miércoles, 28 de diciembre de 2016

                                    Los sueños nunca deben estar prohibidos       

Entre la cortina transparente y la luz de la habitación que me deslumbra, escucho una voz, una voz que me resulta  amiga y por lo tanto  la escucho. La escucho, mientras me encuentro tumbado encima del colchón. Como si fuese una antigua canción, una de esas que no pasan de moda la escucho, porque para lo eterno no existe.
      
      —    Hola amigo mío. Entra con él en sus sueños de cautiverio, entra con él en esos sueños que no sabe él pero están ahí y se encuentra encerrado en una gran cárcel, una cárcel llamada  “ciudad del tiempo”. En ella no transcurren las horas, en ella se duerme siempre, en medio de unas tormentosas pesadillas.

¿De quién me habla, de quién me comenta? Que yo no recuerdo y no veo nada. Hasta que la bombilla que me alumbra estalla, haciéndose añicos. Solo y solo en ese momento, veo en el techo, la imagen de un viejo amigo. Este, gira y gira la cabeza para un lado y para el otro, no abre los párpados de los ojos, pero estos ven como una sucesión de imágenes. Imágenes que parecen venir del mismísimo infierno. Suda y suda, en pleno mes de enero. No sabe el porqué, pero es así, duerme como si en un letargo penoso fuese. Duerme sin saber si despertará en algún momento, sin saber qué día o que noche será el primero, con un súbito suspiro. Él no me ve, pero yo lo he observado y cuando quiero echarme para atrás y marcharme, vuelve a resonar la cortina…
      
       —    ¡Qué más da! Entra con él y vivirás de nuevo en aquellos sueños de juventud, esos, los que nunca deberían de estar prohibidos. Aquellos en el que el tiempo se ha detenido, en aquellos en los que el tacto no interviene y solo la mente y el cerebro son capaces de fabricar, mientras el corazón se pone a mil.

Me quedo atónito y como en estado de shock me encuentro. Es un querido amigo, no el del otro lado, sino el que veo que duerme. Me siento intranquilo, me siento alborozado por el momento que vivo y ello me lleva a soltar en un sordo grito y con la voz entrecortada digo…

       —    No hace falta droga alguna, no hace falta ninguna bebida ni ningún ritual. Solo si quiero danzar mientras duermo será posible el hechizo, será posible ser quien quiero ser.

Lágrimas de sal de aquel del que no se ve, pero que yo percibo que le caen, como si fuese una lluvia de finales de verano. Sí, como aquel que viví con mi amigo. Resuena la cortina, como si fuese un telón de algún teatro. Pero no hay luces, solo veo lo que sueño o quizás veo cuando estoy despierto. ¿Pero, oír? Oigo y escucho.
   
      —    Amarás a quien deseas, desearás mientras duermes todo aquello que el tacto no puede tocar, al igual que la música de aquel viejo lugar. Como será, que no se acuerda de ti. Pero tú entra, pero tú conéctate a él mientras duermes y verás, vivirás que eres suyo o que él te posee.

No sé qué hacer, si levantarme e irme a pasear o hacerle caso y echarme a descansar, ¿qué puede ocurrir, que puedo lamentar?, pienso y pienso, pero no digo…

      —    ¿Porqué todo esto está prohibido, porqué todo es tabú? ¿Quién baila a ritmo de rock?,¿ quien baila o escucha, inundando su alma con una canción de blues? ¿Quién está cazado o quién es el escogido? Respóndeme si sabes y si es así, es que puedes entrar en las almas y llenar estas de gozo y alegría.

Ya no llora, solo quiere ver el amor prohibido y saber que se vive con ello. Quiere saber, a lo mejor solo por capricho o curiosidad. Quiere que le mostremos en sueños, lo que es el amor sin tabúes. Aquel que no es libre, aquel que es doloroso y desgarrador.

      —    No se sabe, yo no digo, yo no hablo, pero os conozco a los dos. Por eso os animo a que os unáis al menos en sueños, porque soñar no está prohibido, porque soñar puede llegar a ser vivido.

