lunes, 28 de noviembre de 2016

                                                   Arcángel 606

Las luces del casino parpadean hipnóticamente a los ojos de los clientes “”JUEGA, JUEGA”, invitándoles a entrar y echar unas monedas. Dicen que hay premio, dicen que se harán ricos. ”JUEGA, JUEGA” Colores de billetes, como personas diferentes hay. ¿Qué será de aquel que se deje hasta el último céntimo? No se sabe, a lo mejor entra el primero en el Reino de los Cielos. Quien sabe lo que puede ocurrir. “POBRE, POBRE”.

¿Quién puede decir que no alcanzará el cielo, si este está debajo de sus pies? ¿Quién puede decir que no alcanzará su sueño? Si sus pisadas son sombras en el anochecer. No por oscuras sino porque estas se confunden entre las demás. “TODOS SOMOS MULTITUD”.  ¿Quién es, Quien es, quien da los golpes en la puerta? A saber. ¿Qué puerta? Sino la del cielo. Esa sí, esa que dicen que es la del paraíso. Pero mientras luce el Sol y la noche estas se adueñan de las mentes y uno de ellos camina por la Tierra. ¿Para qué? Para conocer a las almas que ella la pueblan y llora, llora y sufre, al ver tanto egoísmo y tanta hipocresía.

No nace sino muere parte de él, al llegar al mundo. Con un llanto, que parecía un soplo de  esperanza, hizo retumbar el planeta. Pero este se calmó y volvieron a ser los de antes. Ya no volverá, ya no regresará al Reino de los Cielos, porque se ve triste y maltrecho y solo, solo se irá hacia la oscuridad, al ver tanto engaño. En tren y en autobús viaja la multitud, en limusinas y en coches de alta gama, viajan los que se inundan del dinero ajeno. “Echad unas monedas, que yo os daré un montón de billetes”, dicen algunos desde sus cómodos asientos. Que será de aquel que no tenga control. ¿Estarás aquí tú, para darle un abrazo de consuelo?

“Quien sabe, a lo mejor soy dueño”

Estrellas que no iluminan el cielo, ya que es saboteado desde las azoteas de los locales. Luces de neón hacen que pasen y pasen, cada uno, cada cientos, para hacer una buena recaudación. ¿Qué será de aquel que despierte? Seguro que te rechazará y el que no lo haga y se juegue hasta su última moneda, te maldecirá, como si fueses un auténtico demonio y eso no lo tienes que tolerar.
Resbala una gota de sudor, resbala una gota de sangre. ¿Cómo es posible, si no eres humano? No te pierdas por favor, no quieras llegar a comprender algo que esta fuera del ser y estar. ¿Cómo saber, cuando es cierto o es mentira? No se sabe, solo una se arroja, se aventura, como si fuese una película de acción.
¡
No evites!, pero como decirte esto a ti, alma pura. Cuando todas las que te rodean  aquí, en este espacio-tiempo, son impuras y no son merecedoras de tu preocupación y menos de tu sufrimiento. Lánzate, que la vida son dos días y el último es largo y penoso. Lánzate y bebe, bebe del pozo de la vida, que esta no es salubre y está llena de lodo.

“Respeto me piden y consuelo tendrán, como si fuese su último aliento”

Si fueras solo un alma y tu cuerpo fuera solo carne y hueso, sangrarías de verdad, porque te herviría la sangre, como en un volcán en erupción. ¡Dale con el martillo, dale! Que no conseguirás romper el muro que nos separa, no conseguirás hacer nacer a aquellas que se han marchado. Porque esas ya no son de esta condición. Como un vacío en el Cosmos nos abren una puerta. Pero tú eres listo, seguro que volverás de dónde has venido y no caerás en las redes de la oscuridad.

¿De dónde vengo? ¿Qué te crees que yo me vengo? Yo no soy de esa madera ni tengo yugos de esclavitud eterna. ¿Qué te hace creer que no lo merezcan? Si como ovejas ciegas en rebaño navegan por el agua sucia y llenan de sudor la codicia.

Señalado a punta de espada, llagas en su piel de unas alas rotas al descender. No se sabe si fuiste tú el que realmente lloró, al ver al hombre solo trabajar. No viviendo en pura armonía con el prójimo y viendo como la envidia y la codicia, se adueñaba de sus almas.  No te sientas tentado, por aquel que te quiere dominar. No te sientas alentado por aquel que te quiere convencer. ¿Qué será de ti, si entras en el frío oscuro del amanecer? No seré yo, el que te diga  que no. No seré yo, el que te ate con una cuerda. Porque ni los perros, merecen ello. Vuela, vuela y alto y no desciendas. Que no es de razón tanto amor, porque el de vos no es de merecedor de tal falta de respeto. Nadie ama a nadie, con tanto amor, como el que yo te proceso.

¿Cómo saber cuándo uno es de sinceridad y honestidad, si este se ve envuelto entre sombras?

