viernes, 29 de abril de 2016


                                               Petunias blancas.

Camino entre un jardín de petunias blancas, las voy rozando con las manos mientras canto una canción. Una canción, una oda al amor. Al amor puro y sincero. Respiro, respiro y aspiro y me llena de gozo y de alegría mi interior. Soy muy joven y todavía creo en los príncipes azules y que quien sabe si algún día, alguno rondará mi balcón. Un balcón de un piso pequeño, aunque a mí me parezca un gran castillo. Con torreones y almenas, con galerías y escondites, donde poder perderte entre sus sombras y sus sueños.
Guitarra en mano, me venga como un trovador de un juglar y me ronde y me llore, me llore rogando mi perdón. Mi perdón por querer robar mi corazón, un corazón qué hoy en día sigue sin dueño y qué tardará en tenerlo. Ya que no creo que haya truhan ni tenor de merecerlo ni estudiante en conocerlo.

Camino y salto, a la vez que me agacho a sentir el olor de esta pequeña flor. Flor que me envenena de sentimientos amorosos el corazón. Un corazón todavía inexperto y todavía sin forjar por los desengaños, esos que hacen daño. Lloro, lloro pero no por tristeza, sino por la alegría de tener todavía mis nubes. Mis nubes y particular cielo, que se llama esperanza. Esperanza de cuando aún todavía no se sabe el sabor de un beso sincero, el sabor y el olor que embriaga el corazón, un corazón todavía dormido por mi niñez.
El suelo es de piedra, pero emergen de las jardineras las flores del bien, unas flores que mi madre cuida con el máximo respeto a su naturaleza. El suelo es de piedra, pero entre ellas nacen, lo que llaman malas hiervas. Esas que dice mi padre que hay que cortar, que hay que cortar desde raíz, para que no crezcan más. Aunque para mí, a mi corta edad ya me parece imposible.

No en barro, no en arcilla se encuentran. Son en pequeñas jardineras dentro de un invernadero, relucen sus blancos pétalos y no corre aire, como no sea de la puerta que tengo medio abierta. Corro, camino, salto, juego en mi invisible lugar de recreos. Soy muy joven, para ciertas cosas y muy mayor para otras. Pero lo que es seguro, es qué todavía soy una niña. Una niña no de tirabuzones pelirrojos, aunque tenga mis pecas. Mis padres, me cuidan y me miman, dejándome entrar sola en el lugar preferido de mi madre. Simplemente no tengo que tocar las flores, aunque ganas me entran. Tengo que seguir lo prometido o me cortarán las alas invisibles, esas que me hacen volar en mi aire y espacio especial.
¡ Dardos envenenados, abejas asesinas es lo que salen desde el invernadero vecino! Intentan entrar en mi jardín de petunias, quieren dañar mis preciadas flores, pero les cierro la puerta.

Aguijones malintencionados intentan polinizar las flores, para que estas siembren la semilla del Diablo. ¿De dónde han salido, las malditas que no se cuentan en número? De qué color son, que tantas son, que forman una sombra.
Las petunias en sí, ajenas al peligro siguen luciendo en plena primavera, su polen y su color blanco. Blanco como pureza de lo todavía virgen. Me niego a que entren y dañen o me provoquen un sinfín de picaduras.

Suena como una música estridente, el zumbido de estas. Un zumbido que hace poner en alerta a mi madre, que sale por el portal. Asustada, me dice, me grita, que no abra el invernadero por ninguna causa. Alterada, la veo teléfono en mano. Pero la duda le asalta, ¿a quién llamar, a quién pedir ayuda? El vecino de al lado, parece no estar y las abejas vienen desde su lugar. No son las preciosas flores lo que más le preocupa, si no mi propia vulnerabilidad a aquello que me acecha. Que hago, donde me protejo. La puerta la mantengo cerrada, aunque se estrellen contra el plástico transparente, no pueden entrar. Algunas empiezan a desfallecer y deciden tomar un camino diferente llevadas por el viento.
Su propietario llega a casa, alterado y en disputa se discute con los de su alrededor. Algunos llaman a la policía local, otros a la ambulancia preocupados y angustiados por las sendas picaduras que inundan sus brazos y piernas. Él lleno de soberbia y ego, hace alarde de saber controlar una situación que parece incontrolable. No me gustaría estar en su piel, por mucho que no muestre picadura alguna. La policía al llega,  fumiga y adormece a estos malditos insectos voladores y hace imperar la paz vecinal. Santa madre, me viene y me abraza, mirando y remirando mi cuerpo. Suspirando al ver, al observar que no hay nada que curar. Solo y solamente ahora, gira la cabeza y le lanza una mirada al propietario. Me hace volver a casa y ella a paso rápido se lanza en discusión con él. Los de la  Ley los separa y lo tienen que custodiar hasta que entra en su casa. Todo queda pendiente entre acusaciones y denuncias, por aquellas diminutas pero que en número son bastantes atemorizantes y peligrosas.