Siento calor y frío, me siento seco y mojado a la vez. ¿Qué puede ser? No hay tren con tan largo destino, en el que el viaje dure una eternidad. ¿Pero, quién quiere un caminar hacia el infinito? Yo solo quiero tener un minuto, yo solo deseo rozar mi alma otra vez por un segundo. Un segundo, para poder hacer de él un recuerdo. Como si fuese una foto en la pared y poder mirarla siempre y siempre poder con ello esbozar una sonrisa. Ya no tengo padres a los que querer ni tengo hermanos con los que  poder hablar,  solo el maullido del gato, me hace recordar que todavía escucho. Escucho, pero solo el silencio o el devenir de la multitud en la calle.  Abro la ventana y veo, veo a la gente feliz, no se acuerdan de mi existencia. Solo, puedo sentirme feliz. Solo, puedo acariciar al animal. Qué más da, solo el runruneo de su voz me anima a seguir riendo. Riendo en mi soledad perpetua mientras lo acaricio, todo por no pensar de igual manera. Qué más da, a lo mejor el asilo de la ciudad, me aguarda como mejor destino, solo hay que dejar el tiempo correr y seguir con mi lucha. Aunque, ¿Quién está libre de pecado o quien sabe, lo que realmente está aprobado? Nadie hace caso y siguen a la ola, todo por no sentirse menospreciados o simplemente dados de lado. Una silla vacía, es lo que veo todos los días a la hora de comer. Como solo y solo hablo, me estaré volviendo loco o es la locura del desamor. El no sentir el abrigo de la gente, un mes de invierno o el fresco aire de las palabras amables en el caluroso mes de verano. Que será de mí el día que muera. A donde iré si estoy condenado, condenado a perpetuidad, .esa que es silenciosa, pero se escucha.

      —    Lluvias de ceniza, lloran las nubes. Lluvia y solo lluvia de bosque quemado es lo que envuelve al más afortunado. Triste, pero respira lento, respira lento para que el corazón no galope de forma salvaje.

Lo intenta, pero alguien quiere abrazarle y quiere besarle. Será en sueños, esos que nunca están prohibidos. Pero que conscientes, no tienen cabida ni son tolerados en según qué lugares. Por eso los dos unen sus almas mientras duermen. Se encuentran por la noche y se despiden al despertar el día. Todo es verdad o todo es mentira. ¿Es posible que puedan tocarse sus manos? Quien sabe, a saber. Solo se sabe, que ellos dos están unidos por un mismo sentimiento, alguno pensará, “esto no puede ser cierto”. Pues sí, es triste pero es real. Quién sabe a dónde llegarán o quizás deban esperar a estar en el otro lado, atravesar el umbral para poder sentir lo cálido que puede llegar a ser un beso.

       —    Hace tiempo que no siento música en mi corazón, será porque realmente nunca he sido amado. Besado y rozado, hasta llegar al límite del orgasmo. ¿Qué será de mí, si no busco por cobardía?¿ Que será de mí, me quedaré solo?  Solo, porque es cierto que ya no se persigue y se encarcela, pero tampoco se tolera.

Suena por primera vez entre su letargo, las palabras de aquel que duerme, el joven pero viejo amigo de un ahora, lejano verano. No suena, no se sienten las olas en el mar. Pero si les llega, si recuerdan el olor a salitre, el olor en la orilla de la playa.

       —    Pon un poco de azúcar en tu corazón y la vida te parecerá más dulce. No será tan agria como esos, sí esos que solo saben que solo saben echarse cubos de agua rancia. Alegra la vida, aunque esta sea durmiendo. Total media vida no la pasamos en ello, ¿Por qué no ser feliz en ese momento? Sí, el momento de estar viajando. Pero no en ningún autobús ni en ningún metro, sino en un avión directo a la Luna. Esa que nos mira y nos protege todas las noches, como si fuese un ángel protector.

Rasga o al menos lo intenta, el de detrás de la cortina. Pero no puede y se siente encarcelado en el otro lado, siente, escucha las voces pero se enoja, le inquieta el no poder entrar y poder participar del subconsciente de los dos amigos. No es ningún ángel, pero tampoco es ningún demonio. ¿Quién es entonces, el que tanto dice y tanto aconseja? No se sabe, es como un alma anónima o quizás sea simplemente el despertar de aquello que no se tolera.

      —    Bien me dices a mí que sueñe, pues lo mismo te digo a ti, ¿o es qué nunca has encontrado el amor? Ya sea con la chica de al lado, como si ha sido con la que vive más allá de nuestras fronteras. Yo ya me voy, yo duermo por las noches y sueño, sueño y me divierto. Porque de mientras viajo, me subo en cohete a la Luna y bajo en paracaídas. Duerme tranquilo y sueña, elige tu propia vida y vívela.

Ya no se duerme, ya no se tiene más vida, que el descanso o el eterno impasse de aquello que se aletarga en el tiempo. Por eso y solo por eso, se merece vivir con todo respeto.

       —    No seas un histérico, relájate y vive, vive en que sea solo una vez. Duerme y sueña, sueña con aquello que anhelas y agarra con toda el alma, abraza a quien quieres.

