los árboles no dejan de mover sus ramas, se siente el cambio. Solos, a la luz de una farola de debajo de casa, hablan, solo hablan. Ha venido, ya son dos, ya son pareja, ¿o no?  Juan le explica, que quiere a su mujer, pero necesita saber. Preguntas y más preguntas que solo se pueden saber entre sábanas. Se sube al coche del joven y se dirigen a un hotel al otro lado de la ciudad. El camino se hace largo, solo queda amortiguado por las miradas que se hacen en algunos instantes.

Sonríe, Carlos sonríe. Juan en cambio, medita tras medita si hace lo correcto o hace lo que verdaderamente le apetece. Llegan al hotel y paga con la tarjeta, el conserje no pregunta, solo les pide los carnets como es de costumbre.

Habitación 212.

Se miran y cogiendo la llave suben en el ascensor. Los dos, todavía están quietos, solo cuando cierran la puerta de la habitación a sus espaldas. Los roces y los besos, se vuelven frenéticos. Noche de alcoba, no piensa en su mujer sola. Necesita saber, necesita con hechos lo que le llevaba a la duda. No hay más, el silencio domina la ciudad. Solo los locos gemidos de aquellos que verdaderamente se aman, se adueñan de la noche. Pasa rápida la noche, pasa sin darse cuenta en un momento. Abre los ojos de golpe, estaba contento por lo averiguado, pero ahora está nervioso, nervioso porque ha cometido un error. Ha pagado con la tarjeta y ahora lo verá su amada y fiel esposa, que ajena a todo, se despierta con la cama desierta. Solo David, el hijo de ellos, va corriendo y dándole varios besos, le da los buenos días a su madre. Es sábado y está contento. No lo mismo que ella, que cogiendo el móvil, se enciende un cigarrillo al mismo tiempo. Llama, le llama una y otra vez, solo el buzón de voz le responde. No hay nadie ni nada más, solo el rato dejarlo pasar.

No se da cuenta todavía, pero en una sola noche, le habían robado a su amor y esposo. Un mozo, un hombre joven se ha puesto en el camino de Juan. Lo dejaba todo y se marchaba con él. No sabía cómo acabaría todo y si iba a ser de durar, pero se marchaba. Quizás la rutina de hacer lo correcto, le lleva a olvidar su pasado, lo único que no olvida es a su hijo. Es lo único que valora de la relación con su esposa, no sabe cómo, pero se le desgarraría el corazón perderlo por hacer unos cambios en su vida.

Carlos, lo había conseguido. No sabe cómo, pero se marchaban los dos a vivir juntos. La ropa en la calle, tirada por el balcón, es lo que se encuentra Juan. Solo mira para arriba, buscando a su hijo. Ella, enterada de todo, lo echa para atrás con el brazo.

No mires a tu padre, ya no va a volver a verte.

Él lo escucha, y recogiendo la ropa, cabizbajo se sube al coche de Carlos. Se marcha, echa una mirada para atrás, para que no se le borre todo y guardar en su memoria el barrio dónde había vivido los últimos años.

Como acabaría la cosa, no lo sé. A lo mejor han pasado demasiados años o ha sido hace poco la historia, quien sabe. No todo está escrito y dónde vive ahora es toda una incógnita.

viernes, 7 de septiembre de 2018

   
                                                 El bosque del olvido amanecer.

Sombría atardecer, ilusionante mañana, es la de aquel que se imagina un mundo como en un arco iris. Como será Carlos, como será este hombre, que un día y otro, intenta hacer lo que es imposible. En el amanecer boscoso del monte de Urano, se despierta con todo de proyectos e ilusiones, que luego, quedan arrugados y tirados en una papelera imaginaria. Todo son lágrimas al anochecer, que como chubasco nocturno, caen los planes imaginarios llevándolos a saco roto. Saco roto, que va perdiendo y perdiendo fuerza a medida que pasa la noche, una noche sin estrellas que iluminen el oscuro cielo del bosque.

Todo sería diferente, todo sería más feliz, con la compañía de Silvia. Una chica, bueno, ya toda una mujer que se enfrenta a todas las habladurías, ya que él es veinte años más mayor que ella. Pero eso, ese no es motivo de hacer de dejar de querer, de amar de forma incondicional en una sin razón, a la señorita en cuestión.

