Los
hermanos Ivanov
¿De que fueron
víctimas, de que fueron culpables? Nadie lo sabe, solo se les recuerda desde
las estepas rusas hasta los prados verdes de Crimea. No había centinela que les
mantuviera en sus celdas, ellos siempre encontraban la manera de escapar.
¡Sorpresa, sorpresa! Era lo que se encontraban los guardias, de madrugada. Solo
una puerta de rejas con la cerradura forzada
y un compañero desvanecido, ahí en el suelo.
Como fantasmas en
la noche, robaron dos caballos y cabalgaron en silencio sin levantar sospecha
alguna. Solo las estrellas eran testigos del hecho y eran sus guías, para poner
tierra de por medio. Cuando levantó el Sol y éste apuntaba desde lo más alto,
ellos dos se encontraban ya lejos de los inviernos helados de Siberia. Dos
hermanos, dos personajes de delincuencia que no eran fácilmente reconocidos. En
aquellos tiempos, los dibujos no reflejaban el verdadero carácter de ninguno. Caballeros y
doncellas, eran en el medio mundo lo que reinaba. Pero el verdadero sentido del
querer, estaba olvidado. Como saber, cuando era por hecho o por derecho. En uno
era los papeles y los bienes. En el otro eran los sentimientos del corazón, los
que llevaban a pasar el umbral del simple cariño.
Los dos, gemelos
y con parecida voz. Se podían desdoblar y aprovecharse de la situación, con
damas de más o menos estampa. Los dos se reían y sus mandíbulas se abrían en
una carcajada, mientras las señoritas lloraban desconsoladamente por haber caído
en tal ruin juego. Eran unos caraduras,
además de unos ladronzuelos. Capaces de entrar por la puerta de atrás, en
alguna de las fiestas de la sociedad y salir por delante, bajando la escalinata
de tal casona. No sin ir bien acompañado, con alguna dama a la que rendirse por
una noche, haciéndoles perder la virginidad con cualquier promesa o gesto que
ellos decían ser “sinceros”.
Todo funcionaba a
la perfección, en muchos casos, la cubertería de plata era ya meramente
substraída y vendida por unos dineros a según qué personas. Unos rublos que les
venían ni al pelo para seguir disfrutando de un tacto con las damas, que se
mezclaba con la juventud de los dos. No sobrepasaban los veinticinco años y ya
eran buscados en varios territorios de la antigua Rusia. Ivanov, Ivanov.
Ese era el apellido de los gemelos, de cuál nombres no me viene a la memoria
ahora. Viajaban y viajaban, hacían de colarse en los trenes, una verdadera
diversión, como si fuesen unos niños ajenos al civismo y a la educación. Hacían
del viaje toda una burla y una diversión. Bueno, esto último lo disimulaban en frente a
las señoras ricas, que se le ponían delante. Se colaban en las
reuniones y en las fiestas, no sin antes cerciorarse, de que podían hacerse
pasar por cualquier otro invitado que no podía asistir.
“Válgame Dios”,
dijo una de ellas. “Vámonos corriendo”, dijo uno de ellos. Con pies para que os
quiero, se marcharon una vez reconocidos.
Los dos ladronzuelos, se escapaban de dos bellas mujeres al ser señalados por
la primera. En las alforjas de los caballos, todo lo de dentro era lleno de
plata ajena y todo lo que también pretendían era robar dos corazones femeninos.
Dos corazones, a los que añadir a la colección de una larga tarea y para los
dos hermanos, divertida. Qué más da, si era joven o princesa, lo que miraban o
hacía de sus atenciones, era el dinero o la casa a la que pertenecían.
Pasaron algunas
lunas y algunos soles, algunos amaneceres despiertos hasta que las campanas
replicaron y la primavera llegó al corazón de uno de ellos. Una bella dama, no de estirpe
ni dinero. No de estudios pero sí de orgullo bien planteado. Encontró en uno de
ellos a un hombre bien plantado, del que hacer con él largos paseos. Largos y
continuos en sus salidas, algunas de ellas nocturnas. Pero no por ello de
alcoba, eso se lo dejó bien claro. Quien podría ser de los dos, quien podría
haber caído en algo tan simple y tan difícil de encontrar, como es el amor. Quién
podría haber rejuvenecido y salir herido a la vez. No por bala, no por daga.
Sino por un corazón que necesita de abrigo y cariño. Se lo dejó bien claro,
necesitaba ayuda, ya que era fácil en constiparse y caer en cama. Pero eso no
le importaba, solo deseaba acompañarla en sus días buenos y en sus días malos. Todo aquello del
juego de los bailes, pasaría a la historia. Por una vez y la única, se había
comprometido sin haber cumplido los treinta. Como decírselo a su hermano, todo
era ocultado, todo era enroscado de tal forma que no había manera de ser
descubierto.