Despertó de su sueño con el sonido de un trueno, aquel que duerme. Despertó de aquel plácido viaje a lo que es incierto. No supo valorar, lo vivido. No supo saber apreciar lo conocido y se quitó de en medio, como si fuese un estorbo y juró mientras se iba, juró vengarse. La lluvia que caía de la tormenta, era ácida, era dolorosa cuando hacía contacto con la piel. Yo me quedé pasmado, despertando y viéndome delante del espejo, con los ojos rojos de los días que llevaba postrado en la cama. Era medianoche y yo estaba despierto, sin más sueño y sin más castillos en el aire. ¿Qué sería de mí? Ahora, ya no sé cuál es el camino a seguir. Ya no sé si soy yo o soy quién quiero ser, pero en fin solo soy uno más, en el camino hacia la libertad y el libre albedrío. Ya no volví a escuchar al de detrás de la cortina transparente ni tampoco volví a conectar mi subconsciente con aquel que anhelo. Pero en fin esto es como una carrera de caballos, yo no soy el más rápido ni el más listo. Quién quiso apostar por mí, se marchó sin el premio final, Quién quiso despertarme dándome con el fuete en el costado, ahora debe llorar de verdad desconsolado. Ese trueno, esa maldita tormenta, ¿de dónde vino? Que nos ha dejado a los tres divididos, sin saber realmente lo que es vivir. Pero lo importante es que ya sé quién soy y eso me hace fuerte, me hace mirar al frente de manera valiente. Nada ni nadie, podrá en vida doblegar lo que viene después. Porque yo sé que me esperan, porque yo sé lo que todos anhelan y esperan, esperan hasta que suena su propio trueno en su propia tormenta.  

viernes, 16 de diciembre de 2016

                                               Trineos de sangre

Desde que los tiempos son tiempos y estos se cuentan por lunas, ha existido el hombre. Ese Ser pensante, que ama y llora. Que duerme y sueña despierto, que reza y ora a algún poder, que dice que está por encima de él. En aquellos años, en los que no existía ni la rueda ni el fuego, llegó y pobló el mundo, el ser vivo más imperfecto posible. Pero antes y solo antes, hubo el primero. Aquel que nadie sabía cómo se llamaba, porque nadie le ordenaba. Pues bien esta fue su historia, aquella que yo mismo prometí contarla, después de muerto…

Desde lo alto, por encima de la aurora boreal, una princesa calla mientras observa cómo perros de presa, asaltan el cuello de “el sin nombre” y le hacen caer desfallecido en el suelo helado. Tumbado panza arriba y con los brazos en cruz, ve que la nieve ya no cae. No se abre el cielo, este permanece cerrado, como el telón de un teatro. Encapotado y con un color cada vez más gris. Se encienden las luces, que no son otra cosa que la claridad de un Sol que no sale.  Pero cómo ya no cae la nieve, se pueden ver y distinguir las nubes. No sale el Sol, parece que esté enfadado y molesto, por la presencia de “el sin nombre”. Los perros le siguen mordiendo, como lo hace una sociedad urbana, impasible con aquel que parece más débil y solitario.

No tiene nombre, pero tiene orgullo y en un instante de lucidez, decide y consigue de un salto estar en pie y recto. No lleva ninguna espada, pero empieza a dar palmas con las manos y los canes se retiran asustados. Le duele y le sangra el cuello, pero coge nieve del suelo y con un dolorido grito se limpia la herida.

No hay nadie más a su alrededor, solo el silencio o quizás el ruido del viento, al pasar y tropezar contra las ramas de los árboles. No sabe qué dirección tomar, ni sabe dónde está el norte y el sur, ni el este ni el oeste. Solo escucha sus propios quejidos y sus propios lamentos. Pero esto es la música de la vida, tocada con pocos instrumentos y es que uno puede ser su propia orquesta, si es la soledad lo que nos invade.

Observa y ve, como si estuviese encima de un escenario, sus propios pasos, hundidos en la nieve espesa, caída durante toda la noche. No hace nada más que escuchar al cielo, un cielo y una naturaleza, que le es totalmente molesta y que no le guarda ni un poco de respeto y es que es la ley del más fuerte. Pero es que no hay nada más poderoso en este mundo o quizás sí, no piensa en el 
Reino de las estrellas y quién es quién la habita.

No sabe, no intuye y sigue caminando por la nieve espesa. No hay trineo alguno que le acorte en breve la distancia, solo siente su corazón como un caballo galopar. Solo ve, a través de sus ojos enrojecidos. Trineos de sangre es lo que percibe, trineos de sangre en la blanca nieve. Marcas al lado de su paso eterno por la estepa helada, marcas para no volver para atrás. No quiere olvidar, pero no quiere recordar. Camina y camina al lado de las marcas de trineos de sangre. Como si fuesen cuchillas están señaladas en la nieve, como bombas caídas del cielo, son sus pasos firmes. Quiere huir de este lado del mundo, pero sus pasos son lentos y el reloj de arena corre en su contra. Ya mismo será otra vez de noche y caerá una helada, que congelará al más peludo. No quiere ser como un oso, no quiere porque se ve y se siente hombre. Aunque no sabe o no recuerda su nombre, será quizás por no haber tenido madre que le amamantara y le educara.