Una noche más dormirán las flores, una noche más de primavera en la que el polen tendrá que volar a través del aire. Todo queda tranquilo y camino en dirección a la salida, cuando algo llama mi atención. Que hace una mariposa como tú, aquí dentro de esta pequeña flor. Con qué colores más bonitos has pintado tus alas, se nota que ha llegado la estación más alegre del año. Que haces hablando o insinuándote a una abeja, no ves que es peligrosa. ¿ Cómo se ha colado esta? No lo notas, no lo ves, solo decides despertar tu deseo natural. Aunque sea antinatural o quién sabe. A saber.
Esta es fuerte, pero solo flirteas con ella y es qué más no puedes hacer. Ella observa tus alas coloreadas y da un zumbido con las suyas. Llora a polen rompido la flor, tiembla y se le estremece el tallo al ver que ella no puede ni andar ni saltar, ni correr ni volar. Hace de mera espectadora, mientras del polen hace de testigo de cargo y vuela alrededor de las dos. No me acerco, por miedo, por temor a qué me pique. Pero la mariposa, se muestra como en un cuento de hadas y tiene por completo hipnotizada a su nueva amiga. Apago las luces y solo dejo aquella que no puedo apagar, que es la Luna, que manda su reflejo.

Me marcho, las dejo a las dos y callando boca, me voy a cenar. Seguro que me despertaré a medianoche e intentaré observarlas.  Quién sabe, si esta diminuta abeja que ha conseguido entrar y se pega el festín y como buen truhan o tenor, después con el primer rayo de Sol, se escapa y le cuenta a su Reina su andanza.

domingo, 24 de abril de 2016


                                                          Vida

¡Hey! Miedo. No te acerques a mí de esta forma que tiemblo, nada más escuchar tu nombre. ¡Hey! Miedo. Dime quién eres, para acercarte a mí y provocarme tal sofoco. Déjame escuchar la música del piano, ahora que me encontraba tranquilo y sosegado. No tengo que salir por nada ni por nadie en concreto. Me encuentro dentro de mi interior, como un polluelo se encuentra dentro de un huevo, pues así estoy yo. No quiero picotear, solo quiero dormir y arroparme con el plumaje de mis alas todavía quietas. Dormir y despertar dentro de unos años. Ya puede llover, ya puede nevar, que yo me siento a gusto en mi refugio. Como en un fuego a tierra, miro por la ventana. No tengo prisa, para encontrarme la verdadera vida y pelear por ella, día a día. Hasta que una vez anciano, me encuentre sin fuerzas y perezca sin más remedio. Miraré para atrás sin saber si he hecho lo correcto.
¡Qué más da! Redoblan los tambores, suena la corneta. Al final el huevo se ha roto, pero no por mí, sino por alguna mente inquieta. Intentan hacerse conmigo y me rebelo, me rebelo y consigo escapar. Escapo pero tengo frío, frío como un recién nacido.¿ Porqué a mí nadie me arropa con una manta? Nadie me mima ni siento ningún tipo de muestra de afecto. Solo me siento y solo estaré el resto de mi tiempo y vida. Qué será de mí y de mi conciencia, yo solo quiero saber. Pero nadie me habla ni nadie me dice nada, solo siento la corneta que suena desde el cielo. Miro de gatear, miro de andar. Que será de mí, querré aprender y crecer rápido, tan rápido que vea pasar los años, como si fuese en un tren sin paradas. Pero con destino y ese no sé cual es, no lo pone en el billete de la vida

¿Pasará de la misma forma, se pasará algún revisor para hacer constar de mi existencia?
Si tu destino es el mismo que el mío, más vale que nos alejemos. Que sigamos, si es necesario en paralelo. Pero en solitario y sin juntarnos, no sigas mis pasos aunque no tengas más remedio. Intenta dar un rodeo y ya nos encontraremos en el punto de encuentro. Un punto de encuentro, que no creo que sea de gusto y agrado para muchos. Pero que es el nuestro y tenemos que aceptarlo. Por mucho que la cordura o la locura nos lleve a agitar los brazos, nadie vendrá a nuestro encuentro. Porque nuestro punto, nuestra "X" es el sitio que nadie elige, pero que sí que admiten.

No, no intentes abrazarme y menos darme la mano, porque yo seguiré mi solitario camino. Un solitario camino, fumándome un cigarrillo. Para cuando este llegue a su final, estaré en la puerta. En la puerta de algún local o edificio, en construcción o en ruinas. Pero habré llegado y no te esperaré. Entraré, aunque no voy con mis mejores galas. Lo que importa es como eres y quien eres. Todavía no entiendo, como es que tienes el mismo destino, siendo los dos tan diferentes. No sé si me engañas o quieres que yo te siga, para perderme entre los senderos del anochecer. Pero las farolas de la gran ciudad, me guían y solo tengo que fijarme en mis pasos. Mientras apago la colilla, sabré que habré llegado a mi lugar. De qué lugar hablo, dímelo tú que tanto sabes.