Adiós mundo, adiós. No lloraré nunca más, se me ha congelado el corazón. Este ni con la llama más ardiente, se calentará. No volveré nunca más, tienes razón quien seas. Que sepas que siempre te guardaré una gran estima y que nunca, nunca te faltará mi amor. Amor de amistad y lealtad, como aquel que busca y busca, pero solo encuentra, aprovechados burlones. Que creen que uno no es de digno cariño y respeto y se abalanzan como hienas en la noche. Como si fuese una presa que hacer de cena, para satisfacer una barriga llena de maldad.

¡Donde estás amigo, donde estás! Escucho el murmullo del mar y me parece que habla de ti, de tu llegada y de tu marcha. Pero no hablan de lo que has llegado a hacer en tu corta estancia en este mundo. No te marches todavía, que me dejas solo ante los aires de la adversidad y ya sabes que estos no son sinceros. Me hubiera gustado haber tenido en una botella de cristal, que fuera lo suficientemente limpia, como para tenerte en ella y poder conservar así tu presencia y tenerte cerca, para poderte admirar y honrarte de la manera que te mereces. No llores ahora tú, me tienes más cerca de lo que tú crees, solo tienes que elevar el pensamiento. Yo ya no estoy en el Reino de los Cielos, solo me he marchado y ahora observo con detenimiento desde el otro lado, los resultados de todo lo creado por el hombre.

Si fuera tan fácil, echar una moneda para conseguir la paz y el sosiego, ¿quién no lo haría? Yo sería el primero, pero no lo haré, porque es llamar a las puertas del infierno. Yo ya no tengo alas, pero sigo siendo quien soy. ¿Quién me recogerá ahora? ¿Quién me tenderá la mano? Si ya he sido tentado, no jugaré, no caeré. No beberé, ni una sola copa, porque esta no es de triunfo.

“Prefiero desaparecer de este lado, ellos van a donde van y no hay razón para ello.”

Se marchó, al menos dijo “adiós”. Se marchó, dejándome  solo ante una jauría de lobos hambrientos, que es ni más ni menos, que la  sociedad. Se marchó, pero yo sé, estoy esperanzado, cosa que antes no lo estaba. Sé ahora  a ciencia cierta, que iré a dónde merezca y seguiré los pasos de aquel que lloró en la Tierra, haciéndose  quebrar el alma. Partiéndose en dos, para llegar al hombre y llegar a la mujer. Quien sabe, a quien llora y a quien honra. Lo que es seguro es que a nadie rechaza y ahora uno entiende el porqué de las cosas, ahora uno entiende  el porqué uno merece ser perdonado y cuando ajusticiado, pero espero tardar en saberlo.

domingo, 20 de noviembre de 2016

                                                             The thief
                                               
Son las seis de la tarde, ni las cinco ni la siete. Simplemente las seis. No amanece, casi anochece y se empiezan a vislumbrar los destellos de las estrellas en el oscuro cielo de    un pueblo cercano a Barcelona.  No me he acabado de despertar de la siesta, como el que ha tenido una pesadilla. Todo esto, lo que estoy viviendo, está sucediendo como si el destino me lo tuviese escrito.

Estoy sentado en mi viejo Ford Fiesta del 2002, a cincuenta metros de la gloria. Los sudores me empapan la camisa y hace que me sobre la chaqueta. Bajo la ventanilla, el frío entra en estampida y tiro de una vez por todas, la ropa de abrigo a la parte trasera del coche y mi familia, sí, esos que me acompañan  me recriminan mi mala actitud. Como si ellos fueran unos santos vamos, no he subido a nadie más al auto, porque no cabía. Entre mi madre y mi padre, mi hermano, mi cuñada y yo ya somos suficientes. Todo porque parece un sueño lo que vamos a hacer, “un gran golpe”, tan grande que se nos escuchará y hablaran de nosotros durante un buen tiempo. Esto puede ser el comienzo de una gran aventura, el comienzo de algo que no tendrá fin.

No me lo pienso muchas veces y escuchando los gritos de ánimo de mis acompañantes, aprieto el acelerador y me empotro contra el cristal del escaparate central del Supermercado. Nada resulta dañado, salvo el vidrio que es hecho añicos. Nadie sale  herido y esto va en nuestro favor. No tenemos pistolas, pero ellos no lo saben. No tenemos vergüenza ajena y eso sí que lo adivinan. Esto es real, estoy robando en un gran local, en una gran superficie. El  éxtasis y la adrenalina recorre por todas mis venas, llegando a mi cerebro y provocar con ello, que mi corazón galope como un caballo de carreras. Todos me toman por loco, desde los dos guardas de seguridad, hasta dos agentes del cuerpo del Estado, que están fuera de servicio. Se escuchan disparos al aire, la gente o corre o se tira al suelo. Pero el griterío amordaza los altavoces y ya no se escuchan las canciones navideñas. No voy solo, me acompañan los míos, mi familia.  Una familia que no es la mejor, pero es la mía. Solo le pido a Dios, salud y atracos, con los que poder pegarme por unos días “la vida padre”. Siempre con mis allegados, siempre con aquellos que están a mi lado pase lo que pase.