Ya se imaginaba, ya se creía una vida solitaria y de soltería, una vida truncada por la falta de cariño y de amor.  Cortando leña para el largo invierno, se prepara para dar calor a la casa y hacer de ella un nido de aquello que el destino ha unido.  Recuerda o recuerdan el momento aquel en el gran supermercado de la zona. Solo una mirada, un solo perdón, por ponerse en la cola. Una cola que pasó rápida y con un simple “gracias” se despidieron.

Fue, cuando llegar a casa y vio en la cuenta de la compra, en el reverso, el número de ella.  “un número de teléfono”, seguido de su nombre, “Silvia”. Fue tal el brinco que pegó, que casi se cae al suelo del salto. Ahora, después de tres meses, se siguen viendo y se siguen pidiendo perdón, perdón por no haberse conocido antes. Es así, que se ven, que se miran y se acarician a escondidas. Después él la acerca cerca del piso donde vive, para no levantar más sospechas, sobre su declarado romance.

Padre escueto en palabras es el de la chica, 22 años tiene ella, en contra los 42 de él, qué      como un muro de 5 metros se levanta entre ellos. Todo, todo son rumores y Jorge, que es el nombre del padre, nervioso por el que dirán, se hace de un bate, sí,  de uno de esos de los de jugar a béisbol. No aceptará el noviazgo de la pareja, ¿pero, no se da cuenta, que ante el amor, no hay más remedio que dejar el agua correr?

Solo la tiene a ella, a falta de Laura, su mujer, que enfermó y murió siendo ellos muy jóvenes. Ya de eso no se acuerda de lo qué es el amor, no se acuerda o mejor dicho no recuerda lo que es el latir el corazón y no poder sosegarlo ni con ningún calmante ni ninguna  medicación. Solo la tiene a ella, que como oro en paño, la tenía como guardada en el armario, para ser de algún mozo de su edad, bien plantado y con porvenir asegurado. No es que Carlos no tenga trabajo, hasta vive en su propia casa y con su propio ganado.

Pero Jorge, cegado por la ignorancia, no lo ve normal y pasado unos días, la encierra, no la deja salir del piso donde viven, ni la deja asomarse a la ventana. Siete días con sus seis noches, pasa la chica encerrada, que declarándose en huelga de hambre, se rebela contra su padre.

Un palo, un bate le tiene preparado como regalo, si es capaz de llamar a la puerta. Ha pedido hasta unos días en su trabajo de asuntos propios, para no perder de vista a la muchacha. Pero no ve, sigue fantaseando a su edad, en que puede elegir él la persona que ame su hija.

Padre, ríndase que mi corazón no deja de galopar. No deja ni un momento de latir y todos ellos son pensando en Carlos.

El padre ciego, se le escapa una bofetada. Ella se lleva las manos a la mejilla y sin coger ni siquiera las llaves, se hace de su bolso y sale por la puerta. Escaleras abajo, se escucha el griterío.

Silvia, Silvia, vuelve que soy tu padre.

No es un chaparrón pasajero, es toda una nube lo que le oscurece el horizonte hasta más cercano. A tientas, a ciegas sin saber el qué, se dirige hacia la estación de tren. Espera sentada a que pase el de la una, no le ha dicho nada, será una sorpresa o un lamento su llegada. No tiene hambre, tiene un nudo en el estómago, por los nervios. No tenía bastante con los rumores y malas lenguas, que solo le faltaba la inseguridad que le acarrea ahora la compañía de su padre. Por miedo y por ganas de estar con quiere estar, espera, mientras pañuelo en mano, espera y espera al tren de la una. Son las doce y  media.

Pasa la media hora lentamente, la espera ha sido larga, pero al fin llega el tren. Sube a él, como aquella que sube a un destino incierto, pero deseado. Este se pone en marcha, son tres paradas, son tres estaciones. Que como señales, le dicen y le aconsejan que siga su marcha.