¡Ah! Pero ya te has marchado, quien eras entonces si no mi conciencia. Maldita sea, a estas alturas y con esas.
Yo ya no tengo tanto en qué ni en quién pensar, solo en pelear. Solo en luchar por dormir y despertar cada día, como si fuese poco... Como si tuviese una marca en la frente, que me hiciera reconocer o que me reconocieran y supieran que solo soy un espejismo de lo que era y por mucho que haga o diga, es una batalla perdida. Pero yo por tener un corazón y un espíritu rebelde, seguiré luchando para no perder la guerra. Al menos mientras que tenga fuerzas para levantarme, seguiré luchando, aunque sea de manera sorda.

¡Un trueno! ¿Ha sido una bomba o un disparo? Quién lo sabe. No se divisa a nadie ni a lo lejos. Solo estoy yo, mi conciencia me ha olvidado y por fin se ha alejado de mí. ¡Menos mal! Me tenía harto, como si no tuviese bastante con el señor de la corneta. Sí una corneta, que no es lo mismo que una trompeta. Ella me avisa y me alecciona de cuando debo pintar las paredes, esas sí esas que son de hormigón. Veo un agujero en él, de ahí debe de venir el estruendo. Miro y remiro a través de este, pero mi vista no alcanza mucho. Parece como si tuviese una pequeña ceguera, es como si unas ted blanca se hubiera posado en mis ojos, como hacen unas cataratas.
Solo escucho, solo oigo y tanteo el lugar, solo escucho a pájaros cantando en libertad. Una libertad condicionada por el entorno, un entorno en el que las rejas son invisibles y estas dan descargas de corriente. Por eso el estruendo, cuando alguien quiere volar más alto que la pared. No hay edificio que alcance el cielo, los pájaros intentan sin éxito llegar a la parte más elevada. Estruendo, truenos pero no de tormenta. Si al menos lloviera...podría limpiarme la cara y sonreírle a la lluvia. Pero no, el Sol es potente y ninguna nube le amenaza en taparle. No veo, pero escucho alto y claro. No veo, pero tanteo y voy a hurtadillas, colándome hacia el otro lado. Que grave error debe haber en hacerlo, tampoco tengo a nadie a quien responder de mis actos. Solo a mí mismo y a mi conciencia y esta última se ha alejado dándome por imposible. No veo, solo sombras en la plenitud del día.

Escucho los ratones chillar y corretear, la hierba parece alta y tropieza en mi cara, haciéndome divagar en si sigo el camino correcto. Quien lo sabe, nadie va a venir a decírmelo ni a nadie debo convencer de nada. Solo sigo mi camino, en lo que parece un solar derruido por el paso del tiempo, dejando que la vida transcurra como en un río en paz.

viernes, 22 de abril de 2016


                                                            Quien necesita afecto.

Caen las hojas de otoño, llora el cielo por el fin del verano. Ya mismo se hará de noche y oscurecerá. El Sol dejará de calentar y la Luna hará su reflejo. Mi madre me llamará, porque será la hora de en casa estar. No tengo reloj y no quiero, pero el frío me cala en los huesos. Ya empieza a refrescar y habrá que buscar abrigo para seguir en la calle.
¡Quien necesita afecto, quien necesita un abrazo! ¿Puedes ser tú? Puede ser que sea yo quien lo necesite, pero me hago el fuerte y el duro. No lloraré por nada, no lloraré por nadie. Porque nadie se lo merece, nadie es de tan buen corazón y de tanto agradecer, que merezca tal trato. Solo me compadezco yo solo, solo y siempre solo. Por el egoísmo humano, muchos nos vemos solos, pero no hundidos. Qué más da, para donde gire la rueda, la rueda de la fortuna o del infortunio  que nos sentimos agraciados incluso en la más absoluta soledad. Ahora y solo ahora, entiendo a aquellos ancianos que se sientan en el banco y tristes, ven el pasar de la gente. Con el Sol deslumbrándoles en los ojos, son capaces de vislumbrar entre los pasillos de las sombras. A los hombres y mujeres que pasean juntos, con la ilusión de formar familia, familia que se hará en número. Será a lo primero una bendición, el amor que une a una pareja y la llegada de los vástagos, para que después, cada uno de los miembros, sigan su propio camino y su propio destino. ¿Qué será de aquel que no lo haga? En fin….En definitiva, al final nos vemos solos. Ya sea en pareja o uno mismo, acabamos siendo tan mayores que no encajamos en la selva del asfalto. Se nos relega a un puesto, a un lugar, el cual no estamos acostumbrados. Debido a tanta lucha y tanto esfuerzo, creemos que merecemos mayor recompensa y mayor respeto, que la soledad y el estar sentados. Sentados en cualquier banco de cualquier parque. ¿Qué será de nosotros? Llega un momento que pensamos hasta en nuestro funeral. ¿Quién vendrá a despedirse, quien vendrá a mostrar un poco de respeto hacia nuestra persona? ¿Seremos los primeros o  conseguiremos llegar al final del ciclo? No lo pensamos o no queremos comentarlo, pero es así. ¿De quién dependerá nuestro entierro? De un hijo, de un hermano o simplemente de un extraño. .¿Quién nos dedicará un poco de tiempo? Para que nuestra marcha sea honrosa.