La gente corre, huyen de mí y de mi familia, no saben que somos inofensivos. Solo tenemos ganas de dar un gran golpe y que mejor día que el 2 de enero de algún año que está en mi recuerdo.  Hay niños, muchos niños, los cuales despiertan de golpe del sueño de los Reyes Magos. Todo son disparos por  parte de los cuatro agentes y forcejeos por parte nuestra. Llega a tal punto la tensión y el nerviosismo, que no me doy cuenta y se me cae el carnet. Salimos corriendo, salimos de estampida y no nos podemos llevar ni un móvil. Ni un triste euro, que nos salve la tarde. Corremos y corremos, cruzamos por medio de la autopista dejando el coche rodeado de cristales y con el morro arrugado y el capó abierto. Qué rabia me da y me recriminan por ello, haber perdido el carnet, rezo por algo que no será. Rezo, siendo ateo. Rezo por mi familia mientras nos escondemos en la noche fría y oscura del invierno.

Llegamos al cabo del rato a casa, llegamos a lo que yo pensaba era zona segura y ¡zas!, los de azul son presentes en mi portal. Todo son coches con sus luces parpadeantes, yo cuento hasta cuatro. En total ocho policías son en el edificio, no se cansan de preguntar, no se cansan y no se van. No puedo entrar y no sé qué hacer. Hasta que a mi cuñada, lista de ella, nerviosa por la espera, le supera la impaciencia y se enciende un cigarrillo. No es por el humo, pero si por la llama del mechero lo que nos delata. No tardan en cogernos, no tardan en llevarnos a la comisaría más cercana. Pienso para mí, hablo para dentro…

-          ¡La cagué! Me han pillado y ahora que hago.

Nos preguntan, nos interrogan. No hay vino ni cerveza, no hay drogas ni juegos de azar. Solo me dan un cigarrillo a costa de que hable, yo les digo “tengo mis derechos”. Ellos se miran entre sí y me dejan solo en la sala. Espera que te espera, tengo todo el tiempo del mundo, tengo todo aquel que el Juez determine. Robo con fuerza, con daños materiales y quien sabe más. Todo es un suponer..
-  
           -            ¡La cagué! Me han pillado y ahora de esta no salgo.

Se me cerraron puertas, se me cerraron todas aquellas ventanas donde poder el aire respirar, ¿qué será de mí, si no puedo enviar cartas entre el viento? No tengo cadenas en el cuerpo, pero sí en alma y alrededor de aquello que estaba en calma. ¿Qué será de aquellos, que en mi compañía también cayeron? No los veo, no sé nada de ellos. Entre los barrotes me encuentro, entre los barrotes, detrás de ellos estoy como un lobo salvaje. Solo deseo, solo ansío la libertad, una libertad que sirva para corregirme. Una sola oportunidad, para un hombre que cortaron de golpe sus actos.

Es cierto, la justicia funciona, la justicia se elabora, para aquellos que andan y obran honradamente, por los senderos de la vida. No puedo creer, no puedo imaginar. Que yo soy aquel que empotró un coche, un solo coche, fuera detenido y encarcelado por varios años. No quiero, no digo la cantidad de ellos que me han caído y ciertamente no sé qué haré cuando salga, ya que todo son las compañías y el entorno. Si vuelvo de dónde salí, no tardaré en entrar y dejarme en estas frías paredes, unos años más. Se escuchan los gritos y las voces por la noche, donde está aquel que me cante o me susurre, hasta que quede profundamente dormido. Abrazo la almohada, me tapo los oídos con ella, pero ni con esas llego a conciliar el sueño. Necesito fumar, necesito tomar algo que me ayude a evadirme por unas horas. Hacer un viaje nocturno, sin moverme de la litera. Que será de mí, ¡oh Dios! Si existes, perdona mis actos y dame una oportunidad, no me dejes solo aquí, donde el hombre se vuelve como un animal en celo. Dame la paz, a partir de mañana seré más bueno y más honrado, atrás dejaré mi corto caminar por la delincuencia.

No veo el Sol por la mañana, solo una sirena anuncia un nuevo despertar. ¿Qué habré dormido? Cinco o seis horas, más con el griterío es imposible. Comparto celda con un extranjero que poco sabe de mi idioma, así que poco puedo comunicarme, como no sea con señales y con gestos. Hay un respeto debido a la situación compartida, solo sé que se llama Omar y tendrá más o menos mi edad. No salgo de mi asombro de como se lo toma. Parece ser un guerrero de las prisiones, yo en cambio es mi primera vez y estoy asustado. Me calma, me intenta relajar con señas. Me da miedo hasta ir a las duchas, siento pánico. No es nada cierto de lo que se dice o se cuenta, ¿o es verdad? Por si acaso, ando con cuidado. Miro donde piso y solo espero que el tiempo pase sin consumirme. Es poco en verdad, los años que me han caído. Es además cierto, que con buen comportamiento la pena se reducirá. Al menos mi abogado, uno de tantos de oficio, me alienta y me da la esperanza.  Me entretengo de mientras en la biblioteca, será la timidez o la  cobardía lo que me lleva  a aislarme y al solo hablar con mi compañero de celda.