Se baja en el destino, da igual su nombre o el pueblo que es, si lo que busca no es la gente sino al amor más sincero. No espera al autobús y andando, toma camino. No lleva equipaje, solo lleva lo puesto, lo puesto, su bolso y su corazón en la mano. Es el presente que le lleva y el regalo que le ofrece. Dos horas de caminata, son casi las cuatro de la tarde cuando pica a casa del hombre.
“Hola, hola”, acompañado de un abrazo. Es lo que recibe al llegar a casa de su amado. Todo son besos y consuelos. El abrazo amoroso y tierno, de aquel que ya ha traspasado  el umbral de los cuarenta. Café a media tarde, antes del ocaso del Sol.

Jorge al ver que no vuelve su hija, piensa en Carlos, sabe dónde vive y guardando el bate en una bolsa de deporte, se dirige en coche a casa de este. Sale sumamente cabreado, habla solo, gesticula, habla pensando en que le dirá cuando llegue, si es que después de partirle las piernas tiene ganas de charla. No habrá ni enhorabuenas ni regalos de boda el día  que se case, solo palabras fuertes y  llantos,  en aquel que se presente sin su aprobación. Todo es relativo quizás, porque a la  pareja le trae sin cuidado toda palabra que no sea de secreto de alcoba. Todas estas, solo les pertenece a ellos dos.

Entrelazados se encuentran en el sofá, no corren, no tienen prisa. Ella lo mira fijamente a los ojos, al mismo tiempo que se hace suya. La posee, por primera vez la posee. Siempre guardarán en el recuerdo dicho momento, son minutos de fogosidad y de besos y de caricias. La música a un volumen alto, les hace pasar inadvertidos. Los gemidos se hacen fuertes y seguidos, hasta que llegan al momento, llegan al cénit y los dos emparejados, consuman su gran amor. No es solo sexo, es algo más, es sentimiento único y como uno, acaban siendo los dos. Todos son respiraciones entrecortadas y sonrisas, los dos se quieren, los dos se aman. Tan alto es el volumen, tal es el desasosiego que conlleva este amor, que no notan como abren la puerta con sigilo, que no ven entrar a Jorge, que bate en mano se lía a golpes con el amante de su hija. Ella, entre sollozos y tapándose con la blusa su cuerpo, le dice que pare, ella lo intenta detener y en una de esas se va para atrás golpeándose en la cabeza contra el suelo. Réquiem por un amor descontrolado, réquiem por un amor desmesurado y no aceptado por el tiempo en sí.

Se miran los dos como dos toros enfuscados, y la miran por última vez a ella, llaman a los servicios de emergencia, pero nada pueden hacer, que tumbándola en la camilla, niegan con la cabeza y le suben la cremallera de la bolsa. Caminan por el descampado, uno al lado del otro, son casi de la misma edad y cegados los dos, llevaron al caos la situación. Para ella, era un amor de juventud, para él era el amor de su vida, mientras que para el padre, todo era un despropósito y una deshonra.

¿Porqué, no hablaron más con Silvia? Todo se podía haber solucionado, simplemente dejándola volar y ver si hacía nido o volvía otra vez al redil. Todo fue, como fue,  y cómo si lo hubiese hecho desde un precipicio, ella eligió su destino. Todo era real, no querían creerlo, pero era así. Todo eran llantos, no de alegría, sino de tristeza. Los dos habían perdido la batalla, pero ella había perdido la guerra, porque ya no tendría más oportunidades. Ya no tendría de nuevo, la ocasión de amar. Quién sabe si Carlos se volverá a enamorar o a partir de ahora, solo la noche le traerá pesadillas y remordimientos. Mientras sangrado será el corazón de Jorge, que ver perder a una hija, el no poder salvarla por estar alborotados en una discusión. Cegados cada uno en lo suyo, uno por el amor, el otro por su orgullo.

Más allá de la tempestad, no está la calma. Solo hay dos barcos a la deriva, sin deseo de llegar a ningún puerto. No tienen más destino que una cama solitaria, uno por hace años una enfermedad se llevó a la mujer que amaba  y  ahora se acercará a la habitación de la que siempre fue su pequeña y la verá solitaria y falta de vida. No volverá a ver la imagen de Silvia, tumbada boca abajo con los auriculares puestos. El tener que alzar la voz, para que se diera cuenta de su presencia. Ahora, se acercará al umbral, se apoyará dejándose caer en uno de los marcos de la puerta y las lágrimas le caerán por la cara. Haciendo de aquello que tenía que haber sido regocijo y alegría, se vea sumado en toda la desgracia y tristeza de una persona fallecida.