Uno puede ya dejar escrito y dejarlo todo pagado,  que si nadie lo gestiona, que será de nosotros. No sé qué pasa, pero no se abraza a los difuntos ni el día de su muerte. Muerte y vida, vida y muerte. Blanco y negro, todo tiene su lado contrario. ¿Podremos ver nuestra propia despedida? ¿Quién vendrá a velar nuestro cuerpo sin vida? Habrá algo después o simplemente seremos de paso y olvidados. ¿Quién pregunta por su abuelo a cierta edad, después de que él, haya estado a nuestro lado desde nuestro nacimiento? ¿Quién es capaz, de no agradecer los minutos y las horas de paciencia y entretenimiento, que ha tenido con nosotros?

Yo me acuerdo, aunque fuese bien pequeño, como si ahora fuese mayor, yo me acuerdo. De mis paseos y el corretear por el parque, mientras él, se liaba un cigarrillo con toda la paciencia del mundo. Me observaba y me sonreía, a lo mejor porque veía su pasado reflejado en mí. Porque para eso ya estaba jubilado y ya viendo su vida terminar, que más gozo que ver a uno de su sangre, su vida empezar. Estuvo a mi lado y su despedida fue rápida, pero clara. No sufrió, porque quizás no hizo daño ni hizo sufrir a nadie. Eso trae como recompensa un adiós sin agonía. Un adiós o un ¡hasta luego! En solo un suspiro, noté como se alejaba de la casa y creí, llegué a pensar que su reflejo se había materializado en el espejo del recibidor.
Lloviera o hiciese frío, mi abuelo siempre estaba conmigo. Recuerdo y recuerdo, como el que ve una cinta de vídeo. Sí, de aquellas cintas que ya nadie se acuerda. Porque en la vida esta, avanzamos con la tecnología y olvidamos detalles de nuestra vida o simplemente, están tan enterrados que no hacemos memoria. Solo deseo y pienso, que alguna vez se me muestre como un ángel y que me muestre el nuevo camino. Espero que tarde por eso, pero que sea así. Porque para mí, sigue vivo en mi recuerdo y mientras sea así, tendré la llama de la esperanza siempre encendida. Sus restos descansan ya en paz y no quiero molestarle ni importunarle, por ese motivo hago mi vida. Siempre teniéndole presente, pero sin llamarle. Aunque yo sé que me observa, porque solo, solo nos separa una cortina transparente que no puede ser rasgada.

 

                           

viernes, 15 de abril de 2016


                                   A la sombra de un olivo.

Los vientos pueden cambiar, pueden venir del Este o del Oeste, de Sur a Norte y pueden ser que nunca susurren entre las rendijas de las ventanas, el sonido de la paz.  Los ecos  pueden venir de arriba o de abajo, del cielo o del mismísimo infierno. Pero es qué la paz no tiene porqué buscarse fuera, solo y solo hay que buscarla el interior de nuestros corazones. Qué tranquilidad y sosiego puede tener el sentir el aire, bajando de las montañas. El estar uno tumbado en la hierba y sentir resbalar este, por el rostro desnudo, sin ningún casco ni atuendo bélico. Unas montañas florecientes por la primavera tardía, por los sonidos de guerra que venían desde sus picos nevados. Hielo y solo frío y hielo, traen las guerras. Frío y temor, por la propia vida. Esa que al igual que nos fue regalada, nos puede ser arrebatada. En un segundo, en lo que se tarda en soltar un alarido, podemos ser en el otro mundo. ¿En qué mundo? A saber. Al igual que soltamos un llanto al nacer, lo soltamos al perecer. Y es que no hay nada más frágil qué la propia carne, pero nuestro espíritu puede ser fuerte, fuerte como una roca.
Desde ahí pueden venir horizontes de cambios, cambios que nos demuestre que todos, sí todos, tenemos sentimientos y sollozamos a la pérdida de algún hermano. Entonces yo me pregunto, si todos somos lo que somos, porqué nos lanzamos acusaciones y nos vetamos a querer un encuentro amistoso. No somos solo amigos, somos algo más, algo que ni se puede decir ni siquiera puede demostrar.  Por el mismo color de la sangre, ni verde ni azul, solo roja. Roja como la bandera que ondea en alguna playa costera. Como una canción llevada por el viento de la libertad, nos deja sordos y sin voz con la que poder replicar, por eso lo escribo. Para poder explicar, para poder decir que estamos en este mundo, para aprender y vivir en hermandad.