Se hacen largos los meses y pasados dos años, mi abogado viene con una buena noticia, me conceden un permiso penitenciario. Por fin respiro de nuevo, por fin huelo la libertad. No sé a dónde ir, qué camino tomar. Me encuentro en la enrejada de la cárcel y pienso que no volveré a entrar, ¿cómo hacerlo? Pues ya veremos.

Faltan cinco minutos para las nueve, faltan cinco minutos para que sea la hora. Es primero de mes y “the thief” (que es como me llamaba Omar), estoy sentado en un taburete de la barra de un bar cercano. Desde ahí puedo mirar y observar por los cristales, como la gente va y viene. Soy un “As”,  un experto en mi trabajo. Intento darme ánimos y solo tengo que esperar la ocasión, cuando alguna o alguno va a sacar dinero. No tengo sentimientos ni remordimientos, me da igual joven que anciana, hombre o mujer, trabajador o pensionista. Es primero de mes y observo y observo, solo es un reto. Nada más importa, unos euros, un dinero que me viene ni al pelo. Sigo y sigo con mi cigarrillo, fumando mientras lo acompaño con una copa de coñac. Nada más importa, qué más da, me pego la gran vida haciendo de la ajena una desgracia. Algo me despierta de su letargo momentáneo, algo me despierta poniendo ojo avizor. Una madre con su hijo pequeño, este no deja de correr y saltar. La madre anda nerviosa, pero yo, “the thief” observo y veo, como se dirige al cajero. Este es mi momento, esta es mi ocasión y no lo dudo pagando para no dejar sospecha la copa, me acerco.

Es uno de estos cajeros que hay dentro de la oficina, en estos, aunque parezca mentira es de más fácil acceso, para todos aquellos que desean robar y hacer desgraciado si hace falta a quien sea.  Yo, “The thief” espero que sea dentro, miro hacia todos los lados. Izquierda o derecha, delante y atrás. Para todos los sitios y no se ve ahora a tanta gente. El niño no deja de increpar a la madre y esta cuando va a salir, la empujo hacia dentro otra vez y con un simple boli en la garganta la hago sudar. No duda ni un solo momento, el niño se ha quedado callado, blanco y asustado. Ella obedece y no tarda en darme toda la cantidad, el sueldo del marido. No le sale la voz tampoco y no sabe si se ha orinado encima. Yo, “The thief” no corro, pero ando rápido, con toda la cantidad substraída. ¿Cuánto será? A saber. Solo yo lo sé, pero no lo cuento, ahora no es el momento.

Solo pienso y me río, de cuantas veces podría hacerlo sin ser cogido, sin ser visto. Como un águila soy, como un halcón vuelo sin ser vigilado. Así soy yo, una especie en extinción. No le he hecho daño a nadie nunca, ni hace falta. Con un simple boli me sirve, me sirve para mi tarea. La pobre mujer queda maltrecha y con un mes largo. La policía, las cámaras, ya me conocen. Soy un buitre que se ceba de aquellos y aquellas que se ven más indefensas. ¿Pero, atrapado? Nunca, nunca más me pillarán.

                                                                                

sábado, 12 de noviembre de 2016

                                            Ida al olvido.

Jaime miraba por la ventana como el frío de afuera traspasaba el vidrio templado y convertía en hielo todo aquello que encontraba. Lo calaba de manera intuitiva en los huesos y hacía que tuviera escalofríos hasta en el alma. Era el mes de enero, no recuerdo el día exacto. Pero el Sol no calentaba i no llegaba a subir el termómetro más de un par de grados. Él, sentado solo y de manera incomoda, observaba a la gente de pie, agarrados a las barras laterales que se sujetaban al techo o bien, a las verticales que eran atornilladas al suelo, haciendo a veces tuvieran que hacer movimientos acrobáticos para no caerse. Los semáforos se ponían verdes o rojos, pero el color que le gustaba era el amarillo, siempre había dicho que quería pintar un arco iris al cielo. Que quería hacerlo, porque se sentía feliz, feliz y contento por tener al lado una mujer maravillosa. Pero ahora, se veía en un asiento de un transporte público, teniendo que compartir el espacio, cosa que él detestaba por su propia prepotencia. La misma que le hacía retroceder en este viaje, un viaje que quería que le hiciese olvidar, todo aquello que no quiere recordar. Se veía sentado en el asiento, cogiendo con los dedos de la mano derecha el billete. Un billete que le llevaba a dónde no se sabe el nombre. No tenía nombre, porque no era en ningún lugar. Solamente en su cabeza, solamente dentro de su alma era aquella parada. No había nada, nada que le obligase a ir, solamente el olvido. Olvidar, el solamente quería olvidar que era vivo.