La nieve vuelve a caer de forma pausada, ello le hace relajarse y entrar en un letargo, que sumido en un sueño, recuerda al de un oso en pleno invierno. No hay verdad más completa, que aquella que cae desde el cielo. Ya sea una tormenta o un cometa, ello se hace resonar en toda la Tierra. En cambio una nevada lenta, invita al dormir en algún lugar cobijado del frío. Él, el “sin nombre” lo sabe y duerme, duerme, esperando su oportunidad. Esta no se hará de esperar, esta no tardará en el tiempo. Como copos de avena son los de  nieve, como copos de avena es con lo que se alimenta. No hay carne, no hay nada cerca y solo le quedan los copos de nieve. Duerme, duerme que se acerca la noche, aunque sea pronto, el tiempo corre o mejor “camina”, camina en su paso también firme sin echar para atrás lo vivido.

La melodía del silencio es atroz, al igual que agresiva. La soledad penetra en las entrañas de “el sin nombre”. Solo, solo se siente ahora en su cobijo. Como en un osar se encuentra, alimentándose de la nieve helada. No sabe o no entiende lo que es el fuego y por ello se hiela por dentro. ¿O será por el hecho de la melodía del silencio? Quién sabe. Solo sabe, lo que ve y lo que oye. Esto es el cielo blanquecino, por la caída de la nieve y el grito sordo de esta al caer al suelo. No sabe, pero sí entiende de qué está vivo. De que su cuerpo y su mente reaccionan ante tal hecho. No sabe, pero sí entiende de que la soledad y la locura, son primos hermanos y que todo, no acaba nada más que empezar y no llora, por si las lágrimas se le congelan y no puede ver más.

La princesa del Reino de las estrellas, se asoma entre las nubes. No sale el Sol, pero ella las aparta para ver al tan valiente Ser Mortal. Le lanza un guiño, prometiéndole la llegada de la primavera. Él, “el sin nombre”, por una vez se arrodilla, hinca las rodillas ante tal preciosa dama. No podía imaginarse que existiera tal belleza y sus ojos no están preparados, así que los cierra y alza la cabeza, como si fuese a ser nombrado o tocado por la mano derecha de aquella que es princesa.

Ahora sí sale el Sol, ahora un rayo de luz cae sobre la nieve helada, haciendo que todo sea blanco y puro. La nieve empieza a derretirse y el agua clara, empieza a mezclarse con los llantos rojizos de “el sin nombre”. Solo la princesa del Reino de las estrellas le guarda un poco de respeto y le ayuda.
      
       —    No llores buen hombre, no llores porque no hay nadie que te haga sombra. Abre los ojos, esos que tienes teñidos en sangre y límpialos con el agua clara que sale desde las rocas.

Le hace caso, le obedece y sin más, se ve reflejado en el agua. Sonríe, sonríe y rompe en una carcajada.
      
       —    ¡Soy yo! ¿Pero cómo me llamo? No sé mi nombre.

La princesa, se queda sorprendida, pero reacciona y le dice...
    
       —    ¿Para qué quieres un nombre? Todo aquel que tiene un nombre, es porque le pertenece a alguien. Tú eres un ser primitivo, pero libre. Libre y salvaje, que sale de las cavernas.

Ahora es él, el que piensa y se alegra. “No le pertenezco a nadie y no me mezclo con la sociedad, que no es otra cosa que un rebaño de pastoreo. No habrá perro que me dirija o me muerda, no habrá hombre o pastor que me ordene”.

Camina con paso firme, no corre, no tiene prisa por llegar, porque no tiene destino. Solo piensa en cobijarse, por el frío de la noche. La princesa se ha marchado, adentrándose en alguna estrella del firmamento. Entonces y solo entonces,  cae como un rayo procedente de alguna tormenta, formando el primer fuego de la historia. Esos arbustos le hablaron o él lo creyó y dentro de su locura y miedo, escuchó como lo llamaban. Su nombre, su verdadero nombre era  “Pedro”.

Solo un nombre, para un solo hombre. Qué más da, si no tiene ni compañía ni dueño. Solo la princesa del Reino de las estrellas, era la propietaria de sus sueños. Unos sueños que se tendrían que trabajar a lo largo de generaciones, pero para que esto ocurra, tendría que encontrar fémina que quisiese formar con él, tal familia y tal comunidad.