Toma paloma esta rama de olivo y vuela, vuela alto y claro. Llevando al otro lado del mar, la noticia que la paz existe en este mundo. Aunque parezca mentira, que el barro y la paja solo sirva en este lado, para hacer montañas en el aire y que estas no se caigan, por mucho que cambie de sentido el viento.
Toma paloma esta rama de olivo, como muestra del mensaje y demuéstrales a aquellos que se pelean, que somos todos hermanos y que el orgullo o la arrogancia no son barcos de buen puerto. Todos necesitamos de un saludo o un abrazo y ello nos pone contentos. Contentos y nos hace pensar en otras cosas, en otras vidas que no son ni el hambre ni la guerra. Yo tiendo la mano y el brazo, para que el saludo y el afecto este sea sincero.  Que sería del hombre y de la mujer, si fueran capaces de convertir la Tierra en su verdadero cielo. Un trozo de paz, para un trozo de pan que se convierte en el rancho del hambriento. Un regalo de alegría, para verterla en la copa de vino de que el hombre se sirve sin agonía. Ajeno a peligros, pero siempre al acecho. Demuestra su inocencia, su inocencia pero a la vez inteligencia de no querer pisar al más débil. Espero que la paloma, llegue a divisar tierra y no haga falta caer en ideas o actos, que no llevan a nada. Porque no hay mejor abrigo, que el abrazo de un amigo y no hay mejor vino, que aquel servido gentilmente por la mujer que te corresponde…

Lléname la copa María, que esta noche me voy a emborrachar. Además, ésta vez en vez de gallina, tendremos paloma para cenar. De qué van al otro del mar, aquí ni somos hermanos y menos primos, en los que caer en mentiras y alucinaciones como si nos dieran algo de qué fumar. Lléname la copa mujer y tú ponte a mi vera y hazme compañía, que estos se creen que se me cae la gabardina. Yo ya sé que no soy inmortal y si lo soy, será cuestión de verlo más tarde. Con el paso del tiempo, ya me veré envejecer y veré como un día me falla una cosa y después la otra. Que será la vista o la pierna, hasta vendado no dejaré de pelear. Con qué, quien me venga queriendo hermandad, lo envío a la olla con el qué hacer un buen caldo para nuestras  barrigas llenar. Se me quiere ignorar y se creé que con esas frases y estas aves, podrá reblandecer mi honestidad. Yo no sé de eso, si no que se lo digan a aquellos que me han querido visitar. Aquí las palomas son más grandes y negras, llevan en su pico un trozo del corazón de algún ser ahora muerto. De algún ser vivo que me retó y hoy ya no existe o al menos no se mueve, siendo comida y pasto para aquellos cobardes, que vienen como hienas. Se ríen y bravuconean y yo me regocijo por dentro. En quién se clava más fuerte una espada de acero si no en aquel que el corazón se reblandece, por culpa del amor y del cariño, a aquello que todavía no conoce.
¡Incrédulos! Venirme a mí con una rama de olivo, la paloma ya se asienta en mi estómago, haciendo la digestión.

¿Incrédulos? Las palomas son listas e inteligentes y se pueden unir en masa y volar como halcones. Cierto que no tienen su picada, pero no son de menospreciar en número. Te habrás comido una, ahogando tu gula. Pero no pienses ni por un momento, que su vida y viaje ha sido nulo y una burla. Porqué ha puesto en preaviso a las demás y te llevarán cicuta en vez de una rama de olivo, haciendo de esta manera. Que no te veas envejecer, como es tu deseo y veas venir de manera pronta, tu muerte. Solo somos hombres, ni dioses ni ángeles, solo hombres. Que de manera individualista no significamos nada, pero en unión y en mayoría lo significamos todo. Por eso, no te  regocijes en tu gula y en tu bravuconería. Que si lanzamos esta voz de paz, es por símbolo de amor y respeto a todo lo que nos rodea.