Escuchaba una canción por los auriculares del móvil, no era nada nuevo, no era el único en hacerlo. Mucha, pero mucha gente hacía lo mismo. Esta canción lo transportaba a los jardines del amor carnal, ¿a dónde estará aquella mujer por la que perdió hasta la cabeza? Ahora solo y desnudo anímica y económicamente, solamente subía a los transportes públicos, aquellos que antes miraba a través del vidrio de su coche. El viaje era más tranquilo de lo se podía suponer, todo y esto le daba más voz a los auriculares, hasta que se sentía envuelto por la melodía. Se volvía paranoico y parecía que la percepción que recibía de los hombres y mujeres, ya fuesen jóvenes o maduros, era que eran de alguna secta y que él era la próxima víctima  que se encontraban en su paso. Parecía que todo el mundo que le rodeaba, hablaran de él. No se podía mantener sentado y dejando el asiento se cogió sin querer al brazo de un hombre y corpulento. Este lo miró de manera furiosa y con la cabeza mirando al suelo, le pidió disculpas. Quería sentarse otra vez, pero ya no era posible y el trayecto era largo y ahora sí que sería incómodo.
       
              -Dame la mano amigo. – Escuchó desde atrás.

Miró, para observar ahora sí, que la gente lo miraba. Todo por haber cogido del brazo al hombre corpulento, estos se reían por debajo de las manos. Todo eran risas y mofas, se quería bajar y coger el siguiente o ir caminando. Todo va llegar un punto, de cuando era a mitad de camino y comenzaba a nevar, tuvo que tomar una decisión. Ya no era la prepotencia de tiempos pasados, era por tener ganas de llorar y no tener a su lado, como si fuese un niño, a su madre. Qué más daba, sin pensarlo mucho apretó el botón del aviso de parada. Volvió a echar la mirada atrás y las miradas caían sobre él. Solo fue un minuto eterno y con los ojos sollozos se abrieron las puertas mecánicas y respirando el gélido aire, se bajó. Casi le pellizca el trasero cuando se cerraron. Volvió a respirar, sintiendo dentro de sí una fuerza de libertad. Arrugó el billete, tirándolo al suelo. No podía imaginar que pudiera adivinar el futuro, sin más este se había vuelto caprichoso, haciendo de él un poco o mucho. Pero al menos persona, al menos alguien para él, aunque no sentía el mismo respeto.

¿Era respeto lo que había sentido hasta entonces? A saber. Solo tenía unos empleados a sus órdenes, ¿pero amigos? Él sabía que los amigos que verdaderamente valen la pena, no se compran ni se les ordena. Son como las mujeres, las hay que solo buscan el dinero o el deseo. Pero el amor de verdad, quién sabe la que lo busca con sinceridad.

La nieve empieza a entrarle en los pies, el frío se hacía cobijo en su cuerpo, fumando un pitillo pensaba que se iba a calentar y sus nervios amedrentar. Miró y miró, viendo cómo pasan los minutos y no pasar otro por esa parada. Tuvieron que quedarse los pelos de su cabeza congelados, antes de que hiciera paso uno nuevo. Aunque no tenía el mismo número y tampoco la misma dirección, se subió sin preguntar destino alguno. Era ya la hora de comer y este iba más vacío, cosa que aprovechó para encontrar sitio, descansar, soplándose las manos. Era enero y solo me acuerdo de que era laborable. Qué más da lo demás, quien busca o que busca uno cuando viaja. Quien sabe, los hay que buscan algo más que un simple transporte a algún lugar. A lo mejor y dejándose llevar otra vez por la música miró, una mujer más o menos de su edad, que leía uno de los periódicos que regalan al subir.

No le hacía caso y solo deseaba que llegara la primavera a su corazón. Observó en sus manos un anillo que le comprometía con otro hombre. Giró la vista, viendo su partida perdida se volvió a dedicar a mirar por la ventanilla, una y otra vez, pero eran horas de estar en casa y había poco tráfico. Solo él y alguno más, viajaban en el mismo. Solo él y alguno más, sería que igual de solitario. Ahora con el corazón roto, había pocos o al menos que lo dijeran. Porque ese sentimiento se lleva dentro y no se aflora, como no sea en una decisión que no se evita.

Llegó al final del trayecto y el conductor, le invitó a bajar. Pero muy educadamente, le compró otro billete. Este se quedó sin palabras y accediendo con un ligero movimiento de hombros, se lo dio en mano. No dijo nada, pero seguro que pensó. Ahora, lo que pensara no se sabe, solo se sabe que Jaime tenía asegurada una hora más de camino. Pero no iría para casa, porque ésta la tenía perdida. Solo su exmujer tenía derecho a entrar. No se puede imaginar, como hubiera sido su vida si no se hubiese cruzado con  ella. A lo mejor, seguiría caliente en su hogar. Es difícil creer, que nunca quiso mujer alguna. Pero ella se presentó y no le pudo decir que no. Le entró en el corazón con el permiso de un solo día y se quedó durante cinco años, anidando en él un polluelo, que no puede olvidar ni quiere.
La carretera se empezaba a helar, se veían los surcos de los neumáticos en la nieve, que como si fuese un tocadiscos y ellos fuesen las agujas de una canción  que parece que nunca termina. Los habitantes de la ciudad que atraviesan, seguro que se recogen en sus casas con sus familias. Los ojos se les humedecen, pensando en su hijo, solo en el pequeño. En aquel con el que tendría que estar a su lado y que ella no le dejaba ver. Aquel que le despertaba por las noches y su exmujer le daba el pecho al pequeño. Recordaba entonces, como observaba en silencio, como tomaba la leche materna y como sus pequeños dedos intentaban sujetarse al pecho, de la entonces era su pareja. Seguía circulando por la travesía, el conductor lo miraba de vez en cuando por el retrovisor. Viéndose extraño, extraño de ser cómplice de Jaime. No podía invitarle a bajar, es más, sentía como una especie de empatía hacia él. No podía dejarle a su merced, con el frío de un día de enero. Ahora recuerdo que era  por navidades y las luces todavía atravesaban colgadas, las calles de la ciudad. ¿Qué haría por la noche? Cuando sintiera el calor de estas fiestas y escuchara a los demás niños. Escuchara sus risas y se imaginara sus sueños.