No fue hasta después de un largo caminar, cuando la princesa no se dio cuenta, que de él enamorada estaba. No fue, hasta luego de varias lunas, cuando ella quiso engendrar. Lo durmió dentro de un osar y entre los sueños de este se metió, haciendo que ella en su interior su semilla como una espiga de trigo creció. Creando no uno, sino un par de seres, unos seres que ella dejó luego a su libre albedrío. Así fue la cadena de la vida y creció y creció y el Ser Humano se multiplicó. Gracias a la princesa del Reino de las estrellas y a su capricho celestial, el ser humano tiene nombres. Nombres que ella eligió y que Pedro germinó.


lunes, 12 de diciembre de 2016

                                           La Casa de Neón

No son las vegas, no es un bulevar, no es solo un casino. En este mundo existe aquello que se conoce como La Casa de Neón. Una casa, un local donde solo entran los mayores con dinero. Si eres así, serás bien recibido, si no te irás por el camino venido. Solo por ver las luces de neón, hay que pagar. Solo tienes que entrar para poder apostar, solo tienes que sentarte y tomarte una copa, para poder ver, para poder admirar las más bellas damas. Unas chicas, que quieren tener una cita de una hora contigo. No la desperdicies y vívelo, déjate enredar por aquellas que parecen serpientes en un arrozal. Déjate enamorar por tiempos, de aquellas que solo buscan el dinero, un dinero fácil. Para un trabajo difícil, no es tan fácil hacer y disimular. Ellas lo saben muy bien, pero no se dejan embaucar y espero llegar al éxtasis esta noche. Solo una noche de libertad, para disfrutar todo el año en cautividad.

Chicas rubias, chicas morenas. Altas o bajitas. Con más y menos pecho, todas cobran precio. Yo le diría algo aquella, a la de la izquierda. Sí, aquella que habla e intenta seducir a un joven que se le ve inexperto. Ella le quiere hacer un descuento, le dice y le sonroja. Se vuelve sudoroso y se marcha, dejándola con la palabra en la boca y las ganas de tener un buen rato con él.

Ella mira, observa y yo me hago el despistado. Todas, cuando digo todas son todas. Son todas iguales de hermosas y dulces, al menos en los ratos de clientes. Después en privado, en sus ratos de ocio quien sabe.

Yo ya no puedo más y me lanzo, me levanto y ando, como el que ha aprendido a hacerlo en un mes. Casi me caigo, casi tropiezo ante tantos ángeles del placer. Es el mismísimo infierno, hace hasta calor o soy yo, que me sube la temperatura. Ella me ve, por fin se fija en mí y nos paramos a mitad de camino. Ella me dice “cien” y yo le digo que “bien”. Me coge con una mano mi derecha, mientras con la otra coge una botella de ron. Redobles de tambor suenan en mi cabeza, mientras me dirijo con ella. Entro en el ascensor y ella no se corta y empieza, empieza a hacer su labor acariciándome la piel.

     -     Eres una zorra, una prostituta de carretera. ¿Cuántos, pero cuantos habrán visto tus bajos? Yo no soy el primero ni soy el último en pagar por tus servicios. Me tendrías que hacer un descuento, por pronto pago. Me tendrías que hacer un vale, un vale para darme otra vuelta por tu cuerpo. Recorrer todo tu espinazo y llegar al coito. Qué más da, si soy el número 20 o el número 99. Lo nuestro no es amor, solo un intercambio de bienes y servicios.

El ascensor sube y se planta en el quinto, salgo ya medio desnudo, nadie puede parar a este volcán en erupción. Me asusta y me pone alerta, no sé si estaré a su altura. Una máquina humana es, una profesional que no me dejará hacer olvidar su destreza.

-          Qué más da, como tú dices, el número no importa. Lo que cuenta es que te merezcas el descuento, todo depende de lo bueno que seas. No te des prisa y te enseñaré el camino del infierno. Un camino envuelto entre el deseo y la lujuria, un corto sendero que te lleva rápido, como si fuese a la vuelta de la esquina.

Gira la llave y abre la puerta, en medio, una cama de 1.35cm con un espejo en la pared. Ella me sonríe, yo le sonrío y entonces, sacando mi pitillera le digo…

-          Fuma un poco de esta  hierba, te sentirás mejor, te sentirás en una nube viajando a la Luna. Sabrás y subirás a las montañas del placer, hasta que el amanecer deslumbre tus ojos azules, azules de color turquesa.

Ya no me sonríe y me dice que no, abre la ventana y me hace señales al reloj.

Acabo de fumar y miro hacia la oscuridad de las estrellas, a ellas me encomiendo para llegar a poner el listón alto, la haré y le hago tambalear hasta las patas del somier. Solo soy un huracán en medio de una isla del caribe. Solo soy unos vientos que le hace descubrir el temor de la explosión del orgasmo. Dice que no pare, dice que no acabe. Yo me estoy mis minutos, pero en verdad suena en la mesita de noche, un reloj que me hace bajar el telón. Le digo, le explico que no he acabado y esto no se puede dejar a medias. Que llevo solo un billete de cincuenta y tengo una botella de ron a la mitad de llena. Ella me dice, me advierte, me aconseja…

-          Quiero bajar en esta estación, tú no tienes límite y ya no te queda suficiente dinero con que pagarme. Vístete y márchate, coge tu viejo Ford del 83’ y duerme en tu casa, hasta que las campanadas de tu iglesia den otra vez las siete de la tarde. Entonces y solo entonces, con dinero contante y sonante, guíñame uno de tus ojos marrones y yo seré tu mujer fiel, a tu lado mientras no te pongas borracho.

