lunes, 1 de agosto de 2016

                                                  La bóveda del diablo

Ríos pantanosos,  tierras quebradizas. ¿Quién será el osado que entre? A saber. Quien sabe realmente si sabe la verdad o todo es un cuento o un simple relato. Yo solo escribo y dejo deslizar mis dedos sobre el teclado, con la música de fondo, me dejo llevar por lo alejado. ¡Lejos! Sí, pero también muy cerca, tan cerca que me abraza desde la distancia.

Está oscuro y no llevo más que una vela. ¿Quién me habla? Será alguien de la posguerra, aquella que lanzó a la pobreza a la mayoría de estas personas que se vieron envueltas en aquel trance. ¿Qué tiene que ver? Yo solo escribo y escribo, solo sé que la situación es amarga, pero su sabor dulce. Dulce como la mismísima muerte, esa que llega y te lleva o solo te lanza al vacío de la vida.

No hay nadie más valiente, que aquel que se empuja a sí mismo a lo desconocido y es que qué es más atractivo, aquello que conocemos o lo que nos hace vivir por unos instantes de manera diferente.
Voy adentrándome dentro de la bóveda y solo veo como final un abismo,  que te lleva al mismísimo infierno. ¡Arderás!  Escucho una voz que resurge de las paredes rocosas. Ríos pantanosos, el agua me llega hasta la cintura, pero sigo caminando. La vela llora y me quema las manos. La vela quema y me hace arrojarla, quedándome en la más absoluta negritud. Mis ojos quedan ciegos y solo camino sin guía, no hay nadie. Ningún murmullo, ninguna risa de aquellos que son adentro o al menos me lo imagino yo. No es como en las películas, aquí no hay murciélagos ni jorobados haciendo rodar una rueda. Solo un silencio húmedo, que me hace temblar las piernas y a mi edad, incluso me hace sollozar los ojos. El pulso va rápido y cada vez se acelera más. No hay nadie, ¿Qué valiente me ha hecho entrar dentro? Me gustaría tenerle enfrente, para darle su merecido. Pero no, no veo ni el abismo ni ninguna cascada. El agua me sigue subiendo y ya me llega a los hombros, no puedo retroceder. No por quedar como cobarde, sino porque no sé el camino. No sé porque hace rato que ando perdido y sin saber dónde está el norte. Estoy a punto de perder el conocimiento y eso me hace estar alerta, ya que si ello ocurriera, sería mi muerte inmediata.  A donde iría, a donde me dirigiría. No puedo más y caigo, caigo como sumido en un sueño.

¿Solo es un sueño o estoy muerto? No me elevo, voy como en una barca egipcia. Lleva remeros que saben los caminos, pero no son personas de carne y hueso, solo una intensa luz les conduce a un lugar donde el agua descansa y bordea una pequeña orilla. Me hacen levantarme, me hacen andar, pero sin agresividad ni malas maneras. Solo me invitan a seguirles a algún lugar oculto y que solo ellos conocen. Que será de mí, pienso dentro del sueño. Bueno, del sueño o de mi misma muerte.
Aquí no entran aviones y ni las ratas se atreven, ¿soy valiente o solo soy un estúpido más, que se ha dejado llevar? No hay nadie más, yo sigo en mi sueño o estoy flotando en las turbias aguas de la bóveda. Quien lo sabe, a lo mejor escribo mientras duermo la siesta en la habitación. Quién sabe, solo sé que mi cuerpo es mi casa y esa es la que más debo proteger, porque en ella se encuentra mi alma.
Llegamos a una especie de charco, rodeado de velas posadas en la piedra rocosa, del circular charco. Se alejan los que me acompañaron, se alejan y me dejan sin luz, pero un resplandor resurge del agua turbia. Como una serpiente con alas pequeñas, me habla y me pregunta, el porqué de mi presencia. Todo ello no me hace despertar, solo siento el pulso cada vez más acelerado. Me ahogo, me falta el aire y la serpiente se impacienta y sus alas crecen, como si fuesen cambiando a un rango superior.
Yo no sé qué hacer, no puedo correr, no puedo despertar. Qué será de mí, solo deseo ver el Sol, pero ese o eso me parece que no está a mi alcance. Solo cuando mi cuerpo expire de verdad, será cuando sabré a lo que me ha llevado mi valentía.

A  la serpiente le sale un cuerno en la frente, es grande al igual de hermosa. Pero ella me dice ahora que yo me calme. Que me dará una oportunidad y si acierto un acertijo, me dejará salir. Si no, seré en la bóveda por una sola eternidad. Yo le pregunto, cuanto es una eternidad y ella me responde, que en este lado del mundo no existe el tiempo. Que todo puede ser un instante o puede parecer un sueño.
Me pregunta como que estoy vivo y no estoy ahogado, flotando en las aguas pantanosas  de tal sombrío lugar. Yo me quedo con la duda, pero silencio mi voz, por miedo a no saber la respuesta. No sé responder y eso al pasar ese instante, me despierto y me veo andando por las aguas pantanosas. Solo me miro las manos y no sé si es una quemadura por la vela que llevaba y alzaba o ha sido la serpiente que me ha señalado. Quien lo sabe, a lo mejor ha tenido compasión de mí. Aunque me sorprende su hermosura y el poder que albergaba. No sé si fue que vio la quemadura de la vela en mi mano y eso me ha salvado o quizás quien sabe, todo es quizás. Pero ahora sigo caminando y el agua ha bajado de nivel y veo al final una salida, donde el agua cae en cascada.

Solo cuando estoy fuera, solo cuando por fin el Sol me calienta la cara, me fijo y veo que el agua es de color rojiza, pero no veo cuerpos de personas y es qué ¿quién es tan valiente o tan estúpido para entrar en ella, con la única luz de una vela?  Una vela blanca que me dejó no solo el dolor momentáneo de la quemadura. Sino una señal visible, que seguro hizo retroceder a aquel que se hace llamar “diablo”.

Ahora estoy seguro de estar despierto, despierto y relajado, con el pulso ya normalizado. Subo colina arriba e intento alcanzar ahora el Sol, pero este sí que me ciega con su intensidad. ¿Dónde estará mi lugar? Solo al final lo sabré, solo cuando de verdad abandone mi cuerpo, sabré a dónde pertenezco. De mientras todo solo son conjeturas.