Diciéndole que no se enfadara, le indicó que se bajará. Que lo sentía mucho, pero no podía dejarle viajar más. Le faltó poco para abrazarle al mirarle los ojos y cuando se alejaba, escuchó una voz rota, que le decía Feliz Navidad. Ya no podía recordar a su madre y a su padre, como eran estas fechas para los tres. Al ser hijo único, gozó de todos los mimos y todas las atenciones, para él solo. A lo mejor por eso, había llegado a ser tan prepotente y también por ese motivo, había perdido todo el amor y todo el cariño. Era fácil quedarse mirando los escaparates, que con tanta atención enmarcan y envuelven al corazón más helado, volviéndolo lleno de aquello que parece perdido para toda la vida.

Las campanas de una iglesia cercana, dieron las seis de la tarde. La noche estaba a punto de caer y él sin cobijo, no quería pensar y solo quería olvidar. Tenía móvil, cierto. Pero solo para escuchar música y ver la hora. No tenía saldo, no podía hablar con nadie y nadie tenía ningún interés en llamar. En darle una sola oportunidad, porque todo aquel que le rodeó, era solo por puro interés. No sabe si hay alguien pensando en él, no sentía ni abrigo ni cariño. No besaba a ningún ser querido desde hace años, porque aquellos que simplemente quería, eran sus padres y estos hacían un tiempo que ya habían marchado. No sabía, no se atrevía en decidir. En tomar la decisión de irse con ellos, en dejar el mundo, un mundo solo movido por el interés de todo aquello que mueve la hipocresía y la codicia.
Paseaba sin destino y sin darse cuenta, yendo con sus pensamientos un coche le arrolló. Le arrolló de muerte, solo sentía una voz tenue. Una voz de una enfermera, que le hablaba mientras le miraba sus heridas. Abrió los ojos y al verla, abrió el corazón con una sonrisa. Era muy guapa y atenta, solo escuchó que le decía…
        
                   -Has tenido mucha suerte.

       Asintió con la cabeza y varios días fueron de estar en el hospital, varias fueron las visitas de la enfermera. Cuando le preguntó, donde vivía. Él solo pudo decir la verdad y esa era que vivía en la calle. A lo que ella respondió…
        
-             -    No te preocupes, si quieres dejar la calle te ayudaremos.


Era el primer hecho desinteresado que recordaba, sintió una ola de calor dentro de su alma y esta la recogió con alegría. No volvería a ver a la dicha enfermera, pero siempre se acordaría de ella y ahora, ahora empezaba para él una nueva vida. Una vida donde hay que abrir más el corazón y no ser tan prepotente y tan egoísta. Tan hipócrita y ser merecedor, merecedor de ser feliz con alguna compañía.

jueves, 3 de noviembre de 2016

                                              Amanece y desvanece   


El agua del mar, arrastra parte de la arena de una playa española a lo más profundo de su interior.  Barcos de hierro y de madera, se ven a lo lejos. Estos descansan, pero no se acercan demasiado, tienen cosas que ocultar y que no deben de ser descubiertas. En ellos no ondea ninguna bandera, el mástil está desnudo. Solo son tres, las naves fragatas y desde la costa de Cádiz,  el vigía los avista y da la voz de alarma.  Todos en sus puestos, no se sabe a lo que vienen. Muchos cañonazos han recibido ya y muchos son los ataques, como para dejar de estar prevenidos. ¿Pero estos barcos que traerán, cuando recogen en silencio las velas? Solo el viento puede hacer que esto cambie, solo el Sol o la lluvia, puede hacer que los tripulantes fantasmas, recuperen la sangre. ¿A quiénes pertenecerán? ¿De dónde serán nacidos? A lo mejor no son de nadie, a lo mejor son del mundo.

Son del mundo, porque no tienen ni patria ni madre. Son del mundo, pero eso no significa tener el derecho de recorrerlo. Ya que con maldad y sometimiento, las bodegas van llenas de esclavos. Esclavos negros que ansían recuperar la libertad maldita, para sentirse otra vez como halcones en la noche. Solo unos pequeños animalillos conviven con ellos, en los oscuros espacios de unos barcos de la época. Todo era por fuera limpio y sus hombres de diferentes lugares, con ademanes un poco bruscos. Bruscos son aquellos  que son mercaderes de seres humanos, de personas que por su diferente color, ya están marcados. No sabrán nunca lo que es otra vez la libertad y todo por ser un poco más oscuros.