Decido no ponerme nervioso, no me altera sus palabras, aunque me coma y me hierva la sangre por dentro, yo le hago una apuesta.

-          ¿Borracho yo? Vamos a dejarlo, no eres dueña de ti misma, llevas la misma tónica que un servidor. Pero a diferencia de que tú cobras por ello, yo lo hago por vicio y por placer, no me lo niegues que eres de buen hacer.  Está bien, me apuesto mi carro, a que aguanto más de cinco minutos en la cama. Si no es así, te quedas mi coche, si no me devuelves hasta el último céntimo que he pagado por ti.

Quien convence a quien, quien es el convencido, quien es el engañado. Ella sabía que no llegaría ni al primer asalto, ya que la labor estaba casi acabada. Pero solo me miré y por orgullo caí en sus mentiras y fui embaucado de la manera más ruin. No duré, perdí la apuesta. Quien convence a quien, quien es el ganador y quien es el perdedor.

Me ha dejado sin blanca, no llevo suelto ni para el autobús. Hasta el coche me lo he apostado hoy y todo por escuchar la voz de Luz. Una mujer que como su nombre dice, brilla entre la oscuridad de la noche y en el ambiente del casino. Entre luces de neón, me he acostado yo con ella. Sin decirle cosas bonitas, sin una palabra amable, ella ha conseguido sacarme hasta el último euro. La noche sin dinero es larga y más yo, que estoy acostumbrado a conducir y a subir a toda chica guapa que se precie.

No me lo digas más, conciencia déjame en paz y déjame que llegue y duerma si es posible. Que sueñe con el ritmo que tienen algunas chicas, déjame cantar en mis sueños. Suelto los alaridos, suelto los gemidos de una noche loca de desenfreno. Solo con una copa más, me ahogaré entre las sábanas. Solo con una copa de ron, seré capaz de diseñar hasta un avión. Pero no un avión cualquiera, sino uno de combate preparado para ir a alta velocidad. Como una nave estelar, seré yo en tu cuerpo. Como un cohete espacial seré yo adentrando entre mis sueños.

La noche me perturbó y solo tuve que esperar a salir el Sol, para ver y darme cuenta de mi error. Es cierto que esta noche, no la voy a olvidar, pero no por las alas de la libertad. Sino por la agonía y la tristeza, de volver a casa después de un largo caminar. Pero es que la noche me transforma, me envuelve todo lo peor. No sé ser yo mismo y me vuelvo mi anti-yo. Una persona que no tiene secretos, que solo quiere hacer realidad sus sueños prohibidos. Cuál es mi verdadera vida, la nocturna o la diurna. La compañía o la soledad, qué más da, por todo hay que pagar. Por todo hay que abonar una cantidad y solo por ahora es gratis el respirar.

Ya no vuelo en una nube y al lado no tengo nada más que una cama de 90cm, vacía y conmigo solo de compañía. Qué más da si soy inglés o alemán, qué más da, ya no soy un huracán en explosión. Todo quedó en una pequeña tormenta tropical. Seco ha quedado todo, hasta la garganta y la cartera. Sin coche, como si hubiese sido víctima de un timo, he sido cazado. No hay más vuelta, no volveré a esa casa, no volveré a encenderme, para después terminar pagando por algo que solo me desfogará un tiempo limitado. ¿Por qué  me encomendé a las estrellas?

Chicas en la pared, veo chicas en la pared. Por todas las paredes de mi casa, veo chicas en las paredes blancas. No son posters, no son calendarios, solo son imágenes como si me durase el efecto del ron, veo chicas en la pared. Como es posible, solo, aturdido, me voy a la cama y me tapo con la almohada. No se siente nada, nadie habla en voz alta. Pero cierro los ojos y como desde una neblina, veo a una chica que viene y desaparece, es Luz. Siempre me acordaré de su nombre, al igual que de la matrícula de mi coche.

No quiero pensar más en ello, no quiero darle vueltas como si fuese un toro el día de un encierro. Me tapo y me duermo, es domingo y mañana toca ir al tajo. Qué más da, iré en bus y tengo que ahorrar para comprarme uno de segunda o tercera mano. La verdad es que el coche era viejo, era antiguo, pero me llevaba a todos los lados.

Dejo pasar el tiempo, dejo pasar y solo me dedico a trabajar. Solo a eso y a ahorrar. Veo y ya no están las chicas en la pared. Toda la ansiedad desaparece, todo el ahogo como un grito se enmudece, dejándome sentado. No veo otra salida que dejar correr el tiempo. Ya casi no me acuerdo de la chica, pero alguien en el trabajo viene y me lo recuerda, alguien cercano  me dice…
-       
              -         ¿Has visto esta foto?  Es tu coche, que ha caído por un precipicio desde arriba del acantilado.     Ha caído en el agua, entre las rocas cercanas.