Le viene a la memoria, juegos, juegos infantiles que no se volverán a reproducir. Silvia es mayor, verla crecer ha sido toda su vida, toda su ilusión. No iba a permitir, no iba a dejar que un hombre de mediana edad se la llevase así como así.

Cierra los ojos y ve caer pétalos de rosas, no se da cuenta y está pisando las espinas. Le sangran, se le hacen heridas en los pies. No puede caminar, piensa o sueña que está en mitad del desierto y le arden además, no puede y se arrastra, se arrastra, pidiendo perdón. Como si con ello fuesen a devolvérsela, le ruega al cielo.

Hola padre. Escucha una voz que le susurra.

Hola padre. La culpa ha sido de todos, no te lamentes. No te amargues y vive, llévame siempre en el corazón, que yo te tendré presente en mi alma. No ruegues ni supliques cosas, que son imposibles. Vive, ya llegará el momento del abrazo, ya llegará el momento del consuelo.
Enciende todas las luces del piso…

Silvia, Silvia, por favor no te vayas, no me dejes. Dice Jorge con la voz entrecortada.

Lágrimas saladas, lágrimas de derrotado orgullo. Rodillas hincadas en el suelo, formando la cruz con los brazos, mira a las luces del techo, como si un abrazo eterno fuese a salir de este.

No se vieron más, ni Carlos ni Jorge, ni se cruzaron en el cementerio de la zona. Rosas rojas veía el padre cuando llegaba con un ramo de claveles. Sabía, ya sabía quién era y ahora lo respetaba, ahora, ahora que no hay nada que hacer. Sigilo en la conducta y las voces quedaron calladas, no hubo ni investigaciones ni conjeturas, todo ocurrió por orgullo y por amor, que a veces hacen una fatal mezcla explosiva.


lunes, 3 de septiembre de 2018


                                           Vuelo al más acá.
        
                 -  Taxi, taxi. Dice en voz alta y clara a la salida de uno de los hoteles más céntricos de la capital española.

Es un día tormentoso, el granizo es del tamaño de una piedra de unos cuatro centímetros. Un botones le tapa con un paraguas y le despide con un, “le deseo un buen viaje señor”

Se sube y toma asiento en la parte trasera del coche, no le da ni una sola propina al empleado del hotel, pero eso no le preocupa, es su costumbre.
        
                   -  Al aeropuerto, gracias. Le dice, mientras se desabrocha la chaqueta y se mira los zapatos que están empapados.

El tráfico es denso, los semáforos los pilla el conductor todos en rojo, pero no puede hacer nada. Charles no sabe qué hacer, solo mirar una y otra vez el reloj. El paso parece religioso, circula a duras penas, es normal en parte, es un martes a las nueve de la mañana. Todo arranca,  todo es un nuevo día, tormentoso y lluvioso, pero no frío, ya que la primavera ha dejado atrás a un largo y helado invierno. Media hora, treinta minutos tarda en llegar a su primer destino. Mientras le saca una pequeña maleta que porta, él, maletín en mano le paga. Rápido, rápido, pero de golpe,  se para al escuchar…

“Señoras y señores viajeros, les rogamos nos disculpen, por razones meteorológicas el avión 21007, con destino Bruselas tendrá un retraso en su despegue de unas dos horas, cuando esté todo preparado les avisaremos para su embarque.”

No se puede creer lo que escucha, él, un hombre de “altos vuelos”. Se enoja, se cabrea y mirando la hora en su reloj, le da un puntapié a una de las paredes de la sala de espera. Tiempo, solo le falta eso, tiempo. El sudor le burbujea y le resbala por la cara, llegando a empapar el cuello de la camisa. Solo lleva un maletín de piel, sí, uno de esos buenos y una pequeña maleta rodante. Es un alto directivo de telefonía y viaja y viaja, a veces perdiendo la noción horaria. Se dirige a la ciudad belga a cerrar uno de sus mejores tratos. Dinero, es mucho dinero. Charles, que es como se llama él, lleva poco equipaje en sí. Solo la muda de dos días, si hace falta les dirá a los del hotel que se la laven y se la planchen. Zapatos, zapatos de 300 euros, no es mucho para su economía.