Todo merece un respeto, eso es cierto. Todo menos aquello, que nos rebela y nos hace defender nuestro propio yo. Mercaderes quizás, solo compran y venden. Ellos no son ni piratas ni bucaneros, no son ni ladrones ni sicarios. Solo son eso, hombres. Hombres libres con el torso desnudo, como su corazón y su mente.

¿Qué será de ella? Mi patria es el mundo y todo aquello que le rodea, ya sean ríos o árboles, todo ello es un regalo que merece ser preciado y no tiene cabida ni la venta ni la posesión. ¡Ay! Qué será de mí, cuando yo ya no tenga fuerzas para luchar. Qué más da será, si la dicha o la bondad no reinan en nuestros corazones. Yo ya no seré para luchar ni pactar al ritmo de una música estridente, ya sea melodiosa o agresiva. Qué más da, yo ya no podré decirle al corazón lo mucho que me quiero. Qué más da, si soy una rata, un mero roedor. No sé porque doy tanto miedo y la gente corre asustada cada vez que me ven. Sé a ciencia cierta, de que dicen que llevo conmigo la peste y que no soy bien recibida en ningún lugar. Pero es que del barco no puedo saltar, no puedo, no sé nadar.

Dos segundos de aire,  es lo que pide el reo, dos segundos para respirar el aire enrarecido de la prisión naval. ¿Quién está más encarcelado? El preso que ansía la libertad o la rata que no puede salir de la misma nave. Sí señores, algunos vivimos en cárceles de oro. Tenemos la libertad, pero no la aprovechamos. Tenemos miedo a salir y nadar hacia la orilla. ¿El motivo? Pues no se sabe, a saber. El hecho es que también queremos y no podemos. Lo nuestro es una prisión mental. Al menos el preso sabe que tarde o temprano echará sus alas a volar y de él depende volver a ser encarcelado. Lo nuestro, lo de algunos es romper el muro que representa la fobia y la ansiedad. ¿Quién de los dos vive en más libertad? ¿Quién de los dos se siente más libre o disfruta y es más feliz? Yo no digo que no, pero dar vueltas alrededor, dar círculos me da la sensación de tener que roer la madera. De morder y morder, arañar y arañar, hasta que el agua penetre y provoque una situación límite. Esa situación, en la que el reo es liberado a su destino, que probablemente sea el de la muerte. Tener la suerte de poder contarlo. ¡Ay! Aquellos que no puedan, los que no sepan nadar hasta la orilla.  Nosotros podemos ser felices en nuestras cárceles de oro, al igual que un pájaro cantor. Ellos no paran de cantar y están encarcelados. En jaulas, para la admiración de otros o de nosotros mismos. Quien no desea volar a cielo abierto y sentirse libre, libre y lleno de gozo. Tenemos que hacer un esfuerzo y conseguir unas pequeñas metas, que para nosotros son grandes pasos. No todos podemos salir y sentirnos completamente libres. Hay muchos que no pueden y se sienten pájaros cantando en sus jaulas.
Paredes de madera y un ancho mar, es lo que nos separa de la libertad. Pero uno piensa en la proa, ¿para qué saltar, para qué salir?   ¿A dónde voy? Hay muchos caminos y uno de ellos es el de no andar, es el de no caminar y quedarse avanzando sin salir de la bodega. La mente es muy poderosa y puede viajar, viajar sin rumbo predeterminado en busca de esos dos segundos que nos hacen libres. Libres y sentir el vértigo como el que se lanza en el aire. Un aire limpio, limpio y puro, que nos hace volar. Dos segundos por favor, que quiero sentir mi alma volando en libertad.

¿Porque lloras? Me preguntan desde a lo lejos, desde donde nace el silencio y todo está en calma. Lloro y lloro, porque soy un simple roedor. No puedo hacer más que roer y comer, pegarle mordiscos a las manzanas que hay ahí, al lado de los barriles de agua. Yo no soy como tú, ahí encadenado y ajusticiado, por algo que no has hecho, ¿verdad?

Eso no lo sabes, pero no lloro y soy fuerte, aunque se me caigan los dientes de tanto apretar la mandíbula. Pero apreto   que conste, solo por rabia y desesperación. Todos los de arriba se sienten felices, felices y libres. Trabajan como marineros de un capitán del cuál no saben ni su rostro, ni su imagen ni su nombre. ¿Quién puede ser tan cegado? Para seguir a alguien con quien ni siquiera has hablado, quien te da las pautas de un trabajo. Un trabajo pagado con agua y comida, nada más. Ni monedas ni piedras preciosas.

Se acerca un galeón español, lo sé porque en lo más alto, en la vela mayor. En la punta está ondeando, una bandera que es la de España y no es pequeña. Se debe de ver desde a lo lejos, será para advertir de su presencia. Se acerca y se acerca.