No salgo de mi asombro, pero más me llevo la impresión, cuando desconozco la abuela que conducía y le pregunto…
-        
               - Perdona, ¿Quién es esta mujer?

Él me dice, él me responde…
-                   -   Se llamaba Luz, es la que regentaba la Casa de Neón

Me quedo atónito, me quedo de piedra, pero de piedra salina. Solo habían pasado un par de meses, como era posible que fuese una anciana. No quiero, pero me miro al espejo del vestuario  y no salgo de mí, no encuentro palabras al verme. No sé responder a tantas preguntas y amablemente le digo que me deje el recorte de periódico. Los ojos se enmudecen y las lágrimas me recuerdan al sabor del agua del mar. De mientras, no veo ninguna imagen, pero sí una voz que me susurra….      “Adiós”


lunes, 5 de diciembre de 2016

                                          Quién me toca el piano

¿Quién toca el piano antes del anochecer? ¿Quién pone velas negras en el candelabro de plata? Ya no se ven las siluetas en la penumbra, ya  no se sabe quién te manda o quién te ordena o encumbra. ¡Poder elegir!, que gran avance o quizás y solo quizás sea posible que no. Quién sabe, a saber.

¿Quién toca el piano, quién toca en armonía sus teclas?, ya sean blancas o negras. Solo la Luz o la Oscuridad. O quizás y solo quizás, tonos de grises. Quién puede decir de sí mismo, estar salvado, sino aquel que no baila al ritmo de la canción. ¿Quién se sienta y le da a las teclas? ¿Quién sabrá que es de diferente armonía? Como sirenas cantan y como marineros caen en su hechizo. No hay arpas en el cielo, no hay puertas de acero. Todo es una cortina transparente lo que nos separa, nos separa del cariño y del odio, nos separa de la esperanza y del engaño. ¿Pero quién narices, toca ese ritmo que me enamora? Me  enamora y me hace sonreír, un leve movimiento de mis labios y esbozo una sonrisa, una sonrisa llena de gozo.

Las velas negras se consumen poco a poco, elevando un hechizo, un hechizo a ritmo de unas notas musicales, formando una melodía que no es otra cosa que la vida. Una vida llena de cautiverio y tristeza, como un ser raptado en plena juventud. Para dónde y en qué dirección va el humo que expulsa y como resbala la cera de esta, no cae a la base. Se evapora como un humo, que no se condesa y desaparece entre la atenta mirada del que toca.

¿Quién quiere a quién? Qué más  da, si tus rosas no son de verdad y tus espinas, se afilan para poder cortar. Corazones rotos, almas llenas de desengaños al amanecer. No son tallos de una flor, son alambres de espino enrollados en mi corazón. ¿Quién ha sido querido de verdad? Solo el del piano lo sabe, solo quién baila a su ritmo. Da igual, él no se quita la chistera, no se muestra tal y como es. ¡Ay!  Aquel que se haga el sordo y no obedezca, será castigado y ajusticiado hasta que diga, aunque no lo crea, aquello que quieren escuchar. Una y otra vez la misma melodía. Una y otra vez, aquella sinfonía. ¿Es un réquiem o una alegría? Una, la llamada a la mismísima muerte, la otra al nacimiento o a la unión en libertad. A veces me desespera y a veces me enoja, qué más da. Solo él se sonroja y esboza una leve sonrisa, como si el director de orquesta fuese. Bailando los pies los tiene, mientras suave y levemente, pero con sentido y ritmo, toca y toca el piano de cola. Qué más da. No envejece, para él no existe el tiempo si no es en discordia.

Camino por una carretera sin destino, ando por  los senderos del placer, ¿quién me va a parar? El que toca la melodía, no me puede frenar, soy como un tornado, soy un volcán en erupción. Nadie sabe por dónde voy a ir, pero todos se apartan. ¡Qué será de mí! Estaré condenado o simplemente soy complacido por mis buenos actos, que no son pocos.

Me aturde y me perturba, la forma de hacer de los que se sienten libres y tienen la cadena de su amo, enrollada al cuello. Quiero viajar rápido, no quiero dejar de correr. Ya no bailo, ya no silbo la melodía del piano. ¡Qué será de mí! No lo sé, quién lo sabe. Nadie acierta y hacen quinielas para poder adivinar mi destino. Este no está escrito, como si fuese una canción, no hay, no hay partitura que lea mi buena voluntad. Porqué será rebelde, pero no es mala. Solo soy un travieso adulto, el que ya sabe, ya acierta por donde van a redoblar las campanas.