Acostumbrado a los “altos vuelos”, no se priva de nada, si hace falta, ya se comprará   ropa.

Suena el motor de una máquina, gira la cabeza hacia dónde viene el sonido y no es otra que la del café, un sin techo el cuál dice llamarse Juan, está sacando uno, con una moneda solidaria. Se lo queda mirando y como si le diese pena, se pregunta, “¿este hombre será feliz?” Es mayúscula su sorpresa, cuando el hombre en cuestión se da la vuelta y con una sonrisa sin dientes, se toma sorbo a sorbo dicho café.

Charles toma asiento en una butaca de tantas del aeropuerto de Madrid.

El hombre sin techo se acerca, Charles ahora lo repudia y se levanta alborotado, maldiciendo entre dientes. Juan se ríe, se destornilla de risa, pero a la vez le cambia la cara y se pone serio. Aunque no sea un hombre con recursos, se siente humillado. Pero calla, se calla, por miedo a que le hagan salir a afuera en medio de la tempestad.
      
                               -     Solo es dinero y poder, la ambición del Ser humano. Hablando para sí mismo, al mismo tiempo que niega con la cabeza.

El de los altos vuelos lo escucha y con un tono de soberbia le responde…
        
                  -  ¿Te parece poco, solo dinero y poder? Viajar en avión, en zona vip y conducir coches de lujo, todo es eso, el sueño de todo Ser  humano.

Como si fuese un programa de ordenador preestablecido, lo llevan en un chip en la cabeza. ¿Dónde está el amor y la amistad, dónde está el verdadero cariño o es qué este provoca un ataque de ansiedad simplemente el hecho de pensarlo?

Soledad, maldita soledad, ¿se puede ser feliz, estando solo? Nadie está completamente solo, nadie está suficientemente fuera del sistema. Si fuese así,  aquellos que lo consiguieran serían verdaderamente felices.

Más relajado se sientan juntos, uno al lado del otro. Uno con un traje y corbata, acompañado por su maletín. El otro, con harapos y ropa vieja, con solo un pequeño carrito, dónde lleva sus cosas personales.  Charles le comenta, le dice como si supiera de verdad, la razón de vivir y como sentirse vivo…
      
                             -    ¡La felicidad se compra!, yo soy completamente feliz. Tengo una casa con mi propio terreno con frutales y tengo un gran coche. Ahora voy a cerrar un negocio que me dará para comprar más felicidad.

Juan, le mira a los ojos, y siendo completamente sincero, le pregunta directamente…
                       --       ¿Tienes amor?

Al escuchar la pregunta rompe en una carcajada y enseñándole su cartera llena de billetes, le responde con otra pregunta.
       
                  --   ¿Qué es el amor?, esto es amor. Yo solo miro el amor de mi cuenta bancaria.

Sentado Juan, entrecruza los dedos y echando la cabeza para atrás, estira las piernas.
      
                              --     ¿Te cambio mi vida por la tuya?

Ahora es Charles el que le mira y atónito se pone de pie y cogiendo el maletín le grita, al mismo tiempo que toma dirección a la terminal.
        
                       --  ¿Estás loco? Yo soy una persona, tú, tú eres… se calla, mirándole por encima del hombro.

Como en un susurro,  le baja el tono a la conversación y le lanza otra pregunta.
     
                                     --   ¿Vas a coger el avión al final, vas a volar a cerrar el trato?
       
                      -- Claro que sí, todo tiene un precio. Hasta tú tienes un precio, si quieres te pongo en un escaparate y te pego en ese abrigo que llevas una etiqueta con una cifra. Le responde de manera altiva.
        
                       -- No cojas el avión, tómate tu tiempo, busca o deja que llegue el amor a tu vida. Si no, sino serás un anciano solitario. Con mucho dinero sí, pero para qué, no tienes ni hijos ni nietos.