–          Rata, roe la madera y deja de hablar y de mirarme. Que tus dientes no pueden con las cadenas que me atan y me será imposible escapar.

Como tiene que ser el amanecer de sombrío, cuando la niebla apaga al Sol. Los esclavos no saben si es de noche o es de día, no hay ni camas ni ventanas. Solo el frío y húmedo suelo de madera, anclados como bestias, encadenados por el mero hecho de haber vivido en una zona virgen. Cuanto tiempo pasará, a lo mejor solo unos mil años. Para que sean considerados personas. El barco español se acerca, ellos son tres naves de comercio “ilegal” de esclavos y el galeón lleva en sus laterales, cañones preparados para enfrentarse a cualquier situación. No ofrecen resistencia, pero tampoco quieren ser capturados.

El día apunta alto y con calor, además de la tensión. Por fin se ve al capitán, al que manda en las tres naves y el principal responsable del sufrimiento de aquellas pobres almas que esperan en el interior de los buques. No hay pájaros, no hay gaviotas en el mar. Solo pena y dolor, de aquellos que son como son. De un color diferente y de un lugar diferente, que no los hace menos e inferiores. Pero es que en aquellos tiempos, cuando todo se medía en el poco saber. Hacía de ellos una mercancía barata, menospreciada por muchos y odiado el sistema por algunos. Era muy normal y todo aquel que se preciara, tenía a su orden más de uno. El día sigue avanzando y el galeón toma posición, bajando una barca se acerca a una de las tres. Que parecerá, si digo que yo me escondí detrás de un barril lleno de vino. A lo mejor fue el olerlo, lo que me llevó a ver cómo les ofrecían a los españoles unas cuantas monedas, cómo también unas de las más bellas mujeres.

El visitante le dice al capitán…
-        --        Están en costas españolas con mercancía ilegal, no puedo dejarles marchar.
No se lo pensó dos veces ni le miró a los ojos, haciendo el que se vuelve para atrás, gira entre sí mismo, para asestarle una puñalada. Aquellos marineros de la barca, intentan cargar los mosquetones. Pero los hombres de la nave, ya los dejan muertos de varias cuchilladas, saltando a la barca y haciéndola hundir. Suben rápidamente y despliegan las velas en un intento de huida. Todo ello hace que pase la mañana y la tarde acecha con el solo poder absoluto del galeón.
-        
      -          ¡Rápido! Soplad si hace falta, pero tenemos que largarnos.

Como cruzadas en el viento, surge una tempestad. Llueve, llueve y relampaguea. Haciendo que la noche que ya nos alberga, se vuelva de  día un momento, permitiendo ver como haces de luz, a todos aquellos que nadan. Ya sean amos o esclavos, da igual, el mar no conoce de clases y se engulle al más pintado. Cómo será la mañana enfrente de la orilla de la playa. El viento de levante, trae consigo la renovación de un aire apestado por la crueldad de unos semejantes y que no escaparán de la condena y de la prisión. Huelen la muerte muy cerca y deciden tomar una respuesta, que es hundirse con los esclavos atados de pies y manos. No solo gritan ya las ratas en el interior, si no también aquellos que ven acabar su sufrimiento y encarcelamiento. Un estruendo, como un cañonazo y los barcos ya están inclinándose a un lado. El agua sumerge a todo aquello que es con vida. Las ratas ágiles corren y trepan hasta donde el agua no llega, los pobres que están en el interior, al estar atados no corren la misma suerte. Solo aquella que narra se salva, llevándose en la memoria a aquel con quien mantuvo la conversación. ¡Todos muertos!

Rocas que quiebran el casco de los barcos, rocas que miran impasibles, el perecer de la tripulación. No tienen salida, es la muerte o la condena. No tienen escapatoria, es la orilla o lo infinito del mar. Ellos eligen el infinito, prefieren morir de sed que morir en una fría y húmeda cárcel del castillo.

–          Pereced – Dicen a lo lejos, desde el borde de la orilla.

No salen los negros, no salen porque no tienen escapatoria. Solo una hilera de ratas, más grandes que conejos, nadan ellas sí, hacia la costa. Esto a lo mejor le llega hasta a los mismísimos Reyes. La noticia se escampará por todo el país, se hablará y se pasará de boca en boca, haciendo que esta sea tergiversada de una manera brutal. Yo solo cuento lo que vi y como lo viví. Una simple rata de barco, pero un poco de respeto que yo no voy por las cloacas. Yo voy por sitios y lugares más preciados. Yo no llevo la peste, solo llevo el mensaje de aquel que podría haber sido mi amigo y que se ahogó, justo cuando ideábamos un plan. Podría haber roído la madera, pero no tuve tiempo y solo conseguí arrancarle un “hasta luego”. Quién sabe, yo creo que pereció. Muchos fueron los cuerpos sin vida que encontraron dentro y muchos fueron arrastrados hacia la arena. Quedando los cuerpos inertes, como si fuesen estatuas de cera. No podían hablar, pero cada uno de ellos, explicaba con su rostro una manera de morir.