 

martes, 12 de abril de 2016


                                               Un Sol naciente

Con alambres de espino, están atadas las estrellas en el cielo. Encapotado por unas nubes negras, que no nos deja ver la verdad. Esa realidad que nos negamos a creer y es que la muerte llega cuando uno descansa. No lo hace nunca en medio de un mar agitado sino cuando todo está en calma. Que será de la verdad, cual será esa realidad que nos tiene ciegos, ciegos y esperanzados. Toma el trono me dice el Rey, ¿el rey de dónde? No es de ningún país y de ninguna bandera, es el rey de nuestro propio destino. Cuál puede ser ese, que nos tienen tan apaciguados. Tan calmados, como si fuésemos niños jugando en mitad de un parque.  Hacemos montañas de arena sin el temor de que venga alguien y los destruya, como somos tan inocentes de pequeños y tan desaprensivos de mayores.
Que será aquello, que nos hace sentir tan seguros si no es otra que la madre naturaleza. Pero ella no es rey sino reina, reina o princesa. Qué más da, nos hace sentir fuertes y nos hace llegar a adultos, para después provocarle tal desconsuelo con nuestros actos, que la hace llorar desde lo más alto. Que actos pueden ser tan graves, que hacen que ella se oscurece y nos amenace con viento y temporal. No, no sabemos y provocamos que aquellas estrellas que nos ven desde a lo lejos, se sientan perturbadas por tal acto de falta de respeto.

Toca la corneta y forman en fila de a uno y todos quieren hacer borrón y cuenta nueva, pero no es tan fácil, el daño cometido es grave y no pensamos nada más que en aquello que no es ajeno, no perturbe nuestra tranquilidad. No hay fuego, porque no hay nada que pueda arder. Pero si habrá temporal, porque el cielo así lo ha prometido.
Me dejas solo, mientras se mueven las ramas de los árboles y yo de mientras nace el Sol camino pisando las hojas secas, que hay en el paseo. No veo, estoy ciego de envidia por aquel que te posee. Solo hago que pisar y dar patadas sin sentido al aire, como si fuese un niño chico. Las hojas caídas en el fresco otoñal, vuelan y caen de forma suave hasta al suelo. ¿Pero que hay en tu mirada? Que es como el color del mar, de un mar que nos pertenece y nos espera para darnos un baño. Un baño que sea nuestro empezar, un empezar que no estaba en el destino. Que ola será capaz de arrastrarnos a tal desenfreno. En el destino, no estaba escrito tu nombre y ahora lo escribo en cada amanecer. Como en una pizarra negra lo relato con tiza blanca, sí tiza blanca. De aquella que te quedaban las manos manchadas, como ahora lo está mi corazón. Porqué lo nuestro no tiene límite ni de tiempo ni de velocidad. Ya sabes que a mí me gusta por igual las prisas, que las mujeres. No hay dos sin tres ni me pierdo en una recta de un hospital. En un hospital al chocar contra ti y conocerte. ¿Porque no hacemos una carrera? Pero que sea el final lo mismo. Que el premio sea igual para el vencedor que para el perdedor y que este sea un beso en tus labios llenos de carmín.

Deja al que te ata como a un perro guardián, porque tú eres de correr y campear. Tienes mucho de que lucir y yo celoso, me guardaré para mí mis arrebatos y más bajos instintos y te dejaré ir a tu libre albedrío. ¡Morena, me tienes enloquecido! Ven aquí a mi lado y te mostraré el mundo, un mundo donde todo no es gris oscuro. Que es el color que te deja ver, el que ahora te posee.
El Sol ya está en lo alto y me muestra mi sombra, una sombra de un hombre con sombrero de copa. Pero solo, estoy solo. No me acompaña la tuya, no me acompaña tu querer. El poder abrazarnos y que el Sol nos funda en una única y verdadera, haciendo el dibujo de una pareja que se enamora. Demostremos al que se dice Rey, que podemos engendrar al futuro, no solo al nuestro sino al de la humanidad. Alguien que lidere la recuperación, la recuperación de aquello que nos pertenece a todos y cuando digo a todos, me refiero a todas las razas y especies.

La vela está apunto de consumirse y ya no existirá la llama que arde en nuestros corazones. No existirá el amor, no existirá ni el perdón ni el arrepentimiento. Ya entonces, solo existirá el ser humano como tal y entonces será de una naturaleza sin sentimientos, incapaz de hacer rodar ni una sola lágrima. Esa y solo esa, que haría volver todo al principio y el hombre y la mujer, tuviesen una segunda oportunidad. Como un viejo matrimonio se concede un tiempo, un tiempo para volverse a amar. El cielo es incapaz de mostrarse tal cual es, por temor a ser destruido. Sabe que eso es posible, el ser humano está capacitado y es capaz de tal atrocidad. Todo por ser como es, todo por no ser hermano de aquellos que no son como él. Porque ni con él mismo se muestra con respeto, entonces que puede demostrar con aquellos que le rodean, ya sean o no de su especie.
No nos creen capaces, le hemos fallado tantas veces. Suenan las palmas y la guitarra, demuéstrame…a mí solo no. Sino a todo aquello que se mueve, que el amor y la sensualidad, puede hacer renacer el mundo como la lluvia fina de primavera.

jueves, 7 de abril de 2016


                                                   Yo quiero aprender.