Sorprendido por la afirmación del sin techo  y mirando para todos los lados,  le habla más exaltado. 

                  --  ¿Cómo sabes eso?, yo no he abierto la boca.
        
                         --  Muy simple, no llevas anillo de casado y tienes ya una edad, unos años que ya no puedes dejar escapar a las buenas mujeres que se te acerca.

Han pasado ya casi las dos horas y se marcha, no se despide de Juan, solo le balbucea palabras malsonantes, mientras mira su reloj. En el tablero electrónico, anuncian la salida del vuelo y la puerta de embarque. Se dirige y después de hacer cola. Se echa mano al bolsillo de la chaqueta, no se lo puede creer, no encuentra el pasaje ni el  pasaporte. No puede demostrar que compró el billete ni la persona que dice ser y le hacen salir de la puerta de embarque. Se enfada, se cabrea, llama a la policía y esta se persona con la compañía de dos agentes de seguridad.

Sin pasaporte y siendo extranjero se queda sentado, mientras buscan al que él acusa, que no puede ser otro según dice, que el misterioso vagabundo. Piensa en los dineros, en el capital que puede llegar a perder, hasta el peligro que puede correr su trabajo si no llega a culminar el acuerdo. De mientras piensa y repiensa…

                  --  Miro a través del cristal de la terminal,  como alza el vuelo el avión que he perdido.   ¿Cómo me ha robado el pasaje? Se pregunta cerrando los puños y apretando los dientes.

Suena un estruendo y pienso que es el despegue del 21007, pero ciertamente es para mí una sorpresa, no me caben los ojos en mis órbitas, cuando veo, cuando observo, que se viene abajo y chocando contra la pista, se hace mil pedazos. Me llevo las manos a la cabeza, sin darme cuenta se me escapa un poco la orina. Me toco, me palpo, y salvo la zona húmeda, estoy entero y el corazón me late, a ciento-cuarenta por minuto. Parece un caballo desbocado, pero me late. Miro asustado y alborotado a  mi alrededor.

Entre la nube negra del queroseno quemado, ve un rostro, ve a alguien que le es familiar. Alguien que en cierta manera se ha comportado como alguno de esos que la gente llaman ángeles. Mira la hora, mira otra vez a la nube. Es Juan esbozando una sonrisa, es ese que tal se pensaba que no entraba en la vida. El sin techo, le enseña con la mano alzada, los papeles y el pasaje. Le entran ganas de denunciarle, le entran ganas de apalearle, pero sabe en definitiva que le ha salvado la vida.

Todo es relativo, el avión, lleno a rebosar de queroseno, explota llegando a romper los cristales del puente de la terminal. Se hace el caos, los bomberos y los servicios de emergencia llegan rápido. Pero todo es en vano, porque no hay supervivientes, no hay nada que hacer. Solo apagarlo y rezar, hacer una oración por todos aquellos que iban en el vuelo.

No sale de la sala de espera, pero menos sale de su asombro, al ver, en la misma sala, en una de las butacas, su pasaporte y su pasaje. Ahora el corazón le da un vuelco y llama a los agentes, estos vienen y le dicen, le comentan que hoy es su día de suerte. Que lo enmarque en el calendario. No ha salido de su asombro todavía y pregunta…
        
                       -- ¿Conocen a un vagabundo llamado Juan?

La pareja de policías, le dicen que hay muchos, que no saben quién es y despidiéndose de Charles le aconsejan que descanse y que mañana compre otro vuelo.

No ha conocido mujer alguna, pero no ha hecho nunca daño a nadie, tanto trabajar no le ha dado tiempo para encontrar, lo que dicen esa alma gemela. Siempre recordará el rostro, la cara de Juan. Un hombre, un alma o simplemente un ángel que le ha hecho ver, lo que realmente no tiene precio ni se puede comprar. La vida como tal y el cariño y la amistad, no están en venta. Al igual que las personas, todo lo material se queda aquí, todo aquello lo que somos es lo que nos llevamos. Pero a Charles, le queda una oportunidad, una posibilidad y ahora sí, él es el que esboza una sonrisa y negando con la cabeza, no se cree la fortuna que tiene y esa, esa es estar vivo.