¿Para quién es
ese mensaje de amor? Esa carta cerrada, pero no lacrada. ¿A quién pertenece? Si
viene y no es el cartero quien la entrega, ¿a quién pertenece? El más mayor de
los gemelos la abrió, haciéndose pasar por su hermano. Cayó en cólera, al ver
que esta vez no era un juego. Aunque para él, era algo más que el simple hecho
de la asociación lo que estaba en peligro. Cerrando boca, pero maldiciendo por
dentro, se acercó a tomar un vaso de vodka con su querido hermano. No se dio
cuenta y en uno de sus gestos, la carta fue al suelo. No se sabe si fue el
color del papel o su perfume, lo que le delató. Éste le miró fijamente, en sus
ojos se veía al mismísimo diablo. La recogió del suelo y al abrirla, no eran ya
solo sus ojos, sino todo él eran auténticas llamaradas, de cómo tenía encendida
la sangre. Quién lo iba a
decir, después de tanta carrera y tanto poco sentido del amor y del respeto.
Uno de ellos, el que llegó segundo al mundo, sería el primero en enamorarse de
verdad. No de una señora con nombre o renombre, sino de una que necesitaba
además de cuidados. Que le había abierto los ojos y ver que la vida a veces, se
desvanece y no se sabe respirar cada segundo. Beso a beso, iba cayendo más en su
propia maraña y ya no quería ni robar ni alejarse. Sonreía de una forma, como
si los quince años hubieran aparecido de nuevo y vuelto a la verdad. Lo que es
la vida, le daba una segunda oportunidad. Abrazo a abrazo, ella y él, ya eran
uno. Descubrió lo que verdaderamente es
lo que le hace a uno rico. Eso, eso no es el dinero. Es la compañía de la
persona, esa mujer, ya sea un poco más joven o menos que te agarre fuertemente
de la mano, ocultando su fragilidad. Esa señorita o dama que no pertenece ni
pertenecerá a los altos vuelos, esos a los que estaba acostumbrado tal pájaro.
Que iba a acabar la relación de su hermano, en discusión alborotada en medio de
una de las zonas más concurridas.
Como si fuese un
juego de rol, le venían mal dadas al que era el mayor. El haber salido el
primero no tenía el premio del respeto, ya que nunca él lo había tenido por
nadie. Toda la gente, después de la discusión, conocía la verdadera
proveniencia de los dos. No se escapó del rechazo y del adiós. Nadie le decía
ni quería conversación alguna con él. Todo fue de mal en peor, todo fue lo que
fue, solo el caer desde lo más alto a lo más bajo. Éste una vez descubierto, no tuvo más
remedio que refugiarse en los más bajos fondos y jugándose el dinero, se acabó
de jugar su futuro, llegando a mendigar por un trozo de pan o un vaso de vino.
De verse en lo más alto, bailando con las más bellas damas. A verse recibiendo
puntapiés de aquellos que se habían sentado a su lado o frente por frente
diciendo que eran sus amigos, solo por su dinero. Viéndose en el
lodo y manchado de barro, de aquel que le transformó en el ser lo que era por
dentro. No podía pedir perdón y hundido en la miseria se vio. El hermano, viendo el camino trazado por éste
y viendo las orejas al lobo, escapó con
la dama una noche oscura sin Luna. Sin decir nada y teniendo cuidado, por la
fragilidad de ella. Robó un carromato y callando la boca, se marcharon sin
todavía saber el destino que les deparaba al final de un viaje sin destino. De
la pareja no se supo mucho, solo supieron que el carromato fue quemado, cerca
de alguna zona poblada. Ahí se pierden las pistas, seguramente que ella supo
reconducirlo por medio del amor y del cariño. Éste, a veces se acordaba de su
hermano y recordaba sus momentos felices y sin que lo viera ella y con un trago
de vodka, brindaba pero callaba para no levantar sospecha alguna.
Solo una noche,
sonó la alegría en la casa de la pareja. Fue el llanto de una nueva vida que
venía al mundo. No podía negar que era el padre y lo celebró. El viento quiso
llevarle la noticia al hermano, pero éste ya desesperado por su situación se le
había ennegrecido el corazón. Solo lloró cuando uno de aquellos que eran sus
amigos, le llamó por su nombre y echándole una moneda, le devolvió la sonrisa.
Una sonrisa que no hacía reflejar la pobreza que arrastraba. Sin mujer y sin
casa, le había gustado tanto el juego y la risa, que las carcajadas habían
quedado atrás en una memoria destrozada por la bebida.