Alex es un niño de ocho años, que observa como hacen deporte unos de su misma edad. Le gustaría jugar, le gustaría correr….Pero para él, estar sentado en una silla de ruedas, le hace muy cuesta arriba una pendiente imaginaria. Imaginaria, porque no existe tal pendiente. Observa y a veces se le humedecen los ojos, al ver correr a esos niños. Niños con discapacidad intelectual, que tienen otras pendientes. Pendientes, difícil de subir, más por la poca información que tiene la gente, que por ellos mismos. Está atardeciendo y le entra frío, su madre le acerca una manta con la que poder arroparse. Pero le ve la mirada triste y se marchan para casa. Su madre siempre atenta y cariñosa, no le deja de hablar y de animarle.
       -         Puedes cantar, pero no debes llorar, estoy aquí, a tu vera. Quién sabe que puertas podrás abrir, cuando seas con edad. Debes de disfrutar de otra manera. ¡Ves! Aquellos niños, corren y saltan y están contentos. ¿Porqué tú no? Que esta silla no te lo impida.
Alex, la mira y calla dándole la vuelta a la silla, se dirige hacia el coche. Este día  ha acabado por hoy y mañana tiene que estudiar. Va a la escuela, como cualquiera. No hay límites, no hay barreras, en el colegio hay rampas, pero no pendientes. Hay maneras de hacer las cosas, hay maneras de vivir.

Tomiche sí va a una escuela especial, como especial es él. No existen discapacitados, todos tienen sus habilidades. Solo hay que descubrirlos y hacerlos florecer, como una rosa en primavera. A él, le gustaría aprender a jugar al ajedrez, le gustan los juegos de estrategia, pero no sabe quién puede enseñarle. Sin hacer ninguna burla de su manera de ser y de su personalidad. También sueña, sueña con echarse novia cuando sea mayor. Trabajar, trabajar y llegar a ser un señor. Por ahora estudia y el tiempo libre lo aprovecha para hacer deporte. Es como se desahoga, es como ríe y se ilusiona. Son muchos que como él, sueñan despiertos. Porque no existe la gente que es superior, porque no hay gente inferior. Todos son únicos, únicos y especiales. Porque se viene al mundo a vivir y eso significa soñar y reír.
Nada más importa, solo la amistad y el respeto. La amistad de aquellos que son diferentes y por una razón u otra, se sienten apartados de una gente, que ni sabe ni entiende. Porqué un niño sentado en una silla, no puede correr y sentir el viento en su cara y el porqué un niño que anda en círculos, no puede aprender a caminar en el camino de su vida.

Corre y salta Tomiche, pero no puede solo encaramarse a lo más arriba del muro. Un muro desde dónde se ve el horizonte, el horizonte y los sueños. Sueños de jugar, sentado en frente de una mesa. Con alguien a quien poder mirarle a la cara y decirle “te voy a ganar”, pero al mismo tiempo saber. Que si pierde, habrá participado y habrá superado un reto. El reto mental de jugar al ajedrez, cosa que no cree que sea tan difícil de aprender a mover las fichas le motiva y le da vida, el poder poner atención y competir en algo que lo ve quizás, como un sueño.

Ya están dormidos, cada uno sueña con lo suyo. Uno con poder correr en una Olimpiada, el otro más se ve campeón del mundo de ajedrez. Cada uno sueña en su libertad, esa libertad que solo tienen los niños. Porque pueden estar despiertos y estar en otra galaxia, pueden volar sin mover los pies del suelo. Entre sueños gritan los dos en silencio “libertad”, pero no es hasta la mañana siguiente. Que cómo en un cruce del destino, se encuentran, se topan en medio de la ciudad. Cada uno de ellos, con sus madres. Se dicen “perdón”, cada uno de los dos se miran y se ven ese algo que les diferencian. No son nada tontos y se dan cuenta, que a cada uno de ellos les separa una barrera invisible y que a la vez no existe, porque no existe nada que separe a nadie. Solo la libertad, la libertad de sentirse sin depender de nadie. Son solo niños y siguen cada uno su camino. Solo queda y solo falta que pasen las horas y llegue otra vez la tarde. Una tarde en la que se encuentran en la pista de atletismo. Alex es el primero en ver a Tomiche y le saluda.

-Hola, haces atletismo?

-Si corro los 1.500 metros.

-A mí ya me gustaría, pero me tengo que conformar con veros correr.

-Yo, yo te puedo ayudar. Si quieres correr, tienes que poner los brazos fuertes.

-Que dices. No me veo….

“Tomiche” se escucha a lo lejos. El monitor le llama y tiene que dejarle.

-Luego hablamos si eso.

-Vale, hasta luego.

Alex se siente con esa cosa que se siente, cuando algo va a cambiar. Se queda pensando y le pregunta a su madre que está cerca…

-¿Mama, crees que es posible correr con la silla?

- Claro que sí hijo. Si es tu deseo.