Hace frío, tengo frío, ¿a dónde me adentro? Hace frío, tengo frío, ¿cuál es mi destino? He descubierto que desde que nací, mi destino está escrito. A grandes rasgos, pero escrito. Tengo que tener algo que hacer, ese hacer es diferente a los demás. No sé todavía cuál es, cuál va a ser mi granito de arena, ese por el que se me recordará. No sé verdaderamente en qué consiste mi viaje, pero es en un tren de largo recorrido. No sé, si es hacia el Norte o al Sur. No sé si es al Este o al Oeste. Lo único seguro es que es desde este punto.

¡Ay! Mi granito de arena, en un reloj de estos está y solo el que toca, tiene el poder de darle la vuelta. Boca arriba, boca abajo, qué más da. Solo el que toca, ve y dirige la canción y el tiempo. Solo el ve, caer la arena, para después volver para atrás. O para adelante, ¿quién lo sabe? A saber. De mientras, escucharé la melodía de la vida. Esa que me transmite y yo quiero hacer llegar. No lloro, no merece la pena. En cambio sí río, hasta de mí mismo y de frío, porque ya se acerca el invierno. Este promete ser largo y duro, pero yo no sé si estoy aquí o allí, solo espero la hora de marchar. De marchar a alguna dirección, esa sí, esa que no tiene ni nombre ni letrero. Solo unos puntos suspensivos...

No ahogues mis penas en una lluvia dócil, hazlo si quieres, en una lluvia tormentosa y de granizo. Que vengan vientos, que rasguen mis velas, dejándome sin luz y sin horizonte. Que no vea la brillantez de las estrellas, tapa si puedes, la Luna y déjame en la más absoluta oscuridad. Despiertame de mi letargo, como un oso en primavera. Saldré hambriento y querré comerme la vida y saciaré mi sed de aventuras mojando mi garganta con la lluvia tormentosa del anochecer. Frío, mucho frío me entra. Al saber que solo estaba dormido y que necesito solo un buen azote, para saber que esta es para vivirla con respeto.

¿Quién le puede romper, quién le puede destrozar tal piano?  Si este está encima de una nube, si este está encima, flotando en el aire de un atardecer. Qué más da, yo no soy querido, si no es por aquella que me parió y me amamantó. Todavía guarda ella recuerdos, todavía yo mantengo intacto mi amor por ello. Qué se puede decir, a lo mejor en ese momento se le rompió una cuerda al piano o simplemente estaba desafinado. Quién lo sabe. Solo el que toca, es capaz de saberlo. Pero espero no quedarme en medio, en medio de dos mundos, este y el paralelo. Aquel donde descanse mejor, ahí me quedaré, para recuerdo de unos pocos. A lo mejor la canción sea como un bucle y no acabe nunca. No acabe y pueda llegar a ser inmortal, ¿pero que son estos deseos? Qué son en realidad, todo aquello que muere con facilidad, ya sea una rosa o ya sea un pez, todo ellos tienen un final, todos ellos se van y siguen la cadena. Una rosa se marchita, un pez sirve de alimento. Qué más da, yo no soy capaz de parar de bailar. Una música que no deja de vibrar en mi corazón. Es una sin título, es una anónima, solo dirigida a mi persona. Espero que sea con final feliz y no me llegue a herir.

Envío un millar de ratas, envío un millar para que se coman las cuerdas de tal instrumento musical. Sus dientes, contienen la sed de la rebeldía y de la venganza. Dónde se irá ahora a tocar, como no sea en tierra, lo veo difícil. Estas son dirigidas al son de una guitarra distorsionada en su vibración, pero no en hambruna. De unas cuerdas no hay de donde alimentarse, pero sí en la promesa de convertirlas en almas. En almas que bajen luego a la Tierra, para poder decir, para poder contar lo cierto y verdadero. Qué más da si se acerca ya el anochecer o solo es la Luna cubriendo al Sol. Un eclipse que no es causal o sí. Lo cierto es que además el cielo se cubre por amenazadoras nubes, que pueden dejar al que toca, destrozado y que llueva en medio de una depresión mental. Una depresión, por no poder detener el avance de los roedores, depresión por dejar de ser quien es. Convirtiéndole en un simple pájaro con mal infortunio. ¿Quién es el que se salva, seré yo o quizás tú? Que eres quién me lees. Qué no entre la histeria en vuestras cabezas y en vuestros corazones, todo es concebido. Todo es hecho por el que escribe y este, no puede ser más que aquel que impulsa las letras en este relato. ¿Quién te quiere? ¿Quién te ama sin condición? Seré yo o será él. El que toca y sabe de música, sabe de algo más que hacer rimas y ritmos. El que toca, ya no lo hace. El que toca sabe mucho de leer, pero no sabe dirigir. Quién es mejor director de su propia orquesta que uno mismo. El piano está destrozado por las ratas y por la lluvia. La Luna se adueña del cielo, al igual que las estrellas del anochecer. Será verdad que ahora viajo, viajo hacia dónde aquel que sabe pierde la pista.