Alex sonríe, sonríe después de no se acuerda cuando. Solo espera que termine la actividad Tomiche, su madre espera. Espera con la paciencia y el deseo de ver siempre esa sonrisa dibujada en el rostro de su hijo.
Pasa la hora y llega el atardecer, le acerca la manta y Alex le dice que no tiene frío, que si se  pueden quedar un rato más, a lo que ella accede. Pasa la hora y Tumiche se acerca y sin mediar casi palabra le pega un susto al corazón.

-         Hola, ya estoy aquí.

-         ¿Que haces? Puedo caerme.

-         ¡Qué va!

Empuja la silla a toda velocidad, empuja el corazón triste de Alex, para que este se vuelva a  ser alegre. Siguen así un buen rato, hasta que las dos madres les hacen volver…

-         Mañana nos vemos. Dice en voz alta Alex.

-         Claro que sí, mañana tienes que correr tú solo.

-         ¿Qué dices? Todavía no tengo los brazos fuertes.

-         Ya, ya hablaremos mañana.

Se despiden chocando las manos, se despiden dando la bienvenida a una buena amistad. Abre con alas tu corazón, siembra con esperanza tu porvenir. Porque, como siempre sale el Sol por la mañana. No habrá nube, que amenace una tormenta que pueda tumbar dos árboles unidos por la amistad y el respeto. Aquella empatía que demuestra que juntos, podemos conseguir nuestros propios sueños. Aquellos que alguna vez hemos pensado, que son inalcanzables por los lances del destino. Son hoy en día posibles, si dejamos de ser tan individualistas y pensamos todos unidos. Si juntamos nuestros corazones, nuestras alas se harán inmensas, alcanzando lo más alto del cielo. Podrán algún día Alex y Tomiche decirse adiós, sabiendo que solo es un hasta luego. Podrán competir y demostrar que no hay barrera más alta, que aquella que se marca uno mismo. Eso seguro que  sí lo sabrán cuando lleguen a la edad adulta, por ahora a disfrutar cada uno en su juego. Compartiendo, eso sí. Las risas y las bromas, la cercanía de su niñez y la bondad que albergan en sus corazones.
Llora y ríe al mismo tiempo. Tiembla y se muerde las uñas, desea que sea la hora para volver a correr con su nuevo amigo. El Sol sale y entra por la ventana de la clase, así que la nube le deja. “No lloverá”, se dice así mismo. Los estudios, siempre son lo mismo, son especiales porque no puede llevar el mismo ritmo que los de otras escuelas. Pero se esfuerza y tiembla, tiembla porque quiere preguntarle si sabe jugar al ajedrez y si le puede enseñar. Han pasado ya muchos soles y muchas nubes y ni gota ha caído, así que se va acompañado de su madre y un tablero antiguo de su padre y unas viejas fichas, que casi ya no se distinguen las blancas de las negras. Llega corriendo, tablero en mano y Alex al verle, le pregunta…

-    ¿Cómo es que vienes tan corriendo y ese tablero?

-    Era de mi padre. ¿Sabes jugar?

-    ¿Que si sé jugar? Trae, vamos al Sol.

-    Pero no sé…Tengo que entrenar.

Se lo pregunta al monitor y este mira a la madre que le sonríe.

-    Venga Tomiche, pero solo hoy.

Salta contento y se dirige hacia las butacas de la pista, para sentarse al mismo nivel que Alex.

      -     Acércame el tablero de ajedrez.

      -      Pero si yo………

      -      No te apures, que yo te enseñaré.

      -      ¿Cómo? Si no sé ni mover las piezas.

       -       Igual que tú me ayudas, yo te ayudo a ti. Si quieres podemos ser como hermanos, puedes ser mi mejor amigo.

       -        Es buena idea. Yo te enseñaré a correr por la pista, serás como un coche de carreras.
Después de unas risas, Alex estaba al lado de Tomiche, enseñándole a jugar. Con la ilusión, de quizás quien sabe. Si se prepara bien, poder participar en unos paralímpicos. Son sueños de niño, pero a esta edad hay que tenerlos, para conseguir la meta. Una meta que no deja de ser la voluntad de superarse y romper barreras.

Duerme con la luz encendida, no la grande sino una pequeña que tiene encima de la mesita de noche. Tomiche es feliz, ajeno a todo lo que le rodea. Solo piensa a veces en su amigo Alex, a los dos les gusta competir. Son los dos, deportistas, pero hay algo o mejor dicho un juego que le gustaría aprender. Ese es el ajedrez, a veces lo da por perdida la partida antes de mover ficha. Pero Alex le impulsa con su ánimo, al igual que él le impulsa con sus brazos. Tarde o temprano, terminarán jugando cada uno su partida. Uno en juegos de mesas, el otro en juegos más al aire libre. Juego donde sobre la manta y juego donde no haga falta nada más que saber de